Justicia, luto y ética: la muerte de Kobe Bryant y la noción sobre lo que somos.

Justicia, luto y ética: la muerte de Kobe Bryant y la noción sobre lo que somos.
febrero 6, 2020 Aglaia Berlutti

Supe de la muerte del célebre deportista Kobe Bryant mientras caminaba por un centro comercial de mi ciudad. Un grupo numeroso de curiosos estaban de pie frente a una pantalla de televisión colgada en una tienda de electrodomésticos, en la que la figura del deportista se movía sin sonido. Debajo, un cintillo anunciaba el accidente, su muerte, la de su hija. A mi alrededor había un silencio consternado, dolorido. Un genuino pesar.

— Se nos fue el hombre — se lamentó un desconocido a mi lado con auténtica tristeza— Se nos fue el héroe.

No supe que responder. También estaba aturdida, impactada y desconcertada por el hecho de la muerte prematura de Bryant, a pesar que no soy especialmente fanática del baloncesto. Pero lo soy de la cultura pop, por lo que la colosal figura del deportista se volvió habitual entre los grandes héroes que se veneran en nuestra época que conozco. En un siglo en que la noción sobre lo privado y lo público virtualmente ha desaparecido y que la fama convierte a desconocidos en parte de la vida cotidiana, la sensación de profunda desazón que me provocó la tragedia de Bryant era real y vívida. Su muerte me sacudió como supongo le ocurrió a cualquier otro que conociera su trayectoria, logros y considerable aporte al deporte. Como puede asombrar la desaparición física en semejantes circunstancias de cualquier figura pública de una relevancia parecida.

Unos minutos más tarde, revisé mi TimeLine de Twitter: la red social se encontraba repleta de comentarios de dolor por la repentina muerte del ídolo. Algunos recordaban su meteórica y extraordinaria carrera en el mundo deportivo, otros su imagen como figura amable, cercana y cordial. Al final, la gran mayoría de las opiniones se mezclaban entre sí para crear una dimensión profunda sobre un fenómeno que suele ocurrir muy pocas veces: la del duelo colectivo. Me sorprendió la intensidad del dolor, en paralelo con la tragedia. Las primeras noticias hablaban de casi media docena de víctimas, de las condiciones del clima, del hecho que los bomberos habían tardado casi veinte minutos en llegar al lugar del accidente.

Entonces leí un tweet de la actriz Evan Rachel Wood y me sobresalté. “Lo que ha pasado es trágico. Se me parte el corazón por la familia de Kobe. Era un héroe del deporte. También fue un violador. Y esas verdades pueden existir simultáneamente” escribió Wood. Y lo hizo con toda la considerable carga de responsabilidad que supone una afirmación semejante. En el año 2003, Bryant fue acusado de violación por una camarera de 19 años de edad. El proceso judicial a continuación, se convirtió en una tormenta mediática que acabó cuando la víctima retiró los cargos y Bryant publicó una disculpa pública en la que escribió que “Creí que los dos estábamos de acuerdo. Ahora entiendo que ella no quería que pasara, que no lo ve cómo yo. Tras meses de escuchar a su abogado y su testimonio, entiendo cómo le ha afectado”. Algo parecido a una confesión que a pesar de eso, pasó desapercibida en medio de la batalla legal en la que el deportista obtuvo el mayor beneficio.

Soy una mujer y activista feminista. Lo he sido por más de diez años de mi vida y antes, sin denominación alguna, dediqué esfuerzo y tiempo a la defensa de los derechos de la mujer y sobre todo, de las víctimas invisibilizadas por un sistema creado para menospreciar un delito como la violación. Aun así, me pregunté si en realidad era necesario que Wood hiciera hincapié en algo semejante minutos después de la muerte de la Bryant. Cuando el duelo y el luto colectivo que sacudía a sus fanáticos e incluso, a quienes no le habían conocido, se manifestaban como una muestra de dolor real y público. ¿Era necesario recalcar junto a las condolencias por una tragedia semejante que también incluía a una de sus hijas, el momento más oscuro y violento de su vida?

No lo sé. En realidad, sigo sin saber cuál es la actitud correcta en una situación semejante, cual es la postura ética que debo tomar como activista o simplemente una mujer que conoce las forma en que la justicia y la cultura culpabilizan y aplastan a una víctima cuando su agresor es una figura pública. Leí varias veces el tweet de Wood, las respuestas aireadas, el habitual linchamiento mediático que suele ocurrir en casos semejantes y me pregunté con tristeza cual era el centro de la discusión, el punto exacto de la diatriba y de la postura en medio de una tragedia semejante.

Kobe Bryant había muerto y no sólo, en medio de una tragedia espeluznante. Y a pesar que por supuesto, su vida estaba compuesta de puntos oscuros y brillantes, no dejé de cuestionarme hasta qué punto mostrar lo peor y lo más doloroso era necesario en medio de la consternación que su muerte dejó a su paso. ¿Cómo ayuda a la víctima el hecho de ser convertida en objeto de exposición y odio público luego de la desaparición física de su agresor? ¿Cómo se sostiene el discurso sobre la necesidad de proteger la integridad de quienes sufren situaciones de violencia en medio de una situación confusa como la muerte de Bryant?

A menudo, nuestro mundo hiper comunicado y sobre todo, vinculado con el hecho de la información como una forma de poder, te exige una inmediata y absoluta postura moral entre todo lo que ocurre y en especial, en cada circunstancia que sostiene nuestra identidad. Hay una cierta percepción sobre lo obligatorio de exponer las ideas y sostenerse una diatriba sobre ellas, sin importar el momento o lo que involucra el debate en general.

De la misma forma en que las fronteras entre lo privado y lo público han desaparecido, la percepción sobre la humanidad del otro también se han vuelto difusas, complicadas y duras de entender. Una batalla sobre la percepción del límite que separa la necesaria consideración de todo sostén moral que cimienta una postura política y las personas a quienes se intentan proteger, las que forman parte de una responsabilidad amplia y sincera sobre el deber de todo activista con la causa que propugna.

Pero en medio del debate sobre Bryant no pude dejar de preguntarme si se trata un tema de sentido común, incluso la idea en general de asumir que el deportista era también un hombre. Que su muerte espantosa en compañía de su hija mayor es una desgracia que en cualquier otro contexto supondría al menos un respeto inmediato al duelo de la familia, al dolor de sus seguidores o incluso, ese vínculo esencial que sostuvo con buena parte de una generación de fanáticos que le convirtieron en un ídolo dentro y fuera de la cancha. La sensación que en medio del debate se deshumaniza en beneficio de las ideas, es tan cruda, violenta y dolorosa como la posibilidad inmediata de no comprender exactamente, cual es la línea que separa la defensa de las ideas del desconocimiento del dolor del otro. De la existencia real de las figuras detrás de la fama, los delitos y el anonimato.

En el 2003, seguí el juicio a Kobe Bryant con atención y me quedó bastante claro que era una situación jurídica en que la víctima tenía todas las de perder. Se trataba de una mujer de diecinueve años que se enfrentó a una maquinaria legal que terminó por acorralarla y que sin duda, fue el motivo por el cual, la circunstancia terminó en un acuerdo millonario y una disculpa pública. Recuerdo esa sensación de impotencia, cuando alguien me pregunta mi opinión sobre el tweet de Wood y me niego a responder. “Nunca hay tiempo para las víctimas” dice alguien en Twitter. Más adelante leeré un brillante hilo en que una feminista se pregunta qué habría ocurrido si Bryant hubiera sido una mujer y madre. Una deportista de alto nivel que comete un delito sexual. ¿Se le habría perdonado de la misma manera? ¿Se le habría disculpado el comportamiento confuso en medio del juicio? La respuesta es obvia.

Lo que no es tan obvio es preguntarme si todo el debate debe acaecer unas horas después que Bryant murió junto con su hija en medio de un accidente espantoso e inesperado. Qué beneficios puede traer a una discusión mayor usar los extraños lugares del duelo para resaltar la injusticia de un sistema que a menudo resulta angustioso. Quizás para comprender el impacto de la muerte del deportista y el problema sobre su juicio por abuso sexual, hay que asumir que ambas cosas transitan por lugares distintos. En su momento, el feminismo alzó la voz — yo fui una de las tantas — y protestó contra los privilegios de hombres poderosos en casos de este tipo.

Kobe usó su privilegio, lo adecuó, hizo valer su prerrogativa como figura mundial y probablemente presionó a la víctima y a su entorno para obtener el resultado jurídico que necesitaba. Eso pasó, fue debatido y se debatirá. Pero ahora hablamos de su muerte. Del hecho que no sólo se trató en trágicas circunstancias, sino, además, en compañía de su hija mayor. Cualquiera que haya sido su delito — y ocurrió — ahora mismo, el foco está en las condiciones y circunstancias de su muerte. Es inevitable la oleada de dolor que desencadena un suceso semejante, pero sobre todo, uno que ocurre de forma tan sorpresiva y atroz.

¿Hay que hablar sobre lo ocurrido con Kobe en el juzgado? Sí, hay que hablarlo. Pero no en relación al duelo por su muerte, no para menoscabar el dolor que provoca su desaparición física, mucho menos en medio de una conmoción tan colosal como la que provocó su pérdida como icono de la cultura pop. Que se hable sobre lo ocurrido con Kobe, cuando haya que hacerlo, porque es lo justo, porque ocurrió, pero ahora mismo, es confrontar la idea de la muerte (y su posible legado) a una percepción legal concreta.

Kobe Bryant acaba de morir y aún su muerte es un suceso inmenso dentro de la conciencia colectiva. Debatir sobre su proceder desdeñable en el juicio es de alguna forma atacar ese dolor del fanático y de todos quieres le admiraron, a esa lucha de pareceres. El hecho ocurrió y no puede ignorarse. Pero por ahora, el peso del luto es mucho mayor. Naturaleza humana, quizás, me digo. O simple comprensión de que al final, la muerte es un hecho implacable que pone en perspectiva la vida, lo que somos, lo que fuimos, las decisiones y los hechos que marcaron nuestra forma de vivir.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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