Planteamiento central del texto de Robert W. Connel (Trad. Oriana Jiménez)
El autor considera la aproximación científica a la masculinidad y las relaciones de género como subvaloradas y aún con mucha potencialidad de generar conocimiento y, mediando las operaciones políticas y a otras áreas de relación en constante evolución, también transformación social. Invita a considerar nuevos estudios y genera en este ensayo una aproximación general a las principales categorías y su organización conceptual, incluyendo en un principio, la masculinidad misma como categoría social. Aunque muchos previamente lo han abordado desde diversas perspectivas (clasificadas en el texto como esencialistas, empíricas, normativas y semióticas) el autor propone ubicarla como “configuración de prácticas” en el contexto de una estructura: las relaciones de género. A su vez esta estructura de relaciones está sujeta a las múltiples contradicciones, fricciones y cambios derivados de su evolución histórica. El autor propone un modelo de estructura de género en el que se desenvuelve la masculinidad marcado por tres dimensiones: las relaciones de poder, las relaciones de producción y las relaciones con vínculo emocional. A partir de esta estructura el autor caracteriza los cuatro principales patrones de la masculinidad de las sociedades occidentales, centradas en la hegemonía, la subordinación, la complicidad y la marginación.
Ideas clave del texto y síntesis de los principales aportes recibidos
La masculinidad no es un objeto de estudio distinguible sin el marco de relaciones en el que está circunscrito, condicionado a su vez por múltiples aspectos contextuales y situacionales en cada momento y lugar de la historia. La propuesta metodológica básica del texto ubica la masculinidad como una configuración de prácticas en el marco de un conjunto de relaciones, las relaciones de género, especialmente aquellas motorizadas inicialmente por el espacio reproductivo. De este modo, no es extraño que el análisis tenga múltiples variantes, algunas incluso susceptibles de generar confusión, en la medida en que las categorías de esta contextualización son también complejas y difíciles de manejar, generalizar, precisar o diferenciar (por ejemplo, la combinación entre género y raza o género y clase social). Pero, al aceptar la configuración de prácticas como un esquema dinámico, se vuelve más potente su capacidad de adaptarse sin graves limitaciones a diferentes situaciones históricas.
A partir de las tres dimensiones principales para evaluar la estructura y sus relaciones (poder, producción y vínculos emocionales) el autor caracteriza un modo de construir las masculinidades occidentales en el que se construyen hegemonías, es decir, dominios de poder con diferenciales de rédito entre grupos, en este caso centrado en la relación de género, no solo frente al género opuesto, también en relaciones intra género, que provocan prácticas específicas de diferenciación en el acceso al poder. Esta hegemonía se acompaña de la subordinación, también entendida más allá de la relación inter género, puesto que abarca relaciones de varones con otros varones (por ejemplo, la subordinación homosexual, de la que se espera semejanzas con la femenina o incluso la de varones heterosexuales que tienen comportamientos subordinados). La tercera práctica común es la complicidad, porque los varones reditúan el estatus derivado de la hegemonía y la subordinación sin importar que en sus propias ideas reconozcan o no la reivindicación feminista. Por último, como efecto más o menos obvio de los sistemas en los que se extienden estas prácticas, la marginación supone concretar prácticas discriminatorias que descentran el poder, la libertad y la condición ciudadana.
Así, estas categorías permiten identificar estos modelos de masculinidad en las prácticas de muchas figuras, relaciones e instituciones. Algunos ejemplos muy poderosos y que dan una idea del arraigo histórico cultural de muchas de estas relaciones son la participación de la mujer en el ámbito de poder corporativo y en la representación general del capital internacional; el Estado como constructo cultural cargado de masculinidad; o el estamento militar, con sus múltiples confusiones entre ejercicio de autoridad, poder y violencia a partir de interpretaciones masculinizadas. Aunque poco desarrollada en el texto, la idea más poderosa surge solo en modo de corolario y propuesta: la crisis de las masculinidades abre constantes ventanas de oportunidad que llevan al mismo autor a dudar de la vigencia de estos patrones conductuales en medio de los cambios generacionales y ponen en el espacio de discusión política nuevas formas de ejercicio de las relaciones de género.
Dudas o cuestiones no resueltas
El texto es bastante “redondo” y deja poco espacio a la confusión. En un principio me hizo pensar que las caracterizaciones no serían suficientemente precisas y productoras de distinciones, pero luego que las utiliza y las aplica, incluso con ejemplos, a algo tan genérico y difícil de precisar como las masculinidades occidentales, me pareció un ejercicio bastante bien elaborado. Igual mis inquietudes –no solo de esta lectura, en general del abordaje de casi cualquier producción sociológica, seguramente por mis propias limitaciones en términos de formación y lecturas previas—guardan relación con la capacidad de distinción derivada de categorías como “configuración de prácticas a partir de relaciones de género”.
También el texto me generó alguna inquietud en término de la dicotomía masculinidad/femineidad. Pensé que sería más abordado. Desde que escuché el concepto masculinidad, me quedó la inquietud sobre la distinción con respecto a categorías como machismo o patriarcado. Ahora entiendo mejor las diferencias. Pero aún no sé bien si la masculinidad (atendiendo a relación de género y superando por tanto la limitación biologicista) puede ser entendida sin su oposición. Quiero leer más sobre el asunto ¿Existe masculinidad sin femineidad? Por ejemplo, en el modelo de Connell, la subordinación es una forma de femineidad ¿verdad? ¿Estamos entonces hablando de una misma categoría continua de prácticas y comportamientos con dos extremos en la que pareciera razonable esperar un equilibrio? Si en términos de evolución hacia sociedades de individuos más libres en grupos más solidarios y mejor cohesionados, las relaciones de género mejoran (por ejemplo, disminuye significativamente la hegemonía masculina, la subordinación, la complicidad y la marginación) ¿no es inevitablemente eso un mundo con otra femineidad? ¿Puede superarse, quizá por poco trascendente, el análisis de poder, producción y emocionalidad a partir de relaciones de género en un mundo de hombres y mujeres, es decir, que masculinidades y femineidades sean prácticamente indistinguibles?
Evaluación crítica personal
El planteamiento general de Connell es bastante estructuralista, pero considera múltiples ejes de y creo que esto lo hace potencialmente poderoso. En este sentido, hablar de masculinidades como un conjunto de prácticas con poder cultural (poder de reconstruir interpretaciones) y carácter situacional e histórico, aun siendo el ejemplo del texto básicamente una aproximación a las masculinidades de la cultura occidental reciente, pareciera abrir un gran espacio metodológico para el análisis en cualquier espacio y tiempo y eso me gusta. Luego de leer un par de veces el texto no pude evitar pensar en situaciones de mi vida cotidiana, con mi marido, con mis padres, con mis hijos, con mis compañeros de trabajo, mis vecinos…También me descubrí revisando mentalmente cosas como cuentos y novelas de mi gusto, por ejemplo, el imaginario garciamarquiano y cómo la estructura del poder (la hegemonía de Connell) se ejerce desde las más íntimas, menudas y aparentemente insignificantes posiciones y enfoques.
Una de las cosas más duras para las mujeres que queremos contribuir a producir cambios en el mundo desde la perspectiva de género y que intentamos aprender del feminismo con sus avances hasta ahora, es descubrir nuestros propios esquemas machistas y patriarcales de comportamiento y, también, descubrir la presión que estos esquemas ejercen también sobre los varones. Es cierto, sin duda, que hay complicidad por los réditos que reciben de la hegemonía, pero también creo que hay múltiples formas de sufrimiento para ellos derivadas de su relación con el poder y de su interpretación masculinizada del placer o el sufrimiento.