Psicóloga Social. Criminóloga. Militante feminista. Docente universitaria. Doctorado estudios del desarrollo. Trabajo con el desarrollo sociopolítico con perspectiva de género. Miembro de AVESA. Miembro del Observatorio Venezolano de los Derechos de las Mujeres.
P: ¿Cómo se inició en el mundo del feminismo y en la lucha por los derechos de las mujeres?
R: Yo soy de la generación de los 60. Hasta que entré en el 67 a la UCV, realmente no tenía ni idea de nada de eso. Yo venía del barrio, venía de Catia y estaba interesada en lo de la mayoría de las jóvenes. Yo empecé a tener información sobre el tema cuando se dio la renovación universitaria en 1968. La primera persona con la que creo tuve alguna información o conversación fue con Gioconda Espina (estudiaba Letras). Dada la renovación, todas las escuelas y facultades estábamos en contacto. Hicimos una actividad de mujeres que llamamos ‘’Mujer Rompe tu Cascarón’’, el cual fue mi primer contacto. A partir de ahí me mantuve siempre activa, pero me negué a llamarme feminista porque yo no entendía muy bien qué era eso. Era tan bestia –lo reconozco-, que Argelia Laya me pidió incorporarme en el trabajo con las mujeres en el MAS y le dije que no porque a mí me gustaban mucho los hombres. El tiempo fue pasando y había una presión para que me declarara feminista, pero hasta que no lo entendiera, no lo haría. Yo estaba metida en el mundo de la investigación, el pensamiento. Me fui a Estados Unidos a estudiar una maestría y estábamos en contacto con un profesor que tenía el único partido de izquierda que existía en California. A través de él, nos acercamos y militamos en el grupo. Fue una experiencia única. Venía de la izquierda, nunca había estudiado nada sobre la izquierda, tenía la presión del feminismo, pero nadie se había ocupado de formarme, así que ahí me formé. Cuando regresé ya me asumía feminista, pero aún con el respeto al estudio para poder comprender mejor. Elisa Jiménez acababa de fundar AVESA y quería que se trabajara el tema de violencia. Esto fue ideal porque el programa de atención a víctimas de violencia sintetizaba mi formación como criminóloga y como psicóloga social. Era la cara pública del programa, peleaba con abogados en la televisión, acompañé a las víctimas a la morgue, siempre apasionada. Después del área de la violación, empecé a trabajar en otros espacios públicos. He sido incondicional con la lucha feminista desde entonces.
P: ¿Hubo algún acontecimiento específico donde usted sintió que debía alzar su voz?
R: Decir que eras feminista significaba el infierno, tal cual como pasa ahorita. La moral patriarcal, apostólica, católica, ante cualquier acción de avanzada trata de meter los frenos. Son más de 300 años de lucha que tenemos en este camino. Pero, a mi lo que más me lanzó al final fue el impacto del trabajo con violación. Yo no entrevistaba directamente a las mujeres porque yo no era clínica, ni hacía terapia, pero para mí el descubrir la violación fue muy importante porque el resto era elementos teóricos. Descubrimos que el violador no era un extraño, ni que se podía identificar por tener cara de maldad, sino que por lo general era un miembro de la familia, o era un vecino y esto nos asustó mucho. En ese momento, una compañera de Puerto Rico nos contó que también les había pasado. Mi encuentro con el fenómeno de la violencia contra la mujer, sobre todo la violencia sexual fue tan impactante, que por primera vez hablé en público. Fuimos a un programa de televisión tres de nosotras donde estaba un psiquiatra con la tradicional visión de que te buscaste lo que te pasó. Hablamos y me dediqué a hacerle la contra. Yo jamás había hablado en público, sufría de miedo escénico, pero hasta escribí un artículo sobre eso. Al salir de allí, no me callé más nunca. Hablo fuerte, hablo decidida, si metí la pata pediré disculpas, pero recuperé el derecho a la palabra. Descubrí que las mujeres no tenemos derecho a la palabra. Unas más marcadas y otras menos, pero es fundamental. En clases lo aplicaba, incentivaba a todos a hablar y dar su opinión.
P: ¿Cuál considera su mayor logro dentro de esta lucha por los derechos de las mujeres?
R: Yo creo que el mayor logro está alrededor de haber hecho cosas visibles las cosas que no se veían. Yo no sé qué pensarán los demás, ahí hay placas de reconocimiento, pero no es eso lo que me ha marcado. Fue importante y me dio placer por sentirme reconocida, pero mis grandes logros fue primero mi propio crecimiento, yo he sido un ratón para leer y estudiar; y siento que muchos de los ataques a las feministas tiene que ver con la ignorancia del país. Mi trabajo más fructífero fue dedicarme más de 20 años a la formación universitaria y haber podido seguir “envenenando” el alma a los chamos y chamas que vienen a estudiar a la universidad. El que pasa por mis manos, para bien o para mal, tiene que asumir ese tema, tienen que leer. Mis asignaturas siempre han estado marcadas por el tema de género. Fueron 15 años de docencia hasta el 2014. En el Hospital Psiquiátrico de Caracas di una asignatura que se llamaba atención a víctimas de violencia con perspectiva de género. Nos encontramos que para los estudiantes de postgrado para psiquiatría y piscología clínica, era la primera vez que les llegaba el tema, nunca lo habían oído. Hicimos descubrimientos importantísimos, así como también trabajo comunitario.
P: ¿Cómo visualiza usted nuestra sociedad en un futuro no muy lejano?
R: Como buena psicóloga social y criminóloga tengo una visión sociopolítica. Para mí todo pasa por la recuperación de este salto atrás. Porque ningún tema colectivo se puede resolver en un contexto que se opone de frente a esto. Yo espero que esto se acabe pronto y estar en condiciones de aportar algo a la reconstrucción del país. Lo visualizo como un país que va a tener que echar para atrás, para impulsarse y salir de este hueco en que estamos. Nosotras somos hoy en día agentes de cambio y lo que hay es que seguir aprovechando en la formación, en la discusión, en el trabajo comunitario y en todas partes, espacios para seguir llevando a la mujer de todas las edades adelante, y empoderarlas, sobre todo en un país donde la violencia es el discurso fundamental de todos los liderazgos formales. La violencia es el líquido amniótico del útero de esa mujer llamada Venezuela. Aquí todo se resuelve con violencia y se potencian unas con otras. Se debe prohibir el discurso violento en lo social, político, económico. Se debe desmontar desde el preescolar, ya que este es un detector de violencia intrafamiliar. Todo pasa por la reconstrucción política y económica del país. Hay que visualizar la salida de este régimen y presionar al que viene. Lo veo como un gran reto.
P: Si pudiera dejar un mensaje para las nuevas generaciones, ¿cuál sería?
R: Debemos seguir adelante. Darnos cuenta que hablar de los derechos de la mujer es hablar de la vida, no tienen por qué ser temas específicos y aislados. Se puede insertar el tema género en cualquier circunstancia de la vida diaria, con la que muchas mujeres se identificarán. No hay ningún espacio de la vida social, privada, en el cual nosotros no podamos poner el granito de arena como mujeres. No bajen la guardia, sigan adelante, agarren la bandera que les toca. La generación que vamos saliendo, deja a las nuevas con su mismo mundo por delante, con los cambios logrados. Hemos logrado mucho, pero este es un cambio muy profundo que estamos buscando las mujeres, por eso es tan lento, porque es una revolución cultural. Desmontar el discurso patriarcal que está en las bases de la construcción de las sociedades primitivas más antiguas, no es tan fácil como decir cambio dólares por bolívares. En Venezuela las mujeres votan porque tenían aproximadamente 20 años de lucha, hasta que finalmente se logró. Si para alcanzar nuestros derechos debemos seguir luchando, les pasamos la batuta para que ustedes sigan.
Escuchemos su testimonio aquí:
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