El silencio del patio rompe el tímpano… Inédita Soledad

El silencio del patio rompe el tímpano… Inédita Soledad
octubre 4, 2021 Marbella Camacaro Cuevas
feminismo

Nací, crecí y vivo en la franja del mundo que la Diosa magnánimamente bendijo con la tierra más rica en recursos naturales, una tierra que ha guardado en su hondura el mineral más codiciado por los poderes del planeta, el petróleo. Tengo una nacionalidad que ayer era un significante, hoy ha sido golpeado por impensadas crisis sociales, entre ellas, la xenofobia.

Sí, soy venezolana…, sobreviviente en el  inédito proceso histórico/político que país alguno haya vivido en América Latina.

Inédito, porque hoy tenemos todos los desaciertos sociales que han cohabitado en países hermanos; pero sin transitar la historia tradicional que condujo a que en esos países se instalaran dichos desaciertos. Inédito, porque además, durante el periodo de mayor bonanza petrolera se fue entrelazando, mejor enmarañando, un tejido socio/político ajeno, tan ajeno que un buen pedazo del colectivo no lo percibimos. Ese colectivo acostumbrado a las bondades de la idiosincrasia venezolana, despertamos y ya no éramos, ya no somos…si, ya no somos lo que éramos.

Sí. A ese grupo humano pertenezco: soy esposa, madre y abuela, tía, hermana; y ya fui hija. Militante feminista desde mi juventud, docente, investigadora universitaria, sobreviviente al duelo de una hija, sobreviviente a un cáncer en mamas, ahora sobreviviente al duelo de un país que se nos desvaneció…Si, a ese grupo perplejo pertenezco, pero como mujer confieso que la soledad que tradicionalmente vive la mayoría de nosotras; esa, que es común entre muchas mujeres nacidas en cualquier rincón del mundo; esa, que se instala en el alma por el solo hecho de ser mujer, no la he vivido. Me negué y luché por no sucumbir a ella….

¡Ah¡ pero hoy me acompaña la imperdonable soledad que heredé de la historia actual de mi país.

Antes las soledades de las venezolanas eran las consabidas heredadas de la cultura patriarcal. En nuestros pueblos mestizos de colores, rasgos y costumbres, se conformó una mayoría de familias matricentradas donde la soledad de las mujeres se enraíza en que la única razón de su existencia son las hijas e hijos; y, para quienes no fueron madres, la soledad por no haberlo sido.

Ahora en Venezuela sobrevivimos mujeres con edades avanzadas cuyos descendientes y sus familias huyeron de su tierra natal, por obligación de subsistencia y no por decisión de vida. Entonces la nostalgia que nos embarga no está dada porque no te visitan, es que no llegarán. Sabemos que la distancia espacial y temporal lo impide. Hiere ver la piscina que regaló la tía y que el solícito abuelo preparaba con agua atemperada por el sol, literalmente se quedó vacía, no solo por el racionamiento de agua impuesto, sino porque el tintineo de la alegría de los niños no se oye. La lucha entre mi limonada de papelón y las gaseosas que traía mi hijo para acompañar la comida ya no tienen contrincante. El silencio del patio rompe el tímpano. Las noches duelen porque sus destinos, más que nunca, huelen a incertidumbre, por ello una llamada, una foto, un video, vienen a ser el oxígeno cotidiano de la vida, a veces la lejanía de sus voces se transforma en una soledad que desmerece la esperanza.

Tal vez con menos edad la sensación de soledad no se enrarece con la sensación de que el tiempo se te acorta, después de los 60 años la cosmovisión del mundo cambia de horizontes y tus necesidades son, afortunadamente, más sencillas, te conformas con lo que te parecía poco, te alegra la travesura de un/a nieto/a, su llegada del colegio, la merienda compartida, la confesión de sus amores, viene a ser tan efímero lo que te acompaña que esa distancia obligada castiga el alma.

A mis años de vida habiendo renacido de las cenizas de un duelo por la inexorable ausencia física de mi hija; habiendo logrado sublimar su presencia eterna en cada paso que doy luego de su partida, teniendo en mi haber un magnánimo compañero de vida, un hijo, dos nietos, dos hijas heredada de la vida, mi amada nuera y mi pupila cómplice, sin detenerme en las hijas/sobrinas e hijas/académicas, del relevo generacional de mujeres de los sueños soñados, esparcidas por el mundo, solo me queda reinventar el hacer cotidiano para que esa impostora soledad, ajena a mis sueños quiméricos, no se instaure en mi psiquis.

El ejercicio de reinvención del cotidiano fue una tarea difícil, comencé por repetir los mantras de los Bets Seller masivos de autoayuda, el perdón, los milagros, el “sí estoy bien tú estás bien”, pegando en un muro mensajes positivos para que se cumplieran…intenté convencerme, como lo sugieren dichas lecturas, que la felicidad es individual y depende de tu voluntad y espíritu de superación…intenté desdibujar mis certezas de que una vez que la especie humana creó los signos del lenguaje, y dejó constancia en las piedras de sus modos de vida, absolutamente nada es individual, todo cuanto sentimos es un constructo histórico en confabulación con la experiencia personal, somos colectivo y particular al mismo tiempo. Por ello, las lágrimas de los duelos maternos tienen diferentes matices, una madre musulmana puede llorar lágrimas de honor por un hijo que se inmola por creencias religiosas y una judeocristiana siempre llora lágrimas de salmuera porque aprendió que no existe razón alguna para perder un hijo, así sea un delincuente.

Con tales certezas asumir los supuestos de la autoayuda fue un fracaso. Craso error ese ejercicio de conjura, a esta altura no puedo desaprender y desandar lo andado. Irremediablemente soy una hereje, no por falta de fe sino por exceso de otra fe, prefiero ser bruja que santa, prefiero contar el cuento donde María Magdalena fue la amante y consejera de Jesús, donde a Eva no la expulsó el Dios masculino del paraíso sino que escuchó el consejo de la Diosa y decidió irse porque no se resignó con ser creada de la costilla de un hombre…tengo fe en que María madre, María Magdalena y Eva estrechen lazos sororos de amor para dar cuenta de otra historia sagrada, entonces desde mi descreimiento busqué otro camino para atenuar la nostálgica soledad, lo antes dicho no es una redundancia, la idea ahora es que a la soledad la teñiré de colores para que salpique a la nostalgia, no desaparecerá sólo se trasmutará.

Comencé por ver en las cosas hermosas la presencia de mis nietos, escucharlos en el canto del canario de tejado que nos visita todas las mañanas y oír sus risas, el silbido que mi hijo siempre ha usado para llamarme, el que yo recriminaba, porque no era su mascota, ahora es un código de afecto que endulza mi amor por él. Si la creación de la naturaleza, no tiene mezquindad de ofrecerse fecunda de belleza y las cosas sencillas, día a día, me hablan de ellos y ellas, puedo eternamente estar acompañada en la soledad de la distancia…tal vez…

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comment (1)

  1. Nadia Cervera 3 años ago

    Gracias por vuestro blog y los contenidos que aportáis. Un saludo. Nadia.

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