El 26 de enero de 2020, Kobe Bryan murió en un trágico e inesperado accidente, que sumió al mundo del deporte y a sus millones de fanáticos en un duelo tan doloroso que incluso, llegó a colapsar en tiempo real la red social Twitter. Se trató de un hecho casi simbólico, cómo la gran conversación virtual sufrió la ráfaga de dolor que provocó la pérdida de un hombre que, por casi dos décadas, representó prácticamente todos los ideales del deporte estadounidense. Murió además, en la cúspide de la salud, la fama y en compañía de su hija. El cuadro no podía ser más doloroso.
Entonces, en medio de los millones de muestras de afecto y condolencia que de inmediato llenaron cada medio de comunicación y cada espacio virtual posible, hubo una voz discordante. La actriz Evan Rachel Wood, escribió en su cuenta de Twitter: ‘Era un héroe del deporte, y también un violador’, recordando el turbio incidente del 2003, cuando el jugador fue acusado de violación por una camarera. De inmediato, Wood recibió una oleada de insultos, en especial por el hecho que su comentario — pertinente o no — había llegado en un momento de especial sensibilidad para quienes admiraban y querían a Bryant, convertido en un verdadero héroe durante décadas no sólo por su trabajo arduo, sino también, por un desempeño impecable en las canchas.
Hubo debates sobre el sentido de la oportunidad de lo que Wood había comentado, pero también, por el hecho de recordar el luto, el duelo y el sufrimiento colectivo que la muerte de Bryant había generado. No obstante, poco se habló de la víctima, del juicio o de lo que había ocurrido en un incidente que terminó con un acuerdo fuera de corte y una cláusula de confidencialidad que aún se mantiene intacta.
La gran pregunta que surgió en el momento fue si era necesario que Wood — activista por los derechos de la mujer y también, víctima de abuso sexual — recordara en medio del sufrimiento provocado por la muerte de Bryant y un miembro de su familia, lo que sin duda fue su momento más oscuro. ¿Era imprescindible discutir en medio del shock por el fallecimiento en trágicas condiciones del héroe deportivo, un suceso del que aún se tenían pocos datos y que de hecho, todavía se tiene escasa información?
La pregunta se repitió por días enteros y en especial, luego que Wood tuviera que soportar insultos por lo que se tildó “insensibilidad” y feminismo “blanco”, al obviar durante sus palabras a minorías y de hecho, hablar en lo que parecía una proyección evidente de su durísima experiencia personal. Al final, la figura del astro siguió incólume y Wood debió no sólo eliminar los mensajes, sino hacer privadas sus redes sociales.
El debate sobre la necesidad de mostrar los momentos más sombríos de una figura pública en el momento de su muerte terminó por convertirse en una reflexión sobre el luto, la justificación a la conducta delictivas de personalidades públicas y al final, un recorrido incómodo por la forma en que el fanatismo puede desvirtuar sucesos de considerable importancia, en medio de momentos de especial significado emocional.
El 25 de noviembre del 2020, el mundo entero y en especial, Latinoamérica, se sacudió por la muerte del futbolista Diego Armando Maradona, uno de los grandes iconos del fútbol de la región y sin duda, una de las personalidades públicas más queridas de Argentina. Conocido por su extraordinario talento en cancha, proezas deportivas de alto calibre y al final, haber alcanzado un nivel de gloria icónica dentro y fuera de las fronteras de su país natal, el fallecimiento por complicaciones médicas del jugador sumió a su considerable legión de fanáticos en un duelo colectivo que incluso, contagio al país entero y buena parte del continente.
Su funeral — convertido en un acto de proporciones multitudinarias — provocó desórdenes en Buenos Aires, hubo testimonios de llanto y desconsuelo general e incluso, desde Europa, se habló de celebrar la memoria de un jugador asombroso que por décadas, representó la esencia del deporte rey. Para los amantes del balompié, la muerte de Maradona no sólo fue una tragedia, sino el final de una época.
Pero el jugador argentino, también tenía un peligroso lado oscuro que de inmediato salió a relucir en medio de las muestras de dolor por su muerte y en especial, en la necesidad popular de encumbrar su figura más allá de todo lo que por años fue un incómodo secreto a voces. Durante décadas, Maradona había padecido los estragos del abuso de drogas, bebidas, había sido acusado de maltrato e incluso, llevaba a cuestas un gravísimo señalamiento sobre pedofilia, además de una larga lista de tropelías legales y públicas, que incluía el apoyo directo y público a figuras controvertidas como Fidel Castro y Hugo Chávez Frías.
El peso de las acusaciones — notorias y debatidas en la prensa argentina y en latinoamericana en general detalle a detalle — fue suficiente como para que la polémica estallara, incluso mientras se llevaban a cabo las exequias del ídolo. De la misma forma que en enero, el debate sobre la necesidad y la oportunidad para el debate sobre las conductas reprobables y directamente criminales de una figura admirada que acababa de aparecer, se elevó hasta convertirse en una confrontación directa con una pregunta en apariencia simple: ¿Se debe perdonar — ocultar, disimular — la conducta reprochable de un ídolo sólo porque murió? ¿Debe el duelo colectivo justificar el comportamiento delictivo, violento, execrable de un símbolo de masas? ¿Hasta qué punto la muerte — en cualquier condición — es una patente de corso para olvidar lo que puede significar el comportamiento violento de un hombre o una mujer que encarne alguna metáfora colectiva?
Porque no se trata sólo de Kobe Bryant o Maradona, aunque en la actualidad son los ejemplos más evidentes de la tendencia. Se trata de la necesidad de nuestra cultura de simplemente obviar lo más incómodo de un ídolo, cuando se convierte en motivo de culto colectivo y se olvida que fue un ser humano, cuyo comportamiento también debe debatirse, comprenderse y condenarse de la misma manera con que se haría en cualquier otra persona en cientos de ámbitos distintos.
¿Qué tan dañina es la costumbre cada vez más extendida de ignorar, disimular con cuidado la conducta violenta y repudiable de una figura pública, amparada en la justificación de su talento, sus grandes obras? Sin duda, los aportes de grandes símbolos de la cultura y el deporte deben ser celebrados, pero también, su conducta violenta y criminal criticada, porque al cabo la existencia de una no excluye a la otra, sino que muestra en su totalidad al hombre o la mujer que fue. ¿Cómo interpretar un legado a medias, de manera tendenciosa, elemental, fanatizada? ¿Por qué hacerlo?
De la misma forma en que se insiste que Maradona fue mucho más que sus momentos turbios — y lo fue —, también fue mucho más que sus momentos más extraordinarios, porque en realidad, el comportamiento del deportista fue el que lentamente erosionó su mito. No necesitó de feministas protestando a su alrededor ni de señalamientos evidentes de la opinión pública, para que el hombre que protagonizó el histórico juego entre Argentina vs. Inglaterra, disputado el 22 de junio de 1986 en el Estadio Azteca de la Ciudad de México, se convirtiera en el peor enemigo de su herencia y legado personalísimo.
Maradona demostró que el dinero, la fama, el peso de la leyenda podía ser excesivo, destructor y de hecho, dilapidó su colosal legado con enorme facilidad. Fue el propio Maradona quien dejó una larga estela de escándalos y polémicas que ahora, al momento de su muerte forman parte del hombre que será recordado y que de hecho, es ya parte del tránsito histórico de su natal Argentina.
¿Por qué enfurecerse, llamar insensibles, incluso maltratar, violentar y amenazar a los hombres y mujeres que reconocen el talento de Maradona, pero que no lo utilizan para suavizar su lado más pernicioso y venenoso? Sobre todo, en esta época de grandes debates, de la necesidad de mostrar una opinión sobre temas que en otra época, hubiesen resultado un tabú, la controversia de la figura de Maradona es necesaria y de hecho, es por completo inevitable.
¿Cómo ocultar que el hombre que inspiró la moral argentina en medio de un momento especialmente crítico, también fue capaz de tender la mano y su peso histórico a dictadores con un largo historial de abusos y asesinatos? ¿Cómo mirar hacia otra parte cuando Maradona, el hombre mito, fue acusado de crímenes que hacen preguntarse en voz alta sobre la mano blanda que la cultura extiende sobre sus leyendas vivas? ¿Por qué no cuestionar el papel y la forma en que interpretamos a las celebridades?
Nadie pide que las figuras públicas no tengan hechos bochornosos que ocultar. Lo que se exige es que la forma en que se interpreta lo peor y más preocupante de símbolos aspiracionales de toda una generación, sea un reclamo evidente para dejar en claro que el talento no es una patente de corso para cometer crímenes de considerable gravedad, para abusar de la posición y de la relevancia pública, para construir una cadena de errores cada vez más graves que erosionen el mito y lo sostengan sobre pies de barro. Sobre todo, en la actualidad, en la que la fama es una recurrencia de valores tan variables como imposible de analizar desde una sola versión de la realidad.
¿Qué es un ídolo en realidad, en una cultura como la nuestra, que consume inmediatez y que está obsesionada con la apariencia, la vanidad y la fama momentánea? Tanto Kobe Bryant como Maradona, eran hombres convertidos en metáforas del triunfo y en especial en el caso del jugador del futbol, en el espíritu de su país, luego del histórico triunfo a la que llevó a la selección Argentina contra Inglaterra, en un momento histórico especialmente duro. Maradona venció de manera simbólica a un país que humilló al orgullo argentino. Sacó de las sombras el dolor nacional y lo convirtió en poder.
Pero de la misma forma, golpeó mujeres, se dejó ver en fotografías con niñas semidesnudas, abusó en forma flagrante de las prerrogativas de su posición. Asumió la adicción como una forma de celebración a la impunidad de su comportamiento y dejó entrever que cuando se es famoso — y en especial, al nivel de celebridad que disfrutó la mayor parte de su vida — se puede hacer lo que sea sin consecuencias. ¿Es justo algo semejante con las víctimas, con las generaciones que le admiran aun y todas las que escucharán su nombre? ¿Es justo para las mujeres y víctimas asumir que el poder de un mito es mucho más importante que su integridad personal?
Las consecuencias ya comienzan a notarse. Hubo amenazas de muerte y señalamientos para buena parte de los críticos a Maradona en Argentina, encendidos y violentos debates en calles y redes sociales por el mero hecho de una actitud crítica contra la actitud del deportista. La cantante Laura Pausini fue insultada y señalada por considerar que los homenajes a Maradona era una ofensa a las víctimas que dejó a su paso. Hace unos días, Paula Dapena, de 24 años y jugadora del club Viajes InterRías FF (3ª división femenina española), no quiso homenajear la memoria de Diego Maradona en un amistoso contra el Deportivo La Coruña (1ª) en Abegondo (noroeste de España) y ahora, recibe a amenazas de muerte, además de insultos y señalamientos en todo espacio virtual posible.
¿Es esa defensa a ultranza de Maradona un reconocimiento directo a que la fama lo es todo? ¿Que el talento puede justificar los crímenes y comportamientos más aborrecibles? ¿Que la habilidad de Maradona con el balón le hacía menos responsable de sus actos o que el mismo hecho de ser una metáfora de todo el poder y la capacidad de Argentina para enfrentarse a su pasado y a las afrentas, también es un espacio en blanco para que su mayor ídolo pudiera mostrar lo peor del comportamiento de una figura pública?
Maradona fue un deportista extraordinario y eso, no está en discusión. Lo que si está, es el hecho de que esa habilidad mágica y formidable, sea una excusa para no cuestionar sus actos más viles y atroces. El mito debe celebrarse, sin duda. Pero en toda su extensión, en la oscuridad y en la luz, porque esa es la herencia que dejará a su paso y sin duda, es la forma en que Argentina y el resto de Latinoamérica, podría reflexionar sobre sus omisiones y la forma en que asume la responsabilidad colectiva acerca de la violencia y el hecho criminal. Que sea Maradona el primer paso para que este continente adolescente tome su gran y primera decisión adulta. El que hace un buen tiempo, debió haber tomado.