La salud femenina, la medicina y el prejuicio.

La salud femenina, la medicina y el prejuicio.
junio 25, 2021 Aglaia Berlutti
feminismo

Hace unos días, un conocido me insistió que la resistencia al dolor de las mujeres “es superior a la masculina” y por ese motivo, parir “debe ser un acto doloroso”. Lo dijo, con una convicción tan lineal y concreta que me dejó desconcertada. Añadió, además, que, por ese motivo, buena parte de las mujeres “no requieren ni piden calmantes”, porque “saben que el dolor es parte de su cuerpo”. Cuando le comenté que todo paciente — del género que sea — necesita aliviar sus síntomas de la forma en que la medicina lo permita, me miró con verdadera sorpresa.

— ¿Otra idea loca de las feministas?
— ¿Qué es con exactitud “una idea feminista” en recibir tratamiento médico?

Mi interlocutor pareció incómodo. Como lo saben la mayoría de quienes conocen, soy la feminista de guardia de mis familiares y amigos, lo que equivale a decir que soy la que responde preguntas incómodas, la que puede escuchar discusiones con cierto grado de paciencia y la que, sin duda, tiene algunas respuestas. No todas, claro, pero en alguna medida, algunas interesantes sobre el hecho de la mujer como figura histórica, cultural y simbólica.

De modo que asumo, esta conversación tomará el conocido derrotero de “entiendo que lo que piensas se debe al feminismo” y no “es inaudito lo que planteas”. A pesar de eso, me digo, intentaré no perder la paciencia. De vez en cuando soy optimista.

— Las mujeres paren con dolor. Ya saben cómo es eso. Su relación con el dolor es distinta a la de un hombre — insiste.
— Eso es cultural.
— Es físico.
— Si le das calmantes a una mujer que sufre, los agradecerá de la misma forma que un hombre.

Aunque parezca increíble, no es la primera vez que un hombre me dice algo semejante. Y lo dice, desde lo que parece ser una convicción inmediata y sin demasiado sentido, sobre el hecho de que la mujer — su vida, biología — tiene una relación ancestral con el dolor definitiva y concreta. Una mujer puede — y de hecho, sufrirá — porque la concepción sobre la salud es un tema femenino.

Es un tema que la mayoría de las veces resulta idealizado en la literatura e incluso, llevado a cierto plano edulcorado que le resta peso y sentido. Por ese motivo las historias basadas en cuadros médicos y descripciones sobre síntomas específicos, suelen ser un recorrido intelectual y moral sobre la mirada del enfermo acerca de su condición, antes que una reflexión sobre el impacto directo que las dolencias físicas pueden causar, como en la vida de quien las padece.

Pero, además, cuando se analizan las relaciones entre la mujer y el dolor, la salud y en especial la forma en que la medicina profundiza en concepciones semejantes, las respuestas a menudo son inquietantes. Desde la invocación de preceptos bíblicos, hasta la percepción de que la mujer puede y debe soportar el sufrimiento físico por una especie de deber cultural, la mirada sobre la salud femenina siempre será incómoda y en el mejor de los casos, sujeta a una discusión casi extravagante sobre cómo concibe la cultura. Lo más singular — y preocupante — es que la noción sobre la mujer y el ámbito de lo médico, siempre parecen rozar el poco deseable “deber ser” sobre lo femenino.

— Una mujer soporta un parto ¿no quiere decir eso que su salud es distinta a la de un hombre? — insiste mi interlocutor.
— No, implica que atraviesa procesos físicos distintos — explico — y eso no implica que necesite menos ayuda médica.

En una ocasión, una maestra del colegio en que estudié se negó a que permitirme tomar un calmante para una paralizante migraña, porque como mujer “estaba en capacidad de resistir”. Me lo dijo, a pesar de ver que lloraba por el dolor y que tenía esfuerzos incluso para mirar la luz del sol.

Ya como una adulta, un profesor universitario insistió en que faltar a un examen por un cuadro especialmente duro de síntomas menstruales “era una excusa” y de hecho, me amenazó con repetir la evaluación porque “sabía que se trataba de un truco”. Recuerdo ese comentario, la sensación dolorosa, pura frustración angustiada, que me provocó la actitud del profesor. La pregunta inmediata sobre cuántas mujeres han sufrido situaciones parecidas. De cuántas mujeres deben a diario lidiar con prejuicios acerca de su salud, de las implicaciones del desconocimiento médico del organismo femenino o el menosprecio a síntomas muy específicos asociados con el género.

El libro “Ask Me About My Uterus” de la escritora científica Abby Norman, resulta toda una rareza, no sólo por su análisis sobre la enfermedad como un hecho cierto y evidente, sino además como una percepción elemental de las relaciones de poder entre médico y paciente, a partir de percepciones concretas sobre el género. Norman reflexiona sobre la alarmante tendencia médica a ignorar o sub diagnosticar dolencias de índole poco clara — como cuadros de migraña, fibromialgia, dolores menstruales especialmente fuertes y otros tantos cuyos síntomas no son atribuibles a un trastorno único — y lo hace a través de su experiencia, luego de sufrir durante años un severo cuadro de endometriosis.

Norman no sólo tuvo que enfrentarse al dolor sino también a la incapacidad médica — y la mayoría de las veces, la indiferencia — de proporcionarle alivio e incluso un diagnóstico preciso sobre lo que le ocurría. Sólo por ser mujer. Sólo porque la mayoría de los síntomas que sufría parecían relacionados directamente con su género. Al final, la experiencia demostró a Norman que el mundo médico sigue siendo un terreno inexplorado, frío y con sus propias reglas, que no siempre resultan beneficiosas para las mujeres. Y que, de hecho, una mujer debe enfrentar con frecuencia un terreno minado de los diagnósticos basados en prejuicios y el menosprecio a la credibilidad de la mujer.

Además, el testimonio de Norman deja muy claro el hecho de que la salud y los prejuicios son una peligrosa combinación al momento de brindar cuidados efectivos para síndromes cuyos síntomas suelen ser confusos o poco claros. Abby Norman era una mujer sana hasta que en el año 2010 perdió casi veinte kilos luego de experimentar por meses un dolor paralizante por lo que fue hospitalizada en más de una ocasión. Los síntomas — dolor localizado y focalizado en el vientre, hemorragia vaginal copiosa — parecían apuntar hacia un grave cuadro de endometriosis, una afección crónica que afecta a una de cada diez mujeres en el mundo y que provoca severos trastornos físicos de índole ginecológico.

Norman reconoció los síntomas — como escritora de divulgación científica tiene conocimientos precisos sobre el tema médico — pero sus opiniones al respecto fueron desestimadas y sus médicos insistieron que el cuadro que sufría era una infección del tracto urinario, cuyos síntomas suelen en ocasiones ser idénticos a los que padecía pero que podrían haberse analizado desde un ángulo distinto de haberse tomado otra alternativa médica.

Pero Norman siguió padeciendo los síntomas y además, transitando un complicado trayecto médico que agravó su salud de salud general. No sólo el tratamiento que le fue recomendado no funcionó, sino que además el dolor que sufría se hizo tan insoportable que la obligó a dejar su empleo y a recluirse en su hogar, sin posibilidad de mejoría. No obstante, Norman no se amilanó y decidida a encontrar un diagnóstico más preciso, siguió investigando por su cuenta junto a otros expertos médicos que le permitieron analizar su caso de manera distinta.

Decidida a encontrar un diagnóstico que pudiera ayudarle, logró comenzar a trabajar en un hospital y a través del contacto con otros pacientes en condiciones similares a la suya, logró comprender los alcances e implicaciones del descuido médico que había sufrido en carne y sobre todo, la dura percepción sobre la relación entre paciente y médico que suele distorsionarse debido a la indiferencia, malas prácticas y diagnósticos errados. Decidida además a encontrar una cura para su padecimiento, Norman dedicó años de investigación y trabajo hasta lograr allanar el camino hacia una comprensión más profunda sobre el diagnóstico compasivo o lo que es lo mismo, la capacidad del médico de cabecera para escuchar y comprender a su paciente.

El resultado de todo este complejo camino es el libro “Ask Me About My Uterus”, una magnífica visión no sólo sobre el sistema médico norteamericano sino la percepción del paciente como parte del mundo médico. Además, se trata de una meditada visión sobre los prejuicios que suelen interferir en los diagnósticos y, sobre todo, la manera como comprendemos la relación entre el ámbito médico y la capacidad para mejorar la vida del paciente.

La escritora no solo crea una percepción pormenorizada sobre la forma de ejercer la medicina en su país, sino que además reflexiona sobre el hecho de que un tardío diagnóstico — basado en cierta sutil discriminación sobre su credibilidad como paciente — provocó que sufriera de espantosos dolores durante años sin encontrar una forma de diagnóstico que pudiera atenuarlos. Un sufrimiento que se acentuó por la incapacidad de Norman para convencer a sus diferentes médicos de cabecera sobre lo agudo de su padecimiento físico.

En varios momentos del libro, Norman analiza la forma como el prejuicio hacia el sufrimiento — “En más de una ocasión los médicos me aseguraron que mi nivel de tolerancia al dolor era casi tan bajo como el de un niño” asegura — puede permear no sólo la forma en que se comprende y se analiza el dolor como síntoma sino cómo influye una invisible discriminación en la percepción general de un cuadro médico. Norman tuvo que enfrentar médicos que insistieron en que “exageraba”, que no “podía sentir tanto dolor” hasta la directa negativa de llevar a cabo todo tipo de exámenes que pudieran haberle permitido un diagnóstico más preciso. Toda una muestra de cómo la mezcla entre prejuicios y la conclusión médica pueden ser más peligrosos de lo que podría suponerse.

El libro está lleno de datos preocupantes sobre el hecho de que la mayoría de las veces, un cierto machismo soterrado suele sostener las dinámicas médicas y sobre todo, pesar sobre el diagnóstico final que el paciente debe soportar. Por ejemplo, el dato que según el Wellcome Trust Sanger Institute de Gran Bretaña, las mujeres — desde autoras hasta análisis sobre cuadros de diagnóstico — todavía constituían el 41 por ciento de los ensayos clínicos publicados en 2006 y que la mayoría de las investigaciones, tenían una mayor tendencia a relacionar el género con la forma de diagnóstico.

Norman compara esa visión restringida de lo femenino — la percepción de la salud de la mujer, tanto reproductiva como de otra índole — en la forma en que la medicina suele despachar síntomas que se consideran “típicamente femeninos”. También cuenta anécdotas que resultan preocupantes a luz de semejantes datos: El 70% de las mujeres aquejadas de endometriosis y otros trastornos asociados al dolor por ciclos menstruales, suelen ser diagnosticadas sin profundizar en sus síntomas. Un preocupante 30% de mujeres que han padecido endometriosis recibieron diagnósticos equivocados que empeoraron o mantuvieron los síntomas y algunas, tuvieron que abandonar empleos y rutinas personales debido al aumento del sufrimiento físico que padecían.

Norman, que tuvo que atravesar desde un análisis erróneo de sus síntomas hasta comentarios que se trataba de un padecimiento “de índole y naturaleza sexual que no se relacionaban con problema médico alguno”, lleva a cabo una investigación profunda sobre cuestiones de salud femenina que, a pesar de reflexionarse bajo el marco de la médica en un país del primer mundo, podría aplicarse a casi cualquier lugar del planeta.

La escritora descubrió que su lucha porque se tomara en serio su dolor extremo, era en realidad un reflejo de una percepción sanitaria que se remonta a 1800 y que suele trivializar el dolor femenino en una idea nebulosa sobre la tolerancia a la respuesta física a determinados síntomas. Norman cuenta la impotencia que le produjo comprobar que para la mayoría de los médicos que le atendieron, trastornos como el dolor vaginal menstrual, presión uterina, sexo doloroso e incluso problemas sexuales derivados de problemas físicos específicos, no eran analizados como trastornos sino como parte de algo mucho más brumoso relacionado con la identidad de género.

Las entrevistas con expertos, investigaciones privadas e incluso, documentación basada en métodos médicos análogos, le demostraron a la escritora que hay una evidente relación histórica y culturalmente tensa entre las mujeres y sus médicos. También deja claro que no se trata de un problema superado y que lo más probable es que aún la búsqueda de respuestas y de la buena salud de las mujeres deba atravesar el complicado terreno del cuestionamiento y el prejuicio.

Se trata sin duda de una biografía sobre el dolor, escrita de manera apasionante, pero sobre todo, un testimonio preocupante sobre el hecho de lo que debe enfrentar un paciente — hacia el ámbito más general, sea mujer u hombre — al momento de enfrentarse a un cuadro médico poco típico. El libro señala los numerosos intentos fallidos — más de nueve — de recibir un tratamiento adecuado para su condición y la manera como tal cosa, no sólo afectó su salud sino también su vida.

A pesar de sus claros síntomas, Norman tuvo que luchar contra la burocracia y la percepción médica que calificaba su dolor como “inexplicable” y que por tanto no dependía de un solo diagnóstico. La escritora examina también “el discurso de los males de las mujeres”, haciendo énfasis en el hecho que, durante buena parte de la historia, la mujer ha tenido que atravesar una interpretación médica que insiste en una cierta narrativa histórica sobre la debilidad, poca confiabilidad e incluso fragilidad mental del paciente femenino.

Al final, “Ask Me About My Uterus” es una mirada durísima a la sociedad que fomenta el prejuicio, pero además también, la forma como esa revisión de lo cultural influye de manera definitiva en situaciones de índole médica. Quizás este es el pensamiento más preocupante en la mirada de Norman sobre el mundo científico que debió enfrentar.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comments (0)

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*