En Venezuela las más pobres son las mujeres

En Venezuela las más pobres son las mujeres
noviembre 13, 2021 Susana Reina
feminismo

Las crisis nos ponen a prueba. Sacamos energía de donde menos pensamos. Procesamos más de lo que lo hacemos en tiempos de paz. Movemos cielo y tierra si es preciso.  Que las mujeres venezolanas somos resilientes, nadie lo puede dudar. Un chamo me decía en estos días “en la casa mi mamá es la que resuelve”, realidad que seguro más de uno observa y vive a diario. El Padre Alfredo Sánchez S.J. de la parroquia La Vega en Caracas, comenta “parece que los hombres de este país se quedaron en el aparato, las mujeres son las que echan pa lante con todo; lo malo es que después eso les da rabia y se incrementa la violencia intrafamiliar, contra las mujeres y los mismos hijos”.

La actual situación económica y social, sobre todo de las más pobres, es dramática, producto de muchos años acumulados de invisibilización de las mujeres como objeto y sujeto de la formulación de políticas públicas. El peso de la crisis social y económica recae sobre todo en ellas, fenómeno conocido como “feminización de la pobreza”, expresión acuñada a finales de los años 70 por Diana Pearce en EEUU, para cuestionar el concepto de pobreza, sus indicadores y sus métodos de medición, y señalar un conjunto de fenómenos que, dentro de la pobreza, afectaban con mayor frecuencia a las mujeres.

Medeiros y Costa (2012) ​definen la feminización de la pobreza como un proceso, un cambio en los niveles de pobreza, con una tendencia en contra de las mujeres o los hogares a cargo de mujeres. Según el Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al desarrollo, de las personas que viven en situación de pobreza, cuyo total se estima en 1.700 millones, más del 70% son mujeres. Este dato constituye, en sí mismo, prueba irrefutable de que la pobreza en el mundo tiene “rostro de mujer”, fenómeno que está ampliamente documentado tanto para los países del Sur como para los industrializados (PNUD, 1995).

El concepto feminización de la pobreza alude a este hecho, pero también a otros tres más:

  1. El crecimiento de la proporción de mujeres entre la población pobre: la feminización de la pobreza es un proceso –no simplemente un estado de cosas en una coyuntura histórica particular– y existe una tendencia a que la representación desproporcionada de las mujeres entre los pobres aumente progresivamente.
  2. El sesgo de género de las causas de la pobreza: mujeres y hombres tienen roles y posiciones diferentes en la sociedad y la distinta incidencia de la pobreza en ambos es un resultado inevitable de este hecho.
  3. La mayor exposición de las mujeres a la pobreza, debido a los mayores niveles de inseguridad, precariedad y vulnerabilidad que sufren por su posición subordinada a los hombres en el sistema de relaciones de género. (aguadecoco.org)

En la IV Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Mujer, celebrada en Pekín en 1995, se afirmó que el setenta por ciento de los pobres del mundo eran mujeres. En esta Conferencia se acordó que la Plataforma de Acción dedicara una de las doce áreas críticas, a la erradicación de la pobreza que enfrentan las mujeres.

Naciones Unidas reconoció en el 2009 que «las crisis financieras y económicas» tenían «efectos particulares sobre las cuestiones de género y constituían una carga desproporcionada para las mujeres, en particular las mujeres pobres, migrantes y pertenecientes a minorías». Los recortes del gasto público en el sector social incidían negativamente en la economía asistencial», agravando las responsabilidades hogareñas y asistenciales de las mujeres. ​La Comisión reconocía la necesidad de integrar una perspectiva de género en los marcos macroeconómicos, haciendo un análisis de las políticas económicas y auditorías desde la perspectiva de género.

feminización de la pobreza

Datos que reflejan el impacto de la pobreza en las mujeres

Según data del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2015) la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral es casi 30 puntos menos que la de los hombres. En Venezuela, 4 de cada 10 hogares tienen a una mujer como jefa, en su gran mayoría sin cónyuge o compañero. La tasa de pobreza en hogares comandados por mujeres es superior en 6 puntos al promedio del país, mientras que la diferencia se incrementa en hogares encabezados por mujeres solas con hijos pequeños. Según el último censo, para el 2011 el 39% de los hogares dependía principalmente de una mujer. Hace diez años, esta cifra se ubicaba en 29% y hace 20 años, en 24%, con lo que se observa una tendencia creciente en las jefaturas femeninas del hogar, con escaso apoyo gubernamental.

La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi 2020) hizo evidente el agravamiento del problema: en los hogares venezolanos existe un 60% de feminización de la jefatura. Son hogares unipersonales. Sin embargo, ha ocurrido una reducción del nivel de participación femenina en la fuerza laboral. Por otro lado, ha habido un aceleramiento de envejecimiento de los jefes de hogar, con una edad promedio de 51 años en las mujeres, quienes además tienen el 51% de la carga del hogar, a diferencia del 41% de la carga de los hombres.

En dicho estudio, se realizó una comparación de las personas que hacen vida en el ámbito laboral, con presencia de 7 de cada 10 hombres , siendo solo 4 de 10 mujeres quienes se encuentran laborando. En el caso de los empleadores, solo 3 de cada 10 personas son mujeres, es decir, el 27,4% de la población femenina, con la presencia de barreras generadoras de empleo, así como también se observó que el 45% de las mujeres cuentan con empleo formal, en comparación con el 60% de los hombres formalizados en el área laboral.

En salud materno infantil, reporta el Observatorio de Derechos Humanos Mujeres, que 19% de las mujeres embarazadas en Venezuela cuenta con menos de 18 años. En 2000 esta cifra era de apenas, 10%. La edad promedio de iniciación sexual es de 15 años, uno menos que en el resto de la región. Para 2010, las estadísticas oficiales ubican la tasa de Mortalidad Materna en 54,92 m/cien mil nacidos vivos registrados, con un total de 348 muertes maternas. Crecen los casos reportados de VIH-SIDA, tuberculosis, malaria y  cáncer de mama entre la población femenina.

A todo este cuadro sume los casos de feminicidio y violencia de género, la brecha salarial por género, la paternidad irresponsable, la carga doméstica o trabajo del hogar no remunerado que recae en la mujer, los cuidados a niños y adultos mayores que deben ser prodigados por las mujeres por mandato social sexista, la falta de anticonceptivos/toallas sanitarias/analgésicos para dolores menstruales, la escasez de alimentos que aseguren niveles nutricionales adecuados y la disminuida representación que tenemos las mujeres en posiciones de poder político. Cóctel de pobreza femenina garantizada.

Impacto de la Covid-19 en la pobreza femenina

La pandemia de COVID-19 incrementó los índices de pobreza y la brecha de pobreza extrema entre hombres y mujeres. Según Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora ejecutiva de ONU Mujeres, el hecho de que las mujeres tienen a su cargo la mayor parte de las tareas de cuidado, tienen remuneraciones menores, menor capacidad de ahorro y mayor riesgo de perder sus empleos, son algunos de los factores que agravan su situación.

Durante 2020 se perdieron 114 millones de empleos. Esta pérdida afectó un 5% más a las mujeres que a los hombres. Los sectores de la economía más afectados por las restricciones impuestas a raíz de la pandemia, —como los vinculados a la alimentación, entre otros—, son aquellos cuya masa laboral es predominantemente femenina.​ En Europa y Asia Central, el 25% de las trabajadoras por cuenta propia perdieron sus empleos durante 2020, en comparación con el 21% de los hombres. En la región de América Latina y el Caribe, se estima que hubo un retroceso de más de una década en cuanto a la participación de las mujeres en el ámbito laboral remunerado.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) alerta sobre la afectación desproporcionada que la pobreza y la precariedad laboral tienen sobre las mujeres, ya que los sectores donde se desempeñan generalmente (salud, cuidados, comercio, servicios) son los más afectados por las bajas remuneraciones y por el riesgo de exposición al coronavirus y son también en los que se espera la más lenta recuperación postpandemia. Ya antes de la emergencia, este organismo registraba 30 millones de mujeres desempleadas en América Latina.

Por otro lado, destaca OIT, el escenario de interrupción laboral debido al covid-19 provoca que las mujeres y niñas tengan más probabilidades de perder su fuente de ingresos que los hombres y los niños y menos acceso a los mecanismos de protección social. Al mismo tiempo, sufren más complicaciones para acceder a las opciones de teletrabajo o generar ingresos a través del trabajo fuera del hogar.

Pero si aún con toda esa data que refleja cómo las mujeres estamos en los principales indicadores de salud, trabajo y economía, seguimos estando de pie y “resolviendo”, románticamente se podría pensar que no habrá batalla que no podamos dar. Pero no es solo con slogans de falso empoderamiento y voluntad de cambio que estas cifras van a cambiar. Para ello es imperativo que los gobernantes municipales, estatales y nacionales, replanteen para el futuro inmediato la formulación de nuevas políticas públicas con perspectiva de género.

Por una economía feminista

Según Oxfam Internacional, los países con mayor igualdad de género suelen tener mayores niveles de ingresos. Muchos datos demuestran que reducir la brecha entre hombres y mujeres lleva a la reducción de la pobreza: “En América Latina, por ejemplo, el aumento del número de mujeres en trabajos remunerados entre 2000 y 2010 fue responsable de cerca del 30% de la reducción de la pobreza en general y de la desigualdad de ingresos”.

Esto debería bastar para convencernos de que necesitamos una economía que beneficie tanto a hombres como a mujeres y asigne valor al trabajo de los cuidados, reduzca la brecha salarial por género e incorpore a más mujeres en la toma de decisiones y formulación de políticas públicas orientadas al desarrollo, además de ofrecer servicios de apoyo a mujeres y a madres trabajadoras.

La economía feminista nació en la década de los noventa gracias al impulso de economistas como Marilyn Waring, Betsy Warrior o Mercedes D’Alessandro, con un objetivo bastante más radical que simplemente hacer notar la situación de las mujeres en el ámbito socioeconómico o proponer para ellas políticas que corrijan los impactos de género del funcionamiento económico: busca señalar cómo los modelos y métodos de la economía se basan en preferencias masculinas.

Su principal meta es desarmar las construcciones sociales que asocian a las mujeres con la sensibilidad, la intuición, la conexión con la naturaleza, el servicio por los demás, el hogar y la sumisión. Estas asociaciones no son inocentes: revelan una profunda desigualdad que tiene consecuencias en la vida de las mujeres. No es casual que ellas tengan una mayor vulnerabilidad por factores como una menor inserción laboral, condiciones de mayor precariedad y una sobrerrepresentación en el mercado informal con pocas perspectivas de superación. Las estadísticas de los países latinoamericanos confirman estas inequidades.

La pandemia de covid-19 puso sobre el tapete la importancia de los cuidados para la supervivencia humana. Por regla general, los cuidados, impartidos casi siempre por mujeres, no son remunerados. Suelen invisibilizarse o considerarse secundarios, a pesar de ser la base de la organización del sistema social.

Por ello necesitamos otro modelo económico que nos permita superar el sistema sexo-género y que de manera urgente supere las escisiones masculino-femenino, público-privado, productivo-reproductivo y razón-emoción.  Una economía que no feminice roles, que no dé por sentado que las tareas de la crianza o el cuidado del hogar y de las personas deben recaer en las mujeres, mientras a los hombres les tocan las profesiones productivas y mejor valoradas socialmente.

Urge que muchas más mujeres accedamos al poder para desde allí impulsar los programas que nos lleven a cambiar estas cifras. Tenemos una oportunidad única para revisar todo este andamiaje social que excluye a las mujeres de la economía formal, para así progresar y desarrollarnos.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comments (0)

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*