La politóloga, escritora y activista feminista argentina reflexionó sobre el uso del término empoderamiento, la necesidad de erradicar los mandatos patriarcales de los cuales somos víctimas todas las mujeres y analizó la vinculación del feminismo con la lucha por preservar el medioambiente
María Florencia Freijo (Mar del Plata, 1987) no ha parado en los últimos años tras la publicación y promoción de sus tres libros, llevando a cabo su trabajo como asesora legislativa, dando capacitaciones, ejerciendo como activista, compartiendo con sus comunidad en redes sociales y no menos importante, liderando un hogar monoparental.
La autora de Solas, aún acompañadas (2019), MalEducadas (2021), Decididas: amor, sexo y dinero (2022), los cuales han sido un éxito en América Latina y España, nos cuenta que aún siente muchas ganas de escribir, el cómo ha disfrutado cada obra “porque disfrutar es parte del camino” y el crecimiento que ha hecho como escritora junto a sus lectoras.
En sus publicaciones, combinando datos, cifras y experiencias personales, habla de los estereotipos y juicios a los que estamos sometidas las mujeres desde antes de nacer, el mito del amor romántico, la importancia de la sororidad, ver la maternidad con más compasión, el rol de los hombres en la nueva realidad que el feminismo busca crear y también sobre el cuestionamiento a nuestros propios juicios y comportamientos machistas.
“Las lectoras cambian en cada libro y yo he cambiado mucho en cada libro también. Hay una evolución sin duda. Cuando pienso en un nuevo libro pienso en quienes ya me leyeron, las dudas que tienen ahora y escribo para resolver esto nuevo que se despierta a partir del libro anterior”.
Con frecuencia, las seguidoras comparten con Freijo sus propias historias y testimonios de cómo han sido víctimas de múltiples formas de violencia machista.
“A veces elijo algunas de las historias que me comparten y las hago públicas para demostrar que no le sucede a una sola mujer, pero cuando veo que ya pasa a ser algo más de catarsis me detengo porque no soy psicóloga y no puedo dar consejos de esa forma. Es un ejercicio de empatía en donde trato de mostrarles los componentes sociales de sus problemas más individuales. Es un ejemplo más del trabajo que se hizo en los años 70 bajo el lema de “Lo personal es político” (Millett, 1934) que eran estos grupos de ayuda en donde las mujeres se dan cuenta que sus problemas personales en realidad eran sociales y esa es la tesis de mi primer libro, Solas (aún acompañadas). Que no eres tú la que está mal. Las mujeres nos aislamos en nuestros problemas y, en general, como colectivo no lo visualizan.
Tenemos que mostrarle a las mujeres que no creen en el feminismo que también están enojadas como nosotras, lo que pasa es que muchas siguen aguantando para ser «buenas mujeres».
Que se empoderen ellos
La especialista en perspectiva de género en el sistema de justicia y en geopolítica latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires (UBA) asegura tener sentimientos encontrados con la palabra empoderamiento y su auge para referirse a los objetivos del movimiento feminista porque, por sí solo, este término no pone el foco en los problemas estructurales que impiden a las mujeres alcanzar lo que desean y a veces se usa de forma errónea.
“La palabra empoderamiento nos habla de una mujer que logra cierto lugar de poder y prestigio. Eso es una falsedad porque las mujeres para poder lograr estar en lugares para potenciar sus vidas, cualquiera que sea su vida, suelen ser aquellas que han logrado capitalizar las experiencias masculinas, llegar a un lugar tradicional masculino y por eso se considera que es una mujer poderosa”, manifiesta.
En esta línea señala que ese pensamiento trae consigo varios problemas. “El primero de ellos es creer que la sociedad y los Estados no tienen ninguna responsabilidad en las vidas en desmedro de las mujeres, sino que en realidad es una ineptitud personal que tenemos y llega la que quiere y puede, y no es así. Hay un montón de mecanismos que vulneran nuestras vidas diariamente de los que la sociedad, desde un cambio cultural, y el Estado, desde un cambio social y político, tienen que hacerse cargo. Por otro lado, al plantear que el valor está puesto en que las mujeres lleguen a lugares tradicionalmente masculinos para ser poderosas se configura culturalmente que otros lugares son de menos poder y de menor valía”.
La activista sostiene que estos lugares y roles son aquellos considerados tradicionalmente femeninos, es decir, quedarse en casa trabajando de manera no remunerada, cuidando y criando a sus hijos o ejercer profesiones del área social.
“Todo lo que hacen las mujeres como algo tradicional femenino es visto desde una mirada de desprestigio. Ahí el marketing y la industria cultural empiezan con productos sexistas como las princesas superpoderosas, la pelota de fútbol rosa, autos para niñas y así… Entonces todo el valor del empoderamiento está puesto en la idea tradicional de masculinidad. Mi pregunta es, ¿por qué a los varones no les decimos que sean poderosos con un juguete de bebé o con una cocinita? Eso sería lo lógico.
Los varones son absolutamente dependientes de las mujeres para las tareas de cuidado y de limpieza. Yo quiero que los hombres se empoderen, los que necesitan hacer un cambio individual son los varones.
Son ellos los que necesitan agarrar la escoba y empezar a ser afectivos, empezar a tener idea de lo que pasa con las familias que ellos deciden construir y de las cuales después no se hacen cargo. El problema está en que esta mirada de empoderamiento sigue poniendo el peso de la responsabilidad sobre las mujeres y además con una mirada masculina”.
Experiencia Sur
“Ni una menos”, “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir” y “Mira cómo nos ponemos” son frases que no han dejado de repetirse los últimos años en toda América Latina, especialmente en Argentina, país bandera en la región, junto a México por su lucha feminista.
Freijo recuerda que lo primero que hay que tener en cuenta es que Argentina tiene un movimiento de mujeres único en el mundo: las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que nacieron a raíz de la dictadura para buscar justicia y reparación.
“Estamos hablando realmente de un feminismo más que pionero, más que en cualquier parte del mundo. Es una historia en cadena de muchos años de lucha, por eso el movimiento feminista argentino tiene una trayectoria. Las pioneras realmente tienen 80 o 90 años, es muy impresionante. Toda esa organización y fuerza ha llevado a momentos como el Ni Una Menos o la lucha por el acceso al aborto legal, seguro y gratuito. El pañuelo verde se exportó en todos lados y eso fue una lucha que nos costó un montón, tuvo mucho costo personal para muchas, me incluyo. Las mujeres cuando están previamente organizadas si pasa algo terrible vuelven a salir a las calles.”
¿Facturamos?
Según la ONU y diversas organizaciones internacionales, las mujeres representan el 70% de las personas pobres en todo el mundo, ganan en general un 23% menos que los hombres y un 42% de ellas no puede acceder a empleos remunerados por ser responsables del trabajo de cuidado y crianza.
Esta realidad denominada feminización de la pobreza es abordada por la politóloga en sus libros y sus redes admitiendo que le asombra escuchar y conocer casos de mujeres que están agotadas, deprimidas y cansadas de su rol como cuidadoras y trabajadoras no remuneradas, pero que consideran que no pueden hacer nada para cambiarlo.
“A esto le llamo barreras subjetivas, son aquellas que están por fuera de la estructura de desigualdad, es el creer que esa desigualdad es merecida y que está bien. Hay una mala educación desde que somos muy chicas para aceptar que la condición de madre, esposa e hija ejemplar tiene que ver con una condición natural de las mujeres. Este mandato de búsqueda de la buena mujer es justamente antagónico a la mujer que reclama y a la mujer que denuncia. La mala mujer es la que identifica todos aquellos problemas sobre su vida que no dependen de ella misma.”
Asimismo, la escritora admite que le inquieta la proliferación de ciertos perfiles que suelen ser populares en redes sociales. El lifestyle y la objetificación.
“El primero no es más que el eufemismo de la buena esposa de los años 50. Las mujeres que te muestran cómo ordenar, qué comprar, cómo consumir o que fueron a la peluquería a ponerse bonitas. Hay perfiles exclusivos dedicados a mostrar el estilo de vida de ese modelo de mujer tradicional: la madre y la esposa que se queda dentro del hogar. Por otro lado, están las mujeres hiper sexualizadas, no es raro la cantidad de perfiles de modelos y de actrices que se hacen virales siempre desde lugares de consumo o de ocupar bien su rol como mujeres desde lo tradicionalmente femenino y ahí no hay cambio, no hay empoderamiento. Que sí, con eso ganas dinero y podemos decir que hay empoderamiento pero para ella misma, no como colectivo.”
Añade que también le preocupa el retroceso que las mujeres tuvieron en derechos que no son propiamente formales sino más bien culturales y las consecuencias por el COVID-19.
“La pandemia volvió a poner a las mujeres en una situación de empleabilidad informal, en esta doble carga entre lo laboral y la distribución de los tiempos del cuidado. Otro ejemplo de retroceso es lo que está pasando en Afganistán con los talibanes y el poco compromiso internacional con esas mujeres. Como abolicionista, ni hablar de los países que se suman a reglamentar la prostitución cuando hay testimonios más que concluyentes que el regulacionismo no es algo que mejore la calidad de vida de las mujeres que están en esa situación, sino que mejora la de quienes consumen la prostitución y ni hablar también sobre los vientres de alquiler y todo lo que pasó en Ucrania con bebés que quedaron atrapados en medio de la guerra porque mucha gente que pagó por ellos decía «sí, es mi bebé porque tiene mi material genético, pero no tanto como para perder mi vida y meterme en medio de la guerra, que se lo quede la madre (la mujer que lo gestó)«. Si le preguntas a cualquier madre o padre al tener a tu hijo en medio de la guerra no te importa tu vida, tú lo vas a buscar y punto.
Las regulaciones que se dan en materia de todos estos aspectos de los derechos sexuales y reproductivos siempre se dan porque mayoritariamente hay varones o mujeres que están en situaciones privilegiadas que no saben lo que es tener la vida vulnerada”.
Crisis interconectadas
Freijo ha trabajado en Argentina, Alemania, Paraguay, Ecuador y España en temas referidos al desarrollo humanitario y de acceso a los DD.HH. y hoy no se puede hablar de estos temas sin vincularlos a la lucha por proteger el hogar que todos compartimos: el planeta. Sobre este tema recuerda que sus inicios como activista por la igualdad fueron desde lo que se denomina ecofeminismo.
La también especialista en Derecho Internacional Ambiental expone que la crisis ambiental está íntimamente relacionada con la crisis en el sistema de cuidados poniendo como ejemplo la falta de soberanía alimentaria de muchas mujeres y sus hijos que se ve en peligro por las fumigaciones con elementos tóxicos y el aumento de productos industrializados, cada vez más caros y menos saludables.
“Lo que las mujeres consumimos también representa un problema, empezando por la industria cosmética que está basada en un nivel de deterioro ambiental que además produce daños enormes en nuestro cuerpo y sin duda la industria del fast fashion porque para conseguir nuestro sueño occidental de consumo de marcas reconocidas hay un montón de mujeres latinas, asiáticas y del Medio Oriente en situación de vulnerabilidad que están produciendo a gran escala por muy poco dinero. Nos tenemos que preguntar ¿es el feminismo el que tiene que tomar esa lucha también? ¿por qué siempre somos las mujeres las que tenemos que cambiar el mundo?
Me parece que no estamos teniendo respuestas porque seguimos siendo las mujeres quienes alzamos la voz, que la crisis del medioambiente les afecte tan poco a los varones habla obviamente de la estructura patriarcal. Habla del poco compromiso afectivo y de la poca conexión que el hombre tiene con el mundo en el que vive”.
Unión para el futuro
En opinión de la politóloga, actualmente hay múltiples retos para el feminismo y considera urgente la necesidad de crear acuerdos entre todos los sectores.
“El movimiento se ha fragmentado en todas partes del mundo. Vamos a tener que negociar entre quienes creemos que la perspectiva de la diversidad debe incorporarse al feminismo y quienes no lo creen, pero bajo ningún punto de vista hay que abandonar la lucha por ese desencuentro. También creo que hay una resistencia enorme a entender que los problemas feministas más relevantes para que se modifique la vida de las mujeres están relacionados con la maternidad, el uso del tiempo y el sistema de cuidados.
Todavía hay un gran sector del feminismo que ve con aburrimiento el hecho de poner en agenda los temas de las madres por no ser cool porque hay un feminismo muy joven que busca romper lo normativo y salir de lo familiar y la maternidad les recuerda lo normativo.
Queda mucho por hacer y se tiene que mejorar la forma de comunicar para que la gente entienda que esta lucha tiene todo que ver con sus derechos y su calidad de vida.