Economía con lentes de género

Economía con lentes de género
agosto 29, 2018 Susana Reina

Hiperinflación. Devaluación. Petro. Control cambiario. Recesión. Subsidio laboral. Petróleo. Reconversión monetaria… De alguna manera en Venezuela todos hemos tenido que volvernos un poco economistas para intentar entender cómo tanto anuncio gubernamental impacta en nuestras vidas y sobre todo saber cómo poner nuestros activos a resguardo para seguir trabajando o sosteniendo nuestras empresas.

Y precisamente en medio de este torbellino que nos ha tocado vivir, creo propicio el momento para conversar sobre lo que es la Economía Feminista como disciplina de estudio, sobre todo porque sospecho que estos lodos en los que nadamos hoy, en parte tienen en su origen el haber entendido históricamente a la economía como una ciencia social sin enfoque de género.

Me explico: la economía feminista es una corriente de pensamiento que pone énfasis en la necesidad de incorporar las relaciones de género como una variable relevante en la explicación del funcionamiento de la economía, y de la diferente posición de los varones y las mujeres como agentes económicos y sujetos de las políticas económicas.

Su auge comenzó a principios de la década de 1990, aunque el análisis económico de diversas desigualdades de género en cuanto a las brechas salariales entre hombres y mujeres y el debate sobre el trabajo doméstico no remunerado ya había tenido lugar desde mucho antes.

Pero fue a principios de los años noventa cuando se creó la International Association for Feminist Economics (IAFFE) en EEUU y desde allí comenzaron a discutirse temas como: la subvaloración del trabajo de las mujeres en las estadísticas laborales y su poca incidencia en el Producto Interno Bruto, la segregación por género en el mercado laboral, las desigualdades en la educación, la concentración de las mujeres en la economía de los cuidados, el techo de cristal, el impuesto rosa, sexismo en el otorgamiento de créditos, violencia institucional de género, entre muchos otros. Esta corriente vino a poner la lupa sobre tradiciones machistas de todo tipo en la vida económica y social de las mujeres.

Específicamente el tema de los cuidados es uno de los más críticos. El mercado formal de trabajo es la punta de un iceberg que es sostenido por el invisible trabajo de cuidados no remunerados, mayoritariamente ejercido por las mujeres sin compensación monetaria y sin que se mida o se considere su aporte en indicadores socioeconómicos sobre los cuales se toman las decisiones y se formulan políticas públicas. Es un trabajo que no se valora socialmente, ni forma parte de los debates ¡ni siquiera se le considera trabajo!. De aquí que, en la huelga mundial feminista del 8 de marzo pasado, el lema fue “produzcan sin nosotras”, con el llamado urgente a redistribuir carga doméstica y trato igualitario para construir economías sostenibles.

Pero más allá de señalar las distorsiones presentes, la economía feminista profundizó teórica y empíricamente en los orígenes y los efectos de las distintas desigualdades de género y su conexión con la economía, llegando a plantear la necesidad de tener un sistema económico alternativo, más inclusivo, que se planteara la necesidad de tomar medidas que ofrecieran mayor igualdad de oportunidades y justicia social. En todos los países las mujeres son las más pobres entre los pobres – feminización de la pobreza, se le llama al fenómeno- y esto es consecuencia entre otros factores, de haber asumido la conducción de la economía sin considerar el género como variable de análisis.

Según la Organización de Naciones Unidas, cuando las mujeres tienen más ingresos y más poder de negociación, esto se refleja en una mayor inversión en la educación de los niños y las niñas, la sanidad y la nutrición. A largo plazo, favorece el desarrollo económico. La economía de los países sale perjudicada cuando una parte importante de la población no puede competir en igualdad de condiciones ni desarrollar todo su potencial.

Amartya Sen, economista y filósofo indio además de Premio Nobel de Economía 1998, sostiene que «la posición sistemáticamente inferior de las mujeres dentro y fuera del hogar en muchas de las sociedades señala la necesidad de tratar el género como una fuerza propia en el análisis del desarrollo”.  Sostiene que las experiencias de hombres y mujeres, incluso dentro de la misma casa, a menudo son tan diferentes que el examen de la economía sin género puede ser engañoso.

Como vemos entonces, las decisiones que desde el aparato público se toman en materia económica, no tienen la misma incidencia en hombres que en mujeres y me preocupa que no veo en toda la andanada de recientes anuncios ni en las declaraciones de gremios empresariales, recomendaciones o medidas que garanticen la equidad necesaria para subsanar los posibles efectos que sin duda traerá tanta carga impositiva y laboral: más desempleo, comportamientos de subsistencia, hambre y miseria para las mujeres, sobre todo las madres y jefas de hogar.

Para capear este temporal nos necesitamos hombres y mujeres, eso lo dice todo el mundo. Pero aun sabiéndolo seguimos observando por ejemplo, como los paneles de firmas privadas de asesores y expertos en economía continúan excluyendo a las mujeres en sus discusiones sin considerar otros puntos de vista y encima, un gobierno que dice llamarse feminista, ni se pasea por este tema en una coyuntura tan delicada de la historia, ni pone la igualdad de género en el centro de su gestión económica.

Pacto misógino excluyente que muestra la realidad como la vive y entiende sólo una parte de la población.

Ceguera patriarcal que deja por fuera la necesaria inclusión para poder salir de este lodazal.

 

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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