Aunque la integración de la mujer en la vida pública ha ido creciendo en los últimos años, aún se muestran dificultades para acceder a altos cargos directivos. Estas dificultades son unas barreras, estando invisibles tanto para hombres como para las mismas mujeres.
A pesar de los avances de la ciencia y el auge de la tecnología, se siguen aceptando creencias que ligan a las mujeres a lo reproductivo, a las emociones, la estética, a lo no sexuadas o a lo prostitutas, débiles y necesitadas de protección, y a los hombres vistos como fuertes, sexuados, promiscuos, protectores de las mujeres y proveedores; ya que ellos fueron socializados en un sistema de género bajo el cual su papel era conseguir trabajo y “mantener a la familia”.
Es decir, que a nivel simbólico se mantienen creencias “míticas” antiguas en relación con los papeles y relaciones que en la actualidad se establecen entre los hombres y las mujeres, tanto en la vida cotidiana dentro del hogar (por ejemplo, ambos son hoy proveedores del hogar), como en los espacios laborales, educativos, económicos y políticos en general. Sin embargo, en la práctica, todavía las arraigadas estructuras simbólicas sexistas que separan a hombres y mujeres, no se han transformado, debido a que es un proceso lento.
Muchas veces, a pesar de tener una cualificación mayor que los hombres, la representatividad de mujeres en altos cargos directivos, se tiende a justificar en una menor capacidad de las mujeres para ser jefas o mandar, se sigue manteniendo un menosprecio en el liderazgo de éstas, siendo a menudo cuestionadas (y auto-cuestionadas). Pues, para la mujer, según Burin (1996), existen dos barreras que les frena su desempeño como líder: El techo de cristal y las fronteras de cristal.
El techo de cristal, se gesta en la infancia de las mujeres y adquiere gran relevancia en la pubertad, haciéndose evidente en la salud mental y en las formas de enfermar de las mujeres. Este techo que, siendo transparente, tal como el vidrio, impide en la mayoría de los casos a la mujer, seguir subiendo en lo que respecta a su carrera laboral.
Uno de los motivos es la maternidad, es decir, cuando la mujer se convierte en madre y debido a sus nuevas responsabilidades domésticas -que deben desarrollar en sus roles tradicionales femeninos- las cuales colisionan con los horarios laborales, no se les permite el ascenso en el trabajo. Otro de los motivos, es la presencia de una exigencia doble hacia las mujeres en lo laboral, donde se puede ver la clara discriminación existente.
Un motivo más, es el de los estereotipos sociales acerca de las mujeres y el poder, donde se puede escuchar aseveraciones tales como “las mujeres temen ocupar relaciones de poder” (o de responsabilidad y/o autoridad); tales aseveraciones estereotípicas que configuran el techo de cristal, son internalizadas por las mujeres, de tal manera que sin darse cuenta, lo terminan repitiendo tal como si fueran propias elecciones. Por tu parte, las fronteras de cristal, se imponen a las mujeres cuando deben decidir entre la familia o el trabajo.
En los dos casos se trata de superficies invisibles, ya que a pesar de que no hay leyes ni códigos que digan “las mujeres no pueden ocupar estos lugares de trabajo”, en la práctica existen leyes y códigos familiares y sociales que tácitamente imponen al género femenino esta limitación, los cuales son barreras culturales o socializadas que surgen por las expectativas sobre diferentes niveles de eficacia y capacidad intelectual, ligadas a estereotipos de género y el supuesto estrés ocasionado a las mujeres por el desempeño de múltiples roles, para hacer compatibles el trabajo y la familia.
Si bien, el liderazgo masculino sigue siendo mayor, se pueden observar cambios relevantes que dirigen a la mujer hacia un dominio más amplio de sus posibilidades. Tenemos a la vista mujeres más activas, mujeres que han dejado de lado formar familias para dedicarse de lleno a su profesión y oficios fuera del ámbito doméstico y del tradicional rol femenino. Una mujer que llega al liderazgo, es una mujer que ha tenido que escalar, toparse, visibilizar y romper estas barreras invisibles.
Una mujer que lidera, es doblemente líder por el hecho de superar barreras invisibles que no existen en el caso de los hombres. Lo ideal es lograr un equilibrio entre hombres y mujeres, mediante la transformación de esas estructuras simbólicas sexistas que los siguen separando, a través de uno de los instrumentos más importantes que se utiliza para producirlo: el lenguaje.
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Referencias:
Annino, A. (2019). Procesos de subjetivación de la mujer en torno al dinero. Tesis de grado.
Burin, M. (1996). Género y psicoanálisis: subjetividades femeninas vulnerables. En M. Burin, y E. Bleichmar. (Eds.), Género, psicoanálisis, subjetividad (pp.61-99). Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Huggins, M. (2005) Género, políticas públicas y promoción de la calidad de vida. Caracas, Venezuela: ILDIS.