Me gustaría compartir con todos lo que significa el concepto de Democracia Paritaria aprovechando que estamos en pleno proceso electoral, postulaciones, planchas, nominados y todo ese movimiento político previo a una elección. Es un excelente momento para plantearse la necesaria inclusión femenina a partes iguales, por dos razones: Una, porque estoy convencida de que haber dejado histórica y sistemáticamente a las mujeres por fuera del juego político y gubernamental, nos trajo hasta estos desastres. No hay forma de tener una democracia sustentable eliminando del espectro a la mitad de la población o, como ha sido práctica de algunos, poniéndolas como relleno en las listas o cargos para aparentar una ilusión de igualdad.
Y dos, porque a grandes males, grandes remedios. Este un momento histórico de grave desaceleración económica y retroceso democrático que amerita voltear la tortilla e incorporar de forma masiva a las mujeres en posiciones de mando y decisión, sobre todo en medio del cuestionamiento radical de que este proceso electoral de cara a las regionales legitima a una dictadura, pero allá donde se abra la posibilidad de ejercer el derecho al voto y copar espacios de poder, las mujeres no podemos quedarnos atrás.
Confieso que escribo esto un tanto desalentada porque a juzgar por las fotos de los últimos momentos cumbres de la actual coyuntura política, lo que se ve es un hombrerío, tanto de la MUD como del PSUV y el Gobierno. Idem en las empresas privadas y en los espacios de poder económico. Las mujeres no estamos, sencillamente. No voy a entrar en las causas ahora, pero las que para mí explican la situación están bien lejos del “ellas no quieren”, “es que no hay”, “no están preparadas”. Es dentro de esa estructura patriarcal que segrega e invisibiliza donde urge hacer los cambios por la igualdad sustantiva (la real, la de resultados) lo cual requiere dos momentos fundamentales: primero, que lo vean. Segundo, que cedan espacios.
Esa sí sería una revolución de verdad, ambiciosa y de fondo, llamada a cambiar las relaciones de poder entre géneros de una vez y para siempre. A pesar de lo difícil que pueda parecer, y en medio de estas circunstancias políticas, aquí va el planteamiento central de lo que la democracia paritaria supone, asumiendo con esperanza, que es en las verdaderas crisis donde las transformaciones culturales encuentran su nicho para asentarse.
El término democracia paritaria es de relativa reciente data, promulgado en la Conferencia de Atenas en 1992, donde se definió como “total integración, en pie de igualdad de las mujeres en las sociedades democráticas, utilizando para ello las estrategias multidisciplinarias que sean necesarias”. Según la Comisión Europea por la Igualdad, es más que una propuesta de participación equilibrada de mujeres y hombres en los procesos decisorios políticos, es un “reclamo de vertebración social y un cuadro de responsabilidades compartidas tanto en el ámbito público como en el privado-doméstico”. Para ello, exige una tasa de participación similar o equivalente, no menor al 40 y no mayor al 60% de mujeres y hombres en el conjunto del proceso democrático.
El modelo de democracia paritaria exhorta a todos los actores, públicos y privados, y emplaza a la sociedad en su conjunto a un nuevo e ineludible pacto social en el que mujeres y hombres convivan en armonía y compartan responsabilidades, tanto en el ámbito público como en el privado, en un marco de complementariedad y corresponsabilidad. Si bien el planteamiento es novedoso porque supera la consabida cuota del 30% y va por la mitad de todo, tiene su aval en la normativa internacional establecida en las cuatro Conferencias Mundiales de las Mujeres (México, 1975; Copenhague, 1980; Nairobi 1985; Beijing, 1995), el Tribunal Penal Internacional plasmado en el Estatuto de Roma, pronunciamientos reiterados de la OEA, de la Unión Europea, Parlatino, ONU Mujeres y otros importantes organismos que promueven en sus declaraciones y documentos la necesidad de que los países garanticen la participación equitativa, equivalente y equipotente entre géneros en las instancias decisorias.
Sin embargo, no todos los Estados han adoptado estas disposiciones en sus prácticas habituales. Como suele suceder hay una inmensa brecha entre el discurso, las leyes y los acuerdos formales y la realidad, al grado que se encuentran referencias a la cultura de la simulación y a la cultura de la apariencia (Tello,2017). Las Américas son la región del mundo con la más alta representación parlamentaria de las mujeres con un 27,3%, aun cuando siete países incluyeron en su normativa electoral la obligación de 50% de candidatas (Venezuela no es uno de ellos, contradiciendo la propaganda de que son el gobierno más feminista de la historia). Mientras Bolivia ha logrado el resultado de paridad, otros cuatro países están sobre el 40% en la Cámara Baja o Única, pero existen diez países que están por debajo del 15% de representación femenina: Venezuela, Guatemala, Saint Kitts and Nevis, Bahamas, Saint Vincent and the Granadinas, Jamaica, Antigua y Barbuda, Brasil, Belice y Haití. Según la Unión Interparlamentaria esté último no tiene ni una sola mujer diputada. Pareciera que existe una relación directamente proporcional entre desigualdades sociales de todo tipo, violencia, pobreza y subdesarrollo marcado, con la exclusión de las mujeres de la política.
Este mandato por la paridad es en esencia un principio de democracia, que por su ambición y envergadura genera lógicas resistencias. Un típico contra argumento al de las cuotas de participación femenina o medidas de acción positiva como se les llama, es el del mérito como vía para acceder al poder con independencia del género. Quienes así piensan no están viendo que las condiciones de partida de hombres y mujeres es ya desigual. No tenemos las mismas posiciones privilegiadas con la que arrancan la vida los hombres. Sobre igualdad de oportunidades dice Giovanni Sartori “Igual acceso para todos y todo por mérito, es una cuenta; iguales condiciones de partida que den a todas iguales capacidades iniciales es otra cuenta totalmente diferente”. Por ello es que se recomienda la adopción de acciones positivas o “medidas temporales para acelerar la igualdad de facto” porque justamente se precisa compensar de alguna manera la desigualdad de condiciones de entrada. Voluntariamente la cosa no va a suceder por razones más que obvias.
Es evidente que el modelo de democracia paritaria propone una agenda ambiciosa, pero absolutamente necesaria para la verdadera reivindicación de la justicia social y el pleno goce de los Derechos de las mujeres, en pleno siglo XXI. Como dice Lukoschat: “en la medida en que las relaciones y posiciones de poder y decisión, oportunidades laborales, ingreso y uso del tiempo, sigan siendo desiguales entre mujeres y hombres, asistiremos indefinidamente a una democracia débil, incompleta y deficitaria”. Parece mentira que todavía haya que justificar y explicar esto, pero así estamos y hacia la paridad vamos.
Publicado en Efecto Cocuyo