“Todas las mujeres Millennials padecieron un desorden alimenticio o estuvieron al borde de hacerlo”. Esa aseveración que leí en un tuit me hizo reflexionar que sí, fue verdad. Diría además que fue particularmente duro para aquellas que nacimos en los años 90.
Durante nuestra niñez y adolescencia todo se centraba en nuestra apariencia, en especial cuántos kilos había de más. Era frecuente escuchar frases como “tienes sed, no hambre así que toma agua”, “cuídate la boca”, “cómete un chicle y se te pasa”, “no comas tantas frutas que eso tiene azúcar”, “este cereal sirve para eso” y muchas más.
A diferencia de la ropa holgada y cómoda de los 90, durante los 2000 las tendencias de moda se obsesionaron con resaltar cuán delgadas podíamos llegar a ser: jeans de corte extra bajo, blusas de tirantes y todo pegado al cuerpo para demostrar que nada sobraba.
Tomamos como frase “motivacional” una oda a dejar de comer con la frase “Nada sabe tan bien como la sensación de estar delgada” (Nothing tastes as good as skinny feels) de la modelo Kate Moss en 2009.
Sin duda fue una época muy contradictoria pues mientras recibías correos o folletos de concientización sobre los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) para que no te pasara a ti, también estabas rodeada de mensajes que te incitaban a vivir para bajar de peso como único logro.
Por supuesto, ellas también
Disney Channel, Nickelodeon, Fox o MTV… no había canal de televisión donde no viéramos a nuestras artistas favoritas cada vez más delegadas. Hoy, años después, todas reconocen que no estaban bien y que además fueron sexualizadas. Actrices como Hilary Duff, Lindsay Lohan, Alexa Vega, Amanda Bynes y Mary Kate Olsen admitieron haber sufrido de anorexia o bulimia entre 2005 y 2007.
“Estaba totalmente obsesionada con todo lo que me metía en la boca. Estaba demasiado delgada, no era saludable. Mis manos se acalambraban mucho porque no estaba recibiendo la nutrición que necesitaba”, dijo Duff en 2012.
Durante mucho tiempo Bynes acaparó la atención de los medios de comunicación por sus problemas de salud mental y episodios en redes sociales. Tras años de recuperación pudo contar en una entrevista a Paper Magazine que todo inició por sufrir de dismorfia corporal y querer ser delgada a toda costa por lo que empezó a usar pastillas que prometían mantenerla “en buena forma”.
Mientras leía e investigaba para este artículo no pude evitar sentir tristeza por tantas amigas que lucharon durante años contra algo que es igual de natural que respirar: el hambre. Aquellas que no iban a piscinas o a la playa por no querer usar trajes de baño, aquellas que desarrollaron gastritis porque pasaban días sin comer o aquellas que pidieron como regalo de cumpleaños una suscripción a un gimnasio.
También por mí, por pensar durante años que había números malos y números buenos, comidas buenas y comidas malas cuando en verdad, para la edad que tenía, estaba bien.
“Verse bien por fuera no es sinónimo de bienestar emocional. Hay que tener mucha empatía y no pensar en las personas que sufren de TCA como cabezas huecas a quienes solo les preocupa su cuerpo”, asegura la socióloga en terapia de familia, Andreína Ramírez.
Debemos tener esto en mente siempre pues no me quiero imaginar los escenarios posibles si a todo este panorama se le hubiesen sumado redes como Instagram, existente desde 2010 y donde los filtros parecen ser una ley.
No diré que la Generación Z no sufrirá de este tipo de problemas pues aún hoy hablamos de los efectos que la edición exagerada de imágenes tiene en el autoestima e identidad de todas y todos, pero sí creo que buscan crear un mundo más igualitario, diverso e inclusivo. Ven la belleza de muchas formas y tallas pues no tienen un único molde.