
¿Por qué los eventos dedicados al liderazgo de las mujeres se enfocan en aspectos grandiosos y en mujeres poderosas, casi siempre blancas, clase alta, bien educadas, que se promocionan como el modelo de éxito para las demás?
“Mujeres que… inspiran, trascienden, transforman, dejan huella, rompen moldes, impactan, destacan, brillan, impulsan”, son algunos de los nombres de las conferencias que vimos en este mes de marzo por el Día Internacional de la Mujer. “Pioneras, protagonistas, asombrosas, imparables, referentes, notables, musas…” y otro montón de epítetos grandilocuentes usados en el marketing de esas actividades, que muestran el estereotipo de la “superwoman” como ideal a imitar por parte de las demás mujeres. (Si quieres ver la larga lista de adjetivos empleados en el mercadeo de estas actividades haz click AQUÍ)
Y la verdad es que “venden” de forma muy popular, al ofrecer una meta aspiracional y un sitio especial donde muchas quisieran estar, pero al mismo tiempo, muestran el avance de las mujeres como algo excepcional, propio de élites o extraordinario, dejando de lado a muchas, especialmente aquellas que no encajan en ese molde.
Esto tiene varias razones históricas y sociales.
Las mujeres que llegan a la cima en sectores como los negocios, la política o la cultura suelen ser aquellas que han alcanzado un alto nivel de visibilidad, por lo que la mayoría de los eventos de liderazgo siguen reflejando los mismos círculos de poder que han existido históricamente, dominados por aquellas que pertenecen a estatus sociales privilegiados.
Esto se debe quizás a la falta de acceso equitativo a oportunidades y recursos para mujeres de diferentes procedencias. Como no hay suficiente representación diversa en estos espacios, se tiende a seguir celebrando a las mismas figuras, lo cual representa una visión reduccionista del liderazgo, en lugar de usar un enfoque más inclusivo que reconozca diversas formas de ejercer el poder.
Las mujeres que alcanzan altos cargos suelen ser vistas como «excepcionales» no solo porque hayan tenido éxito, sino porque se supone que no deberían haberlo logrado, dada la histórica exclusión de las mujeres de muchos espacios. A menudo se las coloca en el centro de eventos para demostrar que «sí pueden» liderar y se las presenta como modelos a seguir, más que como figuras de liderazgo normalizadas, lo que refuerza la idea de que las mujeres en posiciones de poder son una rareza.
Estos eventos, aunque a menudo tienen la intención de empoderar a las mujeres, suelen estar limitados por los estándares comerciales y culturales que asocian el éxito con ciertos tipos de logros visibles y con mujeres que tienen un acceso privilegiado a recursos y plataformas.
¿Por qué eso no pasa en eventos con hombres?
He observado que los eventos que celebran el liderazgo masculino tienden a enfocarse más en logros profesionales y en el ámbito de negocios, mientras que los dedicados a las mujeres se centran más en su personalidad o en cómo se ajustan a ciertos estándares de feminidad. Creo que esto tiene sus raíces en las dinámicas de poder y en las normas de género que todavía prevalecen en nuestra sociedad.
Los hombres, durante siglos, han tenido un acceso más fácil a los espacios de poder y se los ha reconocido principalmente por sus logros en esos campos. Por lo tanto, cuando se celebra el liderazgo masculino, se espera que se enfoquen en sus capacidades de gestión, visión estratégica, innovación y negocio, sin que se cuestionen tanto sus características personales o emocionales.
El liderazgo de un hombre no suele verse como una excepción, sino como la norma. No se les pide que «prueben» que son hombres de alguna manera determinada (por ejemplo, mostrando fortaleza o tomando decisiones). De hecho, los líderes masculinos son presentados como «líderes naturales» o como ejemplos de éxito profesional que no necesitan demasiada justificación más allá de sus logros.
En cambio, el liderazgo femenino sigue siendo una cuestión en discusión que merece grandes eventos para disertaciones de este tipo. Las mujeres aún tienen que demostrar su valía en contextos donde el liderazgo no se ha considerado su dominio natural. Por eso, los foros sobre liderazgo femenino tienden a enfocarse en cómo las mujeres alcanzan esos logros. Se las evalúa no solo por lo que hacen, sino también por cómo lo hacen: si se muestran «lo suficientemente fuertes», «lo suficientemente decididas», «lo suficientemente femeninas» o «lo suficientemente empáticas».
La necesidad de cumplir con estereotipos de género hace que se ponga un énfasis extra en sus cualidades personales y en su capacidad para encajar en una imagen tipo molde de liderazgo. Esto resalta una gran desigualdad en la representación y celebración del poder, que necesita ser repensada si realmente buscamos una visión inclusiva y justa del empoderamiento y la igualdad.
Modelo de éxito estereotipado
Es común que muchos eventos que promueven el liderazgo femenino se centren en figuras exitosas y modelos de mujeres que cumplen con estereotipos tradicionales asociados al género. Forbes 30 Under 30, Time 100, Summit of the Women Entrepreneurs, World Economic Forum, entre otras listas y seminarios similares, suelen enfocarse en mujeres jóvenes que han logrado un éxito notable en campos como tecnología, negocios o entretenimiento. Mujeres emprendedoras de comunidades marginadas o con historias menos «glamorosas» quedan en segundo y tercer plano.
Por otra parte, se promueve la idea de que las mujeres han llegado a la cima gracias a su propio mérito, sin reconocer las estructuras de poder y privilegio que a menudo influyen en ese ascenso. La tesis de la meritocracia perpetúa la visión de que el éxito está solo al alcance de quienes tienen las condiciones para alcanzarlo (como educación, recursos o conexiones), lo que invisibiliza o minimiza las enormes barreras que enfrenta la mayoría de las mujeres.
Pero ¿realmente estas mujeres son el reflejo del liderazgo femenino?
Al poner a estas lideresas en un pedestal, los eventos que las celebran refuerzan la idea de que solo las “únicas” son las que pueden alcanzar el liderazgo. Esta acción deja por fuera la normalidad. No hay espacio para lo ordinario, el promedio, lo habitual.
Este modo de resaltar el liderazgo femenino refuerza nociones esencialistas sobre lo que significa ser mujer y líder. Se espera que las mujeres que alcanzan el éxito se comporten de una manera especial, que se ajusten a las normas y parámetros de la feminidad idealizada, mientras que se pasa por alto a las mujeres que no cumplen con esos baremos. Aquellas que no siguen este camino preestablecido no son vistas como líderes valiosas, aunque sus contribuciones sean igualmente significativas.
El liderazgo no siempre se mide por grandes conquistas o visibilidad. En realidad, el verdadero liderazgo es mucho más diverso y plural. Existen innumerables mujeres que lideran de manera silenciosa, luchan por sus derechos, gestionan sus hogares y comunidades, sostienen sistemas y estructuras, sin lograr la visibilidad de los grandes eventos. Son estas mujeres las que desafían los estereotipos y demuestran que el liderazgo no está reservado para un grupo exclusivo de elegidas.
Es crucial ampliar nuestra visión del liderazgo de las mujeres, aceptando que la verdadera fuerza reside en su diversidad, en su capacidad para guiar de muchas formas y en reconocer que el éxito no se mide solo por estar en la cima, sino por el impacto que se tiene en la vida cotidiana.
Sería ideal que los eventos sobre liderazgo no solo celebren a las figuras de mujeres prominentes y que den espacio a esas historias de lucha diaria incluyendo diferentes orígenes, razas, clases sociales y contextos, para que las mujeres dejemos de ser la excepción en el ejercicio del poder.