Leo este titular en un diario mexicano: “Mujeres de Arabia Saudita ya podrán vivir solas sin ser denunciadas”. Citan la fuente del periódico “Makkah” y “Gulf News” informando acerca de una enmienda legal gracias a la cual se permitirá a las mujeres solteras, divorciadas o viudas, vivir solas o de manera independiente, sin tener que acceder al permiso del padre o de otros tutores masculinos.
Hasta la fecha, de acuerdo con un artículo de la “Ley de procedimiento ante los tribunales de la sharía”, las mujeres adultas aún solteras, que quedasen viudas o que se hubiesen divorciado o que al ser condenadas a una sanción legal terminase su periodo de encarcelamiento, debían ser entregadas a un tutor masculino. “Con esta reforma, las familias ya no podrán presentar demandas en contra de sus hijas que eligen vivir solas”, explicó el abogado Naif Al Mansi a Makkah. Este dictamen se logró por un fallo ganado a favor de la escritora saudí Mariam Al Otaibi el año pasado, luego de que su familia la demandara por vivir y viajar sola, sin el permiso de su padre.
Que estas cosas aún pasen en nuestro planeta es prueba de patriarcado en su estado puro; esto es sin duda alguna, violencia machista. Lamentablemente no es un hecho que ocurra en un solo país porque, aunque esta situación particular no la vemos de forma tan burda en Occidente, otros sucesos nos permiten comprobar que varían los mecanismos de sometimiento, pero el fin es el mismo: establecer jerarquías basadas en el sexo.
Las mujeres como sujeto de protección, las mujeres como débil mental y jurídico que no pueden prodigarse cuidados a sí mismas, las mujeres que deben tener un hombre al lado que les indique lo que es bueno para ellas, exigiendo obediencia y sumisión. Justamente esta es la razón por la que muchas quieren casarse a toda costa. Es el único estatus que les da reconocimiento social, protección legal y beneficios para su vejez. Quedarse solas, es como una maldición.
Convenciones para proteger a las mujeres
Curioso como estas aberraciones existen en pleno 2021, justo en el mes de junio, donde estamos celebrando los 26 años de la promulgación de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida como Convención de Belém do Pará. Su importancia radica en que fue el primer tratado internacional del mundo de Derechos Humanos que abordó específicamente la temática de la violencia contra las mujeres y que consagró su derecho a una vida libre de violencia, tanto en el ámbito privado como en el público.
Además de esta declaración hay muchas otras, cientos de tratados, providencias, fallos judiciales, reglamentos, manifiestos internacionales dirigidos a “proteger” a las mujeres, a reivindicarlas de las injusticias a las que son sometidas en prácticamente todas las áreas de desempeño de la vida, a hacerles un favor para que puedan vivir con dignidad habiendo nacido hembras.
¿Alguien más nota lo absurdo que todo esto suena? ¿Existen estas mismas convenciones para hablar de derechos de los hombres? ¿Es lógico tener que recurrir a mecanismos formales para poner orden en el respeto a los derechos de la mitad de la población? ¿Necesitamos colocar a las mujeres en una especie de vitrina para defenderla de potenciales depredadores? Me recuerda el chiste de la madre de diez hijos que estaba colocada en un pedestal y alguien preguntó la razón: “la pusimos ahí porque si el marido la agarra la preña otra vez” …
Justicia y libertad
Las mujeres árabes tienen mucho que agradecerle a la escritora Al Otaibi. Ella después de un largo proceso judicial venciendo muchos obstáculos logró un cambio radical para las nuevas generaciones. Ahora le tocará estar atenta a que se cumpla de verdad, porque al igual que pasa con muchas leyes y normas cuando son aprobadas, el paso para su cumplimiento y ejecución se tropieza con la barrera de los sesgos, de los prejuicios, de los funcionarios sin formación en género, del machismo institucionalizado que se resiste o no entiende de igualdad. Como se ve en este y muchos casos, es un largo camino el que hay que recorrer para que la igualdad de forma se transforme en igualdad de facto.
Sin embargo, aun con todo y sus imperfecciones y vericuetos, en sistemas más o menos democráticos, el consejo es seguir apostando a esta vía para conseguir transformar las normas que nos oprimen. Para ello, las mujeres tenemos que acceder con fuerza a las posiciones donde se administre justicia para desde allí, promover los cambios necesarios. Mujeres con formación feminista que entiendan la razón de todas estas discriminaciones para que, de manera transversal, independientemente de la temática a abordar en cada caso, apliquen un enfoque diferenciado por sexo en cada sentencia o decisión que se tome.
Tenemos que trabajar además por la creación de un marco jurídico que no tenga necesidad de poner a las mujeres en la posición de tener que ser protegidas para garantizarles el cumplimiento de sus derechos básicos. Procurar un sistema educativo que fomente la verdadera igualdad entre mujeres y hombres de manera que no sean necesarias más convenciones y tratados clamando justicia. Una sociedad que no siga considerando a las mujeres ciudadanas de segunda que necesita echar mano de medidas de equidad para nivelar las desigualdades.
La conocida jueza de la Corte Suprema de Justicia en los Estados Unidos, defensora de los derechos de las mujeres, Ruth Bader Ginsberg, citaba con frecuencia a la abolicionista estadounidense Sara Grimké (19792-1873) cuando decía: «No pido favores para mi sexo. Todo lo que pido de nuestros compañeros es que quiten sus pies de nuestros cuellos«. No queremos ser protegidas, queremos ser libres.