Un país lleno de diversidad donde a pesar de las diferencias sean más las cosas que nos unen que las que nos separan, donde trabajando en conjunto creemos propuestas para solucionar los problemas, donde los espacios públicos sean precisamente eso, espacios a los que tenga acceso toda la ciudadanía, independientemente de las creencias y corrientes ideológicas individuales. Donde se garantice el derecho a la protesta, y que estas se desarrollen con alegría, esperanza, con exigencias claras, pasos firmes y al compás de los tambores. un país donde todos los derechos humanos son prioritarios y donde las diferencias se respetan.
Sé que todo lo mencionado suena utópico, sobre todo cuando vives en un país polarizado, atravesado por una crisis humanitaria compleja, con una sociedad extremadamente conservadora y donde a veces las líneas entre iglesia y estado se desdibujan, sin embargo estoy segura de que está ahí, al alcance de nuestras manos, yo lo viví, muchas lo vivimos el 28 de septiembre, en la primera marcha por la despenalización y legalización del aborto en Venezuela.
Por unas horas las calles desde la plaza Morelos hasta la Asamblea Nacional se tiñeron de verde, nunca antes una manifestación feminista había tenido tanta gente. Fue emocionante ver a tanta diversidad marchando junta por una causa en común y de manera tan organizada, muchas dieron discursos, otras tocaban los tambores o cantaban, algunas empapelaban o repartían volantes informativos y casi todas bailábamos. Los hombres que se unieron a la manifestación se encargaron de documentar, ayudar a cargar las pancartas y la mayoría quedaba en los extremos de la marcha para darnos seguridad, sin buscar ningún tipo de protagonismo. Había feministas de todas las generaciones y de todas las corrientes. Nuestras ilustres maestras del feminismo también estaban allí, dándonos fuerza e inspirándonos, caminando con pancartas al lado de las activistas más jóvenes que apenas comienzan su camino.
Ver a las voceras de la movilización entrar juntas a la Asamblea Nacional para exigir la despenalización y legalización del aborto, aun cuando tenían posturas políticas tan distintas, fue quizás uno de los momentos más hermosos y esperanzadores de la jornada.
El 28 de septiembre fue una marcha en pro del aborto, sin embargo, se dejaron muchas otras cosas sobre la mesa, porque en unas pocas horas las feministas logramos lo que los políticos venezolanos no han logrado en los ya incontables “diálogos” que se han establecido en los últimos años. Tal vez después de la Ruta Verde, deberíamos comenzar a ver más mujeres en las mesas de diálogo, porque la trillada excusa de la meritocracia quedó en evidencia.
Definitivamente el país en el que quiero vivir es un país feminista.