Que aún no se ha conseguido Igualdad sustantiva para las mujeres, más allá de lo que pautan las leyes, es una realidad. Las mujeres seguimos estando en desventaja en la mayoría de los indicadores sociales y económicos de todos los países. Pero, si además de ser mujer, se tiene alguna condición especial por la edad (adultas mayores, jóvenes, niñas), el sitio de vivienda (mujeres rurales), la etnia (mujeres indígenas), la raza (mujeres afrodescendientes), o el género (mujeres lesbianas/trans), esa desigualdad se potencia y multiplica. Si eres una adulta mayor, lesbiana y afrodescendiente, tienes cuatro limitaciones a tu desarrollo y desenvolvimiento social, comparada con cualquier otra mujer, no digamos con un hombre. Son condiciones de diversidad que se convierten en factores de desigualdad, ya que marcan diferencias que pueden ser objeto de discriminación, sobre todo si no existen políticas públicas que aborden culturalmente las necesidades e intereses de esos grupos poblacionales.
Entrevistamos a tres mujeres en el territorio zuliano, una adulta mayor, otra wayú y otra con discapacidad motora, para que nos contaran como viven en el día a día las principales discriminaciones por su condición de diversidad. Fue un ejercicio de escucha que nos permitió reflexionar sobre todo lo que nos falta transitar en materia de Igualdad. Si tan solo los gobernantes escuchasen más, sus programas y proyectos de Gobierno fueran mucho más efectivos en materia de género y trascendieran las tradicionales “soluciones” que se ofrecen cuando de mujeres de trata, casi siempre orientadas a las madres (como si mujer fuese sinónimo de madre) y a capacitación en oficios poco rentables, dirigidos inevitablemente a perpetuar el ciclo de la pobreza.
Oigamos entonces a Soledad, Elisa y Andrea.
SOLEDAD. Adulta Mayor
“Tengo 81, casi todos vividos en Maracaibo. Soy viuda desde hace 11 años. Vivo mi vida bien, a no ser que tenga que salir a la calle, porque las cosas no son fáciles mijita. Nada queda cerca y dependo de que mis yernos me lleven a los sitios. Hago las cosas lentas para ellos y me da cosa que me tengan que esperar. En Maracaibo hace mucho calor, pero peor que eso es que aquí no se puede caminar. Hay muchas escaleras, no hay aceras, los carros se atraviesan, el monte se come la vía y los carros le pasan a uno tan cerquita que me da miedo, hay que subir y bajar escalones muy grandes, el asfalto es irregular, huecos peligrosos. A mí me molestan las rodillas y la cadera. Dentro de la casa siempre hay alguna de mis nietas e hijas que me cuidan, rara vez estoy sola. Me duelen los huesos y los pies. Me han hecho algunos chequeos, a veces engordo por problemas de triglicéridos. Tomo 6 medicamentos todos los días. Se gasta mucho dinero, aunque tengo la suerte de tener un cuñado médico del Hospital Central que me los consigue, pero a veces he estado sin tomar dos de los más importantes por meses, y eso me complica. Cuesta conseguirlos…son costosos. La Alcaldía debería dar las medicinas. No tengo seguro médico, no cobro pensión porque nunca trabajé. Mi difunto esposo lo cobraba. Una vez un gestor se ofreció para sacarme los papeles, ya sabe, pagándole algo, pero yo no quise. Vivo de algunos ahorros, la casa es mía. Aquí vivimos tres familias, mis hijas con sus hijos y ellos me pagan un alquiler a mí. Ayudo a coser a una hija para que venda ropa. Casi no gasto, salvo que tenga que salir y tomo taxi. Voy al hospital a chequeos, al banco, o a visitar amigas que están enfermitas, me gusta hacer compras, pero no es fácil porque ahora hay que hacer filas para comprar comida y hay que aguantar sol y estar parada muchas horas. Mis nietos no quieren que salga. No hay clubes o casas de esparcimiento para los viejitos. Ahora a los viejos nos respetan más gracias a Chávez que nos aprobó muchos beneficios, pero la Alcaldía no ha hecho nada. He sido víctima de atracos, me han quitado el bolso varias veces. Tengo una póliza de servicios funerarios para cuando llegue el momento, que me compró mi hijo y el terreno al lado de mi marido. Yo le pido a la alcaldesa que arreglen esas aceras, y que mejore el transporte público porque los carritos están en muy mal estado, los motores echan humo, los buses van llenos de gente. ¿Cómo me subo yo a un bus donde la gente va colgando? Usualmente voy a la Vereda del Lago a caminar, que me gusta, pero dicen que están atracando ahí también. Eso sí, la Alcaldía lo ha puesto muy bonito. Los hombres están más protegidos que las mujeres, ellos se pueden defender, se toman su cervecita en la calle sin que los critiquen. ¡Para una es más difícil, le digo a mis nietas que no salgan solas! Estudié hasta sexto grado. En mi época no era fácil estudiar. Tenía que ayudar a mi madre y trabajar. A una la educaban para casarse y ayudar. A mi marido lo mudaron a Encontrados, un pueblo con mucho calor y plaga al sur del lago y me tuve que ir con él un tiempo para allá porque era lo que mandaba el matrimonio. Ahora el mundo es diferente. Pareciera que las mujeres quieren lo mismo que los hombres y los hombres son muy sinvergüenzas. Tengo dos hijas divorciadas, antes había más paciencia para aguantar juntos. Me hubiera gustado ser médico, pero mi esposo no me dejó estudiar. Pero yo no me quejo de mi vida, estoy tranquila”
ELISA. Indígena
“Nací en la parte baja de la Guajira venezolana en Sinamaica. Tengo 27 años y me vine a vivir chiquita en Maracaibo porque mi papá trabajaba aquí. A las hembras nos tenían acá, pero los varones que son mayores estaban en otros lados viajando y comerciando. Tengo hermanos por el lado de mi papá. Él es mayor, tiene 68. Yo soy la más pequeña. Pero igual siempre voy a la Guajira. Los wayú somos mejores, me siento orgullosa de serlo, mi madre siempre me ha transmitido eso. Nosotras las mujeres somos importantes en nuestra cultura. Me ha sido difícil el trato de parte del alijuna (criollos no indígenas), nos discriminan. Yo estudié en una escuela donde tres de nuestras maestras tenían un curso especial en wuayunaiki, porque siempre estábamos más retrasados que los otros niños. Eso me ayudó bastante para mejorar el castellano. Ni en Mara ni en la Guajira hay anuncios hechos en wayu, todo es en español. Casi todas las escuelas interculturales bilingües están en la Goajira pero no aquí en Maracaibo, que hay tantos wayu. Se dificulta cursar estudios cuando no dominas el idioma. En mi casa siempre mi madre quería que estuviéramos juntos, en familia. No vamos a ninguna parte solas. Yo ahora estoy casada y vivimos todos juntos, cerca. Yo trabajo como enfermera, pero nunca quise dejar mis estudios y me gradué. Todavía no tengo niños, mi esposo no es guajiro, trabaja en Falcón y va y viene, trabaja con ganadería. Quiere que nos vayamos a vivir allá, pero yo no quiero, eso es muy solo. A mí me gusta vivir entre la gente como aquí en Maracaibo. Yo me siento adaptada e integrada. No uso mucho la ropa wayú, mi mamá sí. Es una vestimenta que hace notar la clase social por la calidad del tejido y se ve. Ya las de mi generación casi no usamos esas mantas, pero sigue siendo parte de nuestra cultura. Yo hago brazaletes tejidos para la venta. Los bolsos y la artesanía se venden bien, no mucha gente hace eso, suelen ser señoras mayores, se requieren telares y maquinaria. Hay una vecina de San Jacinto que trabaja en la Alcaldía que nos ha ayudado mucho. Mi mamá es militante de Un Nuevo Tiempo, y nos han ayudado por eso: nos dieron lentes, el tanque de agua, una beca para estudiar… No son ayudas solo para las mujeres, son para todos los indígenas. En la alcaldía de Mara nos han dado créditos para microempresas porque mi papá es pescador. A algunos les dan camiones. Para las mujeres dan cursos porque hay una Casa de la Mujer Guajira, dan peluquería, hay asistencia ginecológica, ayudan a cuidar el peso y talla de los niños… Hacen programas culturales, hay un teatro en wayunaiki. El mayor problema de las guajiras son los niños, que tienen muchos y no se consigue leche, ni pañales, ni medicamentos. Muchas salen embarazadas muy jóvenes a los 12, 13 años y tienen que trabajar de servicio doméstico a las maracuchas. Ninguna tiene protección social, pero todo sería distinto si estudiaran. No es fácil terminar bachillerato y entrar a la Universidad. Esto es tan inseguro que salir de clases de noche es una temeridad. Hay mucho abuso a las muchachas. Si hubiera facilidad para que ellas terminaran el bachillerato sin preñarse todo sería diferente. La Alcaldía debería ayudar en eso, prevención de embarazo, a veces dan charlas en el ambulatorio los del gobierno nacional, la verdad no son malas…pero hay que hacer más”
Andrea. Mujer con discapacidad
“No soy impedida mental, solo de mis miembros inferiores. En esta silla de rueda hago de todo. Tengo 8 años con ella donada por la Alcaldía. De niña me dio poliomelitis y quedé así. Pero soy feliz, me río, y hago de todo. Ahora tengo 36. De niña tuve bastantes problemas. Mi mamá siempre me ayudó, pero usted sabe cómo son los muchachos, se burlaban de mí. Me decían la sentaíta, la pelona sentada, un montón de improperios. Me pegó al principio, pero ya casi no recuerdo esas cosas. Recuerdo haber llorado mucho, pero me adapté. Yo no quería salir pero mi mamá era la que me impulsaba. Mi papá me hizo unas muletas, luego me consiguieron otras en el hospital. Me costaba mucho moverme con eso, me arrastraba por las paredes. Tuve otras complicaciones de salud cuando me estaba desarrollando, tuve hemorragias y me atendían en el ambulatorio. Con esta silla, yo misma la manejo, pero a veces me llevan mis hermanos, aunque yo casi no salgo porque es muy difícil, bajar y subir de los buses. Yo estudié en el liceo que quedaba cerca, por eso estudié. No había rampas para moverme en el edificio. Solo una en la entrada, pero para subir de piso tenían que cargarme mis compañeros. Al principio me sentía mal pero ya después no me importaba. La gente era muy solidaria conmigo, me trataban bien. Pero para ir la universidad era mucho más difícil, había que tomar dos buses y ¿cómo iba a hacer yo? Una vez me invitaron a una reunión de estudiantes como yo, no sabía eso, que había gente de aquí y de otras ciudades que eran paralíticos y estudiaban. Me pareció asombroso eso, pero igual yo no quise estudiar en la universidad. Luego una vecina empezó a dar cursos de muñequería y yo aprendí. Después ella hizo una exposición y ¡vendí las tres muñecas que hice! Y desde entonces hago muñecas y las venden en todas esas tiendas que hay por aquí. La Alcaldía cuando están en campaña hasta se sacan fotos conmigo en la silla de rueda, pero después no dejan nada, no hacen nada. A veces pasan y hacen jornadas para dar lentes, pero más nada. Fui al CONAPDIS, porque una amiga se enteró de eso, para que a uno le dieran trabajo, pero con un salario mínimo… hago más vendiendo muñecas. Yo veo por televisión discapacitados haciendo deportes, pero aquí ¿cómo hago yo? Ni cuando estaba en el colegio había cómo, solo voy hasta la cancha a ver a los muchachos jugar. Pero es que hay mucha inseguridad. A mí me han quitado la cartera en mi silla de ruedas, ¡me la han quitado! Por eso no salgo. Si las aceras tuvieran para bajar y subir la silla de ruedas… un autobús donde uno se pudiera montar y bajar sin complicación, como los que hay en Estados Unidos o Europa, que uno se puede montar con la silla de ruedas, pero aquí no se puedan montar bien ni los que caminan. A mi abuela el otro día casi la dejan sin una pierna tratando de montarse en uno” …
Más allá de las vivencias particulares que relatan y que dan cuenta de la manera como asumen su condición, encontramos en común en todas ellas, un sentimiento de indefensión social. Si bien han encontrado la manera de sobrevivir por sus propios medios hasta la fecha, ha sido gracias a conexiones de aliados, afectos, ayudas que otros les han dado, pero con muy escaso apoyo de la institucionalidad pública. Se muestran desinformadas sobre lo que sus gobiernos locales tienen para ellas, y de existir, tienen la percepción de que es muy difícil acceder a esos beneficios. La inseguridad es un elemento que influye muchísimo en las decisiones que toman y se convierte en la principal razón por la cual se inhiben para actuar en su entorno, con toda razón.
La educación parecería ser la clave para que estas mujeres echaran hacia adelante. Lo vemos en el caso de Elisa quien, con su empeño, no reprodujo el patrón característico de las guajiras en el municipio Maracaibo (preñarse y trabajar en casas de particulares), antes bien, se procuró en medio de todas las dificultades, tiempo y dinero para graduarse y tener un mejor nivel de vida. A Soledad le fue negado por la época que le tocó vivir y a Andrea le está dificultado por su limitación para movilizarse.
Las tres viven en un país que no les ayuda a compensar lo que pierden por sus condiciones existenciales. En países desarrollados, los gobiernos invierten y apoyan en quienes más lo necesitan. Hacer conscientes a todos de lo que mujeres como estas viven todos los días, que las tenemos muy cerca, por cierto, es un paso fundamental para comenzar a construir una sociedad más inclusiva y menos discriminatoria, donde la diversidad sea visto de forma positiva y no fuentes adicionales de desigualdad.
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