La noticia de la violación y estrangulamiento de dos niñas en la India me encolerizó, pero lamentablemente, no me sorprendió. Lo que si debió sorprenderme — pero tampoco lo hizo — fue la opinión de un legislador local que opinó en rueda de prensa que (y cito) “Algunas violaciones son correctas”.
No me sorprendió esencialmente porque durante los últimos meses las noticias sobre violaciones y agresiones sexuales a mujeres en el país asiático, han estado salpicadas de lo que parece ser una visión social que menosprecia lo que ocurre y que además, lo convalida por cierta insistencia en el hecho que la mujer “pudo provocarlo”. Inquieta y sobre todo indigna que la apreciación no sólo sea parte de una opinión social — por otra parte presumible en un país conocido por su machismo, sino que se considere parte de una cultura que premia el maltrato y menosprecia la gravedad de lo que una agresión sexual significa para una mujer.
No obstante, la noticia solo es una entre miles, una de las tantas que han saltado a la palestra pública desde que la situación general de la mujer en la India se hizo parte del panorama mundial. Desde las masivas protestas que desencadenaron la violación y tortura de una joven hace casi dos años, lo que ocurre fronteras adentro de la India se ha hecho visible al resto de la comunidad internacional.
Con todo, la situación no ha mejorado sino que de hecho, parece deteriorarse. Eso, a pesar de las leyes y toda una serie de presiones locales e internacionales, que insisten en impulsar reformas que aseguren la protección legal y social de la mujer victima. Aún así, el problema parece radicar que en la India — y lamentablemente en buena parte del mundo — la situación de la mujer maltratada y abusada forma parte de ese subtexto que se normaliza, se acepta y se analiza como una visión común dentro del entramado legal y social.
Una circunstancia dolorosa, aún más cuando los casos de violencia y agresión sexual contra mujeres en todas partes del mundo, están salpicados además del maltrato de las autoridades que deberían proteger no sólo a la víctima sino a sus familias. En el caso de la India, la situación se torna dantesca, cuando la compleja visión social del país, parece insistir en colocar en una posición poco que menos que humillante solo al que sufre la agresión sino al que aboga por justicia.
Cuando las niñas (dos adolescentes de 14 y 15 años respectivamente) desaparecieron de su hogar, el padre de una de ellas se apresuró a acudir a la policía en busca de respuestas. Lo que obtuvo fue la burla de los agentes a cargo y una total negligencia en lo que se refiere a cualquier proceso legal que pudiera haber evitado lo que las niñas sufrieron a manos de sus agresores. El padre insistió y cayó de rodillas frente a los agentes suplicándoles que hicieran algo pero solo fue amenazado por el grupo de policías. Por último, el padre fue desalojado de manera violenta del edificio e incluso amenazado por varios efectivos armados (Con información de Avaaz: Un mundo en acción)
Preocupa, que la historia anterior solo sea una de las cientos que afectan actualmente no solo a la sociedad india sino a numerosas regiones del mundo. Desde el matrimonio infantil hasta la trata de personas, el abuso de la mujer y la indiferencia legal sobre la gravísima situación que supone, es una constante que parece repetirse en condiciones idénticas a diario.
La negligencia pero sobre todo, el menoscabo de la interpretación de la violencia como un hecho legal repudiable, parece ser un elemento común en la interpretación de la situación legal de las mujeres en cientos de ciudades y poblados en varios continentes.
La historia de las niñas en India parece ser un símbolo de esa perspectiva sobre la mujer primitiva e incluso directamente nociva: solo gracias a la presión internacional, cinco individuos han sido detenidos y dos oficiales de la policía destituidos. Pero aún así, las estadísticas desconciertan y abruman: cada hora, una mujer es violada en alguna de las grandes ciudades del mundo.
Al menos el 60% de las mujeres que sufren agresión sexual jamás denunciará el delito. Aproximadamente la mitad de ellas, sufrirá secuelas físicas y emocionales permanentes sin disponer de ningún tipo de ayuda terapéutica o médica para lo que sufre. El 70% de las agresiones sexuales en el mundo son cometidas contra menores de edad. El 25% por miembros de la misma familia. El 21% de las victimas quedarán embarazadas de su agresor.
Y sin embargo, el mundo continúa asumiendo la existencia de la violencia contra la mujer como un mal anónimo, sin rostro. Una estadística mínima que con frecuencia, parece sometida a una opinión social que denosta a la victima y de alguna manera, la convierte no solo en rehén del estigma que una violación supone en algunos países, sino que además, brinda un preocupante velo de impunidad al atacante.
No puedo dejar de preguntarme entonces, ¿Hasta qué punto somos conscientes de la cultura que promueve y también acepta este tipo de interpretación distorsionada sobre la figura femenina? ¿Hasta qué punto somos responsables de esa aceptación silenciosa de la agresión legal que sufre con frecuencia la mujer?
Preguntas preocupantes que demuestran que aún la cultura occidental necesita replantearse su opinión sobre a lo que la agresión sexual se refiere y sobre todo, construir una visión sobre la violencia contra la mujer mucho más consistente y menos dolorosa que la actual.