Multifacéticas pero entrampadas.

Multifacéticas pero entrampadas.
agosto 14, 2021 Susana Reina
feminismo

Casi todas las mujeres de mi país tenemos un modelo de madre que luchó contra viento y marea para sacar a sus hijos adelante; muchas de ellas solteras o divorciadas o viudas o con marido presente pero desentendido de las responsabilidades del hogar, y con todo y eso le echaron pichón a la vida sin más apoyo que el que surgía de su propia voluntad. Y lo lograron.

Ese matricentrismo social donde todo gira en torno a la mujer fundadora y decisora de hogar nos ha acompañado siempre, por lo menos en Venezuela. Una, pues copia el modelo, y siente que es normal que su pareja no participe en las “cosas de las mujeres” e interioriza el mensaje, por pesado que sea llevar sola toda la carga a cuestas.

Las “4×4”, las “todo terreno”. Así se les dice en el argot popular a las mujeres que hacen de todo al mismo tiempo, hechas para vencer cualquier obstáculo, como los vehículos rústicos. Muchas nos llenamos de orgullo al escucharlo y hasta lo tomamos como cumplido porque la verdad es que esa capacidad para coordinar tantos ámbitos vitales con cierta eficiencia es digna de admiración.

Las de mi generación estamos como en transición. Vivimos una ilusión de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, pero experimentamos con no poca sensación de culpa los empeños de demostrar independencia y apropiamiento de cuerpo y acción. Antes, las mujeres aceptaban con sumisión “su lugar”. Luego, cuando salieron a las calles a luchar por su derecho a tener voz, educación y voto y lo consiguieron a pesar de los obstáculos, pero al mismo tiempo mantuvieron la responsabilidad doméstica como su principal rol y tocó encargarse de muchos papeles en paralelo.

¿Tu familia o tu carrera?

Hay una pregunta muy cruel que se hace a las mujeres desde jovencitas: “¿Qué prefieres: tu carrera o tu familia?” Digo que es cruel por varias razones:

Una. Te pone en la disyuntiva de elegir entre tus aspiraciones profesionales y un rol sexista obligatorio que ha delegado en las mujeres la labor de cuidar y ser responsable de casa, marido, familia extendida e hijos.

Dos. Es una pregunta que a los hombres no se les hace. Ellos saben que lo primero es su carrera, por aquello del mandato machista de ser hombre proveedor y productor y además porque entienden que alguien (por lo general una mujer esposa o mujer madre o hija) se encargará de todo lo demás.

Tres. Si acaso respondes “los dos”, el pretender abarcarlo todo al mismo tiempo, en el largo plazo se convierte en fuente de todo tipo de estrés físico y mental. La publicidad que vende la imagen de la mujer empoderada-poderosa-4×4-todolopuede, obsesionada por encajar, se instala en el imaginario de muchas, llevándolas a hacer verdaderos malabarismos de vida, sin quejarse y por supuesto sin ufanarse de sus hazañas multitareas.

Pero aun pudiendo con todo, la situación en que te pone esa pregunta no es justa. Las que en su momento respondimos “prefiero mi carrera” tuvimos que pasar por el largo camino de miradas desaprobatorias, mensajes culpabilizadores, el temor a que los hijos nos salieran delincuentes por no estar 24 horas a su lado, el divorcio, las etiquetas de mala madre y similares. Y a pesar de todo luchamos por caminar erguidas, construyendo una infraestructura de apoyo que nos ayudase con los niños y la casa (otras mujeres pobres, más pobres que nosotras, a quienes contratamos si las encontramos y tenemos cómo pagarles) y tratando de ignorar juicios que nos quitaran las ganas y el entusiasmo. Pero reconozco que no es nada fácil.

Pasa factura

Muchachos, marido, casa, trabajo, diligencias varias, escuela, médico, estudios propios y más, llevado con la gracia de un malabarista, es la cotidianidad de la inmensa mayoría de las mujeres. Lo malo de esta forma de llevar la vida es que casi siempre viene acompañado de desgaste físico, cansancio, fatiga, poco sueño y mal comer.

El tener que cargar con la responsabilidad de los cuidados y carga doméstica junto a trabajo remunerado, genera una extrema dependencia de los demás miembros de la familia en torno a la solucionadora de problemas: “mi mamá resuelve, tranquilo”. Este estilo de vida no deja tiempo de ocio ni relax propio porque siempre hay algo más urgente o importante que hacer y una sensación de culpa permanente cuando no te ocupas de alguien porque no puedes o porque no quieres.

En el mundo laboral esta dinámica se vive con mucha intensidad porque los horarios donde se mide el compromiso organizacional no siempre compaginan con las urgencias domésticas. El mensaje de la multifacética se vende como un ideal. Usualmente la “ejecutiva del año” es una mujer que puede con todo, que no se queja, que sonríe siempre, que cacarea que querer es poder. Es una forma sublimada de violencia simbólica, porque la que no calza en ese molde vendido como fuente de inspiración para las demás, abandona la carrera o se estanca.

Socialmente te presionan para que tengas hijos cuando eres joven. Luego esa maternidad o sospecha de fertilidad se convierte en obstáculo para tu contratación o promoción. Al tener uno o dos hijos se duda de tu productividad laboral o de la necesaria concentración en asuntos de trabajo. Es como una prueba de sobrevivencia extrema que te conduce a abrazar el formato de tener que hacerlo todo y bien para no perder espacio y oportunidades. Y entonces sí te ganas reconocimiento y aplausos. El mensaje patriarcal te hace saber, con mucha efectividad, que si quieres salirte con la tuya te va a costar enormes sacrificios y fuerte cuestionamiento social.

Es manipulación

A veces me invitan a eventos a hablar de empoderamiento femenino pensando que, como soy psicóloga, voy a decir un montón de frases motivacionales, a subirles la autoestima a las mujeres presentes o que infundiré esperanza y ánimo mostrando el cielo sin límites de nuestras fantasías.

En cuanto empiezo a hablar se dan cuenta de que no va por ahí la cosa. Y es que empoderar mujeres no tiene nada que ver con buscar pruebas de autosuficiencia, con negar obstáculos muchas veces invisibles ni con ocultar la discriminación de la que –unas más y otras menos– somos objeto, ni con pensar que el propio mérito y esfuerzo serán nuestra principal palanca para avanzar.

Las arengas que llaman a las mujeres a ser guerreras, independientes, valientes, fuertes, luchadoras, invencibles, emprendedoras y similares, sin tomar en cuenta las limitaciones, procedencias y posibilidades reales de las que asisten a esos actos, lejos de motivar, desempoderan, porque del dicho a la acción hay una brecha enorme y si no la vemos, nos traga. Se vuelven consignas vacías.

La paradoja está en que venimos de un sistema educativo que nos condiciona para que valores como la ambición, la aspiración al poder y el dinero, la fuerza y la independencia, correlacionen negativamente con ser mujer. Toda mujer que expone con firmeza sus deseos personales, al margen de su familia, se enfrenta a la norma patriarcal que la sujeta al espacio de lo privado, lo doméstico, lo reproductivo. Al silencio y la resignación como virtudes. Mujer que habla, pide y reclama, pronto encuentra resistencia.

Obviamente, no todas tenemos los mismos privilegios ni condiciones de partida para lograr nuestros sueños. Estudiar en la universidad, espaciar los embarazos o decidir si ser madre o no, tener un fondo de ahorro, contar con una pareja o una familia que dé soporte, comer por lo menos tres veces al día, estar saludable y tomar nuestras propias decisiones financieras, jurídicas, personales y de toda índole, configura una posición en la vida muy distinta a la de las que no pueden darse esas libertades, que son la gran mayoría en nuestros países.

Además, no es cierto que aun teniendo toda esa lista de privilegios y estando en la mejor de las posiciones, esa motivación para salir adelante contra todas las adversidades sea innata y lo que tengas que hacer sea creértelo con mucha fe. Tampoco es verdad que aun estando cansada tengas que levantarte y seguir sin perder la sonrisa, y mucho menos que tu misión en la vida sea cargar a toda tu familia, tu comunidad y el país entero sobre tus hombros para luchar incansablemente con vocación de servicio por encima de tus propias posibilidades y capacidades. Esa imagen está lejos de lo que significa ser una mujer empoderada.

Develar la trampa

Pienso que las mujeres, para poder avanzar, debemos reconocer abiertamente que no tenemos por qué poder con todo. Es un acto de verdadero empoderamiento reclamar la repartición de las cargas y dejar de ufanarnos de ser multifacéticas.

Siendo cultural y no natural la manera como aprendemos a actuar en la vida, la buena noticia es que se puede desaprender, modificar, deconstruir lo que nos dijeron, para volver a aprender pautas de acción más eficaces en la relación con los demás y en la consecución de metas personales. Pero no podemos taparlo o negarlo con cantos florales y mantras positivistas, porque lo que no se analiza, no se transforma. Mejor estar fortalecidas desde el conocimiento de las amenazas reales, que engañadas por el espejismo de un camino abierto y sin tropiezos.

Repensar lo femenino, no en plan “esencia de mujer”, sino rescatando nuestra propia humanidad, es un hermoso acto de liberación. Por ello hay que recibirlo con todo y la desilusión del mito de la heroína, para tomar conciencia de que pertenecemos a un sexo al que mucho se le ha negado, para desde ahí activarnos y, entonces sí, cambiarlo todo.

Ojalá muchas jóvenes sepan ver a tiempo esta trampa y decidan lo que consideren mejor para sí mismas, sin presiones ni culpas, sin hacer lo que el sistema de estereotipos sexistas espera de ellas y que tengan la fuerza para buscar la vida que verdaderamente deseen. Ojalá las feministas podamos construir una sociedad donde esta demanda de tener que poder con todo no se le haga más nunca a ninguna mujer… o por lo menos se les haga en igualdad de condiciones a los hombres también. De eso se han aprovechado muchos en el pasado y en el presente. Ya basta.

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Artículo originalmente publicado en Cinco8

 

 

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