Las crisis impactan fuertemente la vida de las personas. Usualmente han sido fuente de dolor y causa de profundos cambios físicos o psicológicos a nivel personal y comunitario. Se ha demostrado que las redes habituales de protección familiar y social quedan alteradas y desestructuradas al ocurrir un evento estresante como migraciones, desastres naturales, emergencias humanitarias complejas o conflictos armados. Pero también, como dice el viejo adagio, son fuente de oportunidad y transformación, que bien aprovechadas pueden construir nuevos caminos para el desarrollo.
Los seres humanos hemos demostrado a lo largo de la historia que tenemos una capacidad enorme para adaptarnos a los entornos y circunstancias más difíciles, que aprendemos y nos renovamos en cada interacción con nuestro medio y que acumulamos un bagaje de experiencias que dan cuenta de la resiliencia con la que superamos cada adversidad que la vida nos presenta.
Al mismo tiempo, como en todo fenómeno social, el impacto que sufren hombres, mujeres, niñas y niños no es el mismo, porque los recursos y fortalezas de afrontamiento varían de acuerdo a la edad y el sexo, pero también por otros factores como la raza, la clase social, la orientación sexual, la etnia, la presencia de discapacidades o lugar donde se vive.
Por ello, un programa integral de ayuda y defensa de las víctimas de desastres o situaciones de emergencia humanitaria debe reconocer esa realidad y trascender al androcentrismo que caracteriza a muchas intervenciones, que parten del supuesto tácito de que las necesidades masculinas son el eje en torno al cual se vertebran todas las acciones. Cuando esto pasa, se deja por fuera una amplia gama de grupos que requieren soporte adaptado a sus particularidades humanas. Como en todo, un enfoque “talla única” no funciona ni garantiza equidad, igualdad ni justicia.
Conscientes de esto, muchas agencias de cooperación internacional que se dedican a la acción humanitaria han establecido normativas y principios que guían las intervenciones dirigidas a la prevención de crisis, la preparación y respuesta a la reducción de la vulnerabilidad, el afrontamiento de riesgos, la promoción de la resiliencia y el aprovechamiento del liderazgo, enfocado en las mujeres. Sus marcos de acción involucran desde jefas de hogares en contextos de guerra, desplazamientos, catástrofes o pandemias, así como atención a mujeres refugiadas, buscando proporcionarles soluciones que tomen en cuenta sus especiales condiciones de vida, evitando caer en estereotipos y roles tradicionales de género.
Para conversar en torno a este importante tema pedí opinión a Irene Coello Collada, Internacionalista y Magister en Derechos Fundamentales, con amplia formación en teoría de género. Ella actualmente se desempeña como Oficial de Asuntos Humanitarios y Punto Focal para Género y Diversidad en la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en Venezuela y con mucha generosidad nos dio un punto de vista novedoso y muy actualizado en la materia:
Susana: Los organismos de cooperación internacional que se abocan a atender y conducir programas de asistencia humanitaria reportan que las mujeres son a menudo las primeras en responder a una crisis, y desempeñan un papel central en la supervivencia y la resistencia de las familias y las comunidades. ¿Lo has visto así en la práctica?
Irene: Las crisis humanitarias, provocadas por causas naturales o de otra índole, impactan el día a día de las personas y en su capacidad para cubrir sus necesidades más básicas. Ante una emergencia, prima ante todo ese instinto de subsistencia que forma parte de todos los seres humanos, sin importar sexo, edad u otra condición. En muchos casos, las mujeres juegan un papel central, por ese rol asociado a lo doméstico, que termina extrapolándose al espacio comunitario.
Es normal ver lideresas comunitarias al frente de la administración de programas destinados a atender temas de alimentación, salud, educación entre otros, de los cuales sus propias familias y comunidades son beneficiarias. En tal sentido, hay un interés legítimo en que estos programas sean gestionados de forma eficiente, beneficiando a la mayor cantidad de personas y comunidades en necesidad. Y generalmente, en la práctica vemos a las mujeres al frente de estos procesos comunitarios
Susana: ¿Cuál es la importancia de incorporar perspectiva de género en la acción humanitaria?
Irene: Hay que pensar primero que las desigualdades entre hombres y mujeres, niños y niñas suelen preexistir antes de que ocurra una crisis. Una vez que esta tiene lugar, su impacto en cada uno de ellos es diferente a causa de los distintos estatus y roles sociales, de las posibilidades de acceso a recursos, etc. de estas personas. Estas condiciones de partida ponen a hombres, mujeres, niños y niñas en posiciones distintas para acceder a los recursos y servicios que necesitan para sobrevivir y recuperarse.
Integrar la perspectiva de género en la respuesta humanitaria es un mandato del Comité Inter-agencial (IASC, por sus siglas en inglés) que define, al más alto nivel, políticas que guían y definen el estado del arte de la acción humanitaria, desarrollando grandes acuerdos entre los actores humanitarios a nivel global. Pero más allá de ser un mandato es simplemente un abordaje lógico: si las desigualdades anteceden al desarrollo de una crisis, esto quiere decir que en la práctica estas pueden exacerbar estas inequidades preexistentes y manifestarse en necesidades distintas para hombres, mujeres, niños y niñas. Así también, hay que tomar en cuenta que estos pueden tener ideas y perspectivas distintas sobre cómo abordar efectivamente los problemas causados por la crisis y que tienen capacidades diferentes para hacerlo.
En tal sentido, incluir la perspectiva de género en la respuesta humanitaria es tremendamente importante porque toda la comunidad se beneficia de ello. Hombres, mujeres, niños y niñas aportan en la identificación de necesidades humanitarias y ayudan a caracterizar cómo estas les son distintas. Una respuesta humanitaria sin enfoque diferencial asume que todas las personas son iguales y que tienen las mismas necesidades y ya sabemos que en la práctica esto no es cierto. Importante además tener en cuenta la necesidad de incluir un enfoque interseccional, que ayuda a identificar aún más en detalle necesidades específicas de, por ejemplo, una mujer afrodescendiente, de recursos limitados, sin hogar propio, con discapacidad, madre soltera, en situación de movilidad.
Susana: Para ti ¿Cuáles son los principales efectos adversos que sufren las mujeres y niñas en contextos de emergencia humanitaria?
Irene: Tendría que destacar, primeramente, la forma en cómo los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y niñas se ven afectados. Generalmente se priorizan los temas de alimentación o salud, por ejemplo, porque se entienden como una necesidad primaria. Pero también es cierto que la posibilidad de poder acceder a métodos anticonceptivos o gestionar dignamente la higiene menstrual es para las mujeres una necesidad tan básica como la alimentación. En el caso de una niña en edad escolar, la diferencia entre recibir un kit con artículos como toallas sanitarias, puede marcar la diferencia entre poder asistir o no a la escuela durante su menstruación.
Por otro lado, pienso inmediatamente en el tema de la violencia contra las mujeres y niñas y cómo esta se exacerba en contextos de emergencias -como lo hemos visto en el marco de la pandemia por COVID-19-, razón por la cual es tremendamente importante tener un enfoque transversalizado de género, pero también de violencia basada en género, poniendo especial atención en temas como la prevención de la explotación y el abuso sexual en el contexto de la acción humanitaria. Todos estos deben estar en el centro de la respuesta para que sea significativa para mujeres y niñas.
Susana: ¿Crees que las estrategias de género de las agencias de ayuda humanitaria también pueden ofrecer a las mujeres nuevas oportunidades? ¿Cuáles?
Irene: Definitivamente. La acción humanitaria con enfoque de género tiene una ventaja valiosísima con respecto a acciones de desarrollo que tienen unos tiempos de ejecución más largos: en contextos de crisis, es posible construir nuevas formas de relacionarse entre hombres y mujeres, niños y niñas y ayudar a provocar rápidamente cambios estructurales que persisten en el tiempo, ayudando a disminuir desigualdades y a promover los derechos humanos de las mujeres.
Un programa sobre medios de vida, como una formación en carpintería para mujeres, por ejemplo, puede mejorar el acceso de estas al empleo, su autonomía financiera e independencia, ofrecer mayor control sobre recursos familiares, fortalecer su proceso de toma de decisiones desde el conocimiento y la autoconfianza y, en fin, redundar en beneficios para sus hijos e hijas y el resto de la familia. Existen estudios que demuestran que las mujeres reinvierten casi todo su dinero en beneficio de sus familias. Con mujeres, todos ganan. El reporte de ONU Mujeres de 2015 titulado, “The Effect of Gender Equality Programming on Humanitarian Outcomes”, destaca muchas experiencias positivas y lecciones aprendidas en este sentido.
Susana: Por último, Irene ¿Las agencias que trabajan por estos programas de acción humanitaria tienen participación de mujeres activistas en posiciones de alto nivel? ¿O es un sector más bien masculinizado?
Irene: Como todos los temas de relaciones internacionales, la acción humanitaria ha sido un espacio tradicionalmente masculino. Con los años, el sector se ha ido diversificando y se ha avanzado de una perspectiva androcéntrica y occidental a una más pluralista. Pero aún queda camino por andar. Creo que lo más importante a destacar en este punto, es el reconocimiento de la necesidad de más mujeres líderes en el sector humanitario y sobre todo el compromiso de las organizaciones humanitarias de trabajar para lograr este objetivo. Con mucho orgullo, tengo que decir que OCHA a nivel global, ha confirmado en días recientes una composición paritaria a nivel de personal profesional internacional en todos los niveles, y que trabajamos todos los días en promover la igualdad en nuestros espacios de trabajo, con respeto a las diferencias.
Ha sido muy revelador conversar con Irene y confirmar que las crisis humanitarias no son neutrales al género. Para que los derechos de las mujeres sean protegidos y respetados es necesario incorporar mirada feminista en las acciones que se emprendan tanto externamente, escuchando sus voces e incorporando a las beneficiarias en la toma de decisiones, como internamente, en la composición paritaria de líderes que conforman los equipos de respuesta.
Al transversalizar estrategias de género, las agencias de ayuda humanitaria están ofreciendo a las mujeres nuevas y mejores oportunidades, obteniendo un mayor impacto social y abriendo caminos al necesario y urgente cierre de las brechas que ha generado la histórica desigualdad entre hombres y mujeres.
Susana Reina.