
En una secuencia de artículos publicados con anterioridad (Parte I y Parte II) hemos venido historiando puntuales acontecimientos vinculados con el inédito proceso de la conceptualización del término de violencia obstétrica en Venezuela. A modo de recordatorio, en el 2007 Venezuela fue el primer país del mundo donde se categorizó la violencia obstétrica (VO) incorporándose en su legislación en materia de derechos humanos de las mujeres, específicamente en la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en la cual la violencia obstétrica es tipificada como un tipo de violencia contra las mujeres.
Habíamos mencionado que el libro “La experiencia del parto: proceso de la mujer o acto médico” (2000) fue emblemático para la categorización de la VO. El mismo contiene el resultado de dos investigaciones: la primera analiza los testimonios de mujeres atendidas en salas obstétricas hospitalarias, referida en artículo anterior. En este artículo presentaremos los resultados de la segunda investigación, cuya matriz de análisis fue construida con los testimonios de mujeres atendidas en la Sala de parto de Turmero, en el Estado Aragua, Venezuela.
En 1997 fue creada la Sala de parto de Turmero. Su concreción fue posible por el momento histórico-político del país cuando el diseño de las políticas públicas era descentralizado, es decir, los estados tenían la potestad de diseñar sus políticas, según sus realidades regionales. Con la sinergia de las coyunturas sociales en 1996 habíamos logrado crear el Instituto de la Mujer de Aragua, en aquel entonces yo ocupaba la secretaría ejecutiva junto a un directorio de luchadoras feministas. Desde ese pequeño espacio de decisión, apoyadas por la instancia de salud de Aragua CORPOSALUD, la Universidad de Carabobo, y varias ONGs, gestionamos la primera política de salud dirigidas a las mujeres en Aragua: la creación de “La Sala de parto de Turmero: Un espacio digno para parir”, constituyendo la primera sala de parto respetado de atención pública del país.
En Caracas, había varias experiencias muy valiosas de parto humanizado, pero todas eran privadas. Nuestro norte era crear un servicio público para la población de mujeres más vulnerables socialmente. Es relevante acotar las fortalezas de dichos espacios: no requieren de alta tecnología, ni pabellones, sino de áreas comunes de confort donde las embarazadas puedan desplazarse durante el trabajo de parto y una sala para el momento de parir donde ellas puedan decidir la posición y si desean estar acompañadas. Además, permite que los estudiantes de medicina sean pasantes en dichas salas, siendo un lugar de formación docente, donde puedan romper con el paradigma tecnocrático. Así mismo, se descongestionarían los servicios de obstetricia, dejándolos solo para embarazos de alto riesgo, que vendría a ser el fin de un hospital, dar respuestas a las patologías. La sala de parto de Turmero fue una experiencia piloto en el país y fue referencia para otros países de América latina.
En la sala de parto de Turmero desarrollamos la segunda investigación con los testimonios de embarazadas atendidas en dicha sala, re-construyendo una matriz de análisis que permitió comprobar que en una institución pública sí era posible una atención que respetara los tiempos naturales del proceso del parto/nacimiento, donde las mujeres pudieran decidir sobre su cuerpo, ser protagonistas de su proceso de parir y recibir en sus brazos a su hija o hijo.
“La experiencia del parto: proceso de la mujer o acto médico” contiene un análisis comparativo entre dos paradigmas de atención obstétrica opuestos en su episteme y su praxis, quedando evidente que la atención obstétrica de rutina pautada en los hospitales públicos del país es interventora del parto y nacimiento, por ser medicalizada y patologizada, convirtiendo a las mujeres en pacientes sin estar enfermas. Por ello, con el pasar del tiempo y el juego azaroso de las coincidencias, dicha obra terminó siendo insumo teórico para la definición del término de la violencia obstétrica.
Fue un hecho reconciliador escuchar los testimonios de mujeres complacidas por la experiencia de un trato obstétrico vigilante no interventor, en un espacio sencillo y armonioso donde sus necesidades primaban sobre las ordenes médicas, donde las palabras de ellas no sobraban ni estorbaban, donde el protagonismo del proceso de parir/nacer era de ellas y de sus hijos/as. La escucha de esas experiencias fue superlativamente valiosa, porque ellas habían tenido en el pasado la experiencia de un parto hospitalario, lo que les permitía comparar y valorar sus propias vivencias. Un dato curioso y digno de mencionar fue que algunos padres confesaron en voz baja, querer más a los y las nacidas en esa sala, obviamente, porque no fueron excluidos por el dictamen de la lógica autoritaria de la obstetricia oficial.
La confabulación de la energía de las mujeres, población de dichos estudios, nos arropó con la fortuna que la publicación del libro coincidiera con el nombramiento del ministro de salud en aquel entonces, Gilberto Rodríguez Ochoa, compañero de la universidad, amigo entrañable y conocedor de nuestro trabajo. Le hicimos la petición de acompañarnos en el bautizo del libro; el único espacio en su agenda fue el 10 de marzo 2000, coincidiendo con día del/la Médico/a, ¡Más significativo no podía ser! Habíamos convocado a la prensa regional, pero, obviamente, la presencia del ministro atrajo la prensa nacional, la cobertura del acto nos favoreció para el camino futuro…
Para cerrar esta historia en el próximo y último artículo narraremos qué ocurrió para que la violencia obstétrica pasara a formar parte de la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2007).