Las mujeres alegres no pueden andar tan decentes.

Las mujeres alegres no pueden andar tan decentes.
octubre 23, 2020 Maria Mercedes Armas
feminismo

Si algo nos afecta como seres humanos y humanas, es que se nos limite la posibilidad de sentir y expresar nuestras emociones. Ese es uno de los efectos dañinos que la programación machista tiene tanto en las mujeres como en los hombres y se produce desde antes del nacimiento, interfiriendo profundamente con las funciones asociadas a la dimensión emocional.

Las emociones cumplen una función muy importante en cuanto a la capacidad de adaptación, a las satisfacción de necesidades y a la estructura de la personalidad desde la infancia.

Se nos programa desde antes de nacer, según los roles y estereotipos asignados a los géneros; en los cuales se incluye todo lo relativo al mundo emocional: lo permitido y lo que no para cada sexo/género, y en qué medida se puede sentir y expresar sin poner en riesgo las exigencias de los estereotipos impuestos.

De las cinco emociones biológicas humanas: tristeza, miedo, amor, alegría y rabia, a las mujeres “se nos permite” sentir y expresar más cantidad de emociones, las cuatro primeras, consideradas inherentes a la feminidad y tenemos “prohibida” la rabia.

Por el contrario, a los hombres se le reconoce y valora la expresión de la rabia, a tal punto, que la masculinidad está asociada a la expresión de la misma (mientras más “arrecho” más macho), mientras que las otras emociones les están relativamente prohibidas.

Uno de los estereotipos de la feminidad es que las mujeres somos “más sensibles” que los hombres; esto tiene mucho que ver con la construcción identitaria de los géneros que ha sido estudiada por el feminismo.

Entre las emociones consideradas como “femeninas” tenemos el amor. Básicamente se nos intenta definir con base a esta emoción, lo cual es una manipulación. Estamos hartas de las frases que suenan a: “la mujer es sinónimo de amor”, exaltando en particular el amor materno como la esencia de la mujer, una esencia parcializada que excluye, no solo las otras emociones humanas, sino también a muchas mujeres que consciente o inconscientemente, no escogieron o no tuvieron la maternidad como opción.

Además, ese amor debe ser desde el sacrificio y no desde el placer, de allí el mandato bíblico “parirás con dolor”. Ese amor es de negación de sí misma a favor del otro y, pregunto, ¿a quien beneficia este tipo de amor? Ciertamente no a las mujeres.

El miedo es otra de las emociones con las cuales se nos define, a tal punto que se llegaba a considerar como un atributo femenino. Las mujeres arriesgadas no eran consideradas femeninas. Muchas veces la valentía de las mujeres no se valora como tal, sino como “abnegación”, lo cual parece más femenino, más maternal y sacrificado.

La alegría, nos es permitida dentro de ciertos límites, porque si eres muy amigable o te ríes mucho, ya eres una mujer dudosa, que anda con “el diente pelao”; lo cual suele interpretarse como una invitación a algo más, como una provocación que puede dar pie a un abuso. Dada esta construcción dominante de la feminidad, es que en muchos casos los abusadores sexuales son justificados porque se considera que las mujeres provocan la situación de abuso.

Entonces, las mujeres decentes no es que puedan andar tan alegres por allí ¿verdad? Por algo se les llama “mujeres de la vida alegre” a las prostitutas.

De la tristeza podemos decir que, no solo está permitida a las mujeres, sino justipreciada y naturalizada, de una manera  tan profunda, que unida al amor sacrificado, constituye la esencia femenina desde el punto de vista machista.

«Las mujeres nacimos para llorar«. Y no es que falten motivos, pero hoy por hoy, se considera una violencia simbólica contra las mujeres el ser representadas de esa manera, por lo que debemos subvertir ese orden patriarcal que se adueñó de nuestra emocionalidad.

Aquí llegamos a un espacio vacío, porque falta una emoción muy importante, prohibida para las mujeres, es nuestra gran amiga la rabia.

Cuando la mujer expresa su rabia pasa a ser enjuiciada como loca, bipolar, machorra, cuaima, feminazi, entre otros términos peyorativos.

Cuando una mujer siente rabia, por lo general se le trata de calmar, de “apaciguar”, de decirle que tiene que manejar las cosas de otra manera, con dulzura y amor, y en el más patético y común de los casos, esa rabia es asociada a un desbalance hormonal, por la menstruación, por la gestación, por la menopausia…en fin, sobran razones de su naturaleza para descalificarnos.

El enojo de una mujer pocas veces se califica como una reacción apropiada a una situación, o como un reclamo de justicia, sino a un desbalance emocional típico de las mujeres. Esto sucede desde que somos niñas. Se nos calla el reclamo o el grito porque “calladita te ves más bonita”.

No se nos pregunta el por qué de la rabia. Se nos empuja a tragarla y se ignora o normaliza la causa de la misma.

En este punto muchos/as dirán que eso ya ha cambiado y es cierto, pero no profundamente, no en todas las culturas, no lo suficiente.

Otro de los aspectos importantes en cuanto a las emociones antes referidas, es el efecto que tienen en nuestro desarrollo y vivencia de lo emocional y afectivo. El miedo tiende a paralizar, por el contrario la rabia tiende a movilizar; la alegría llena de bienestar y activa a la gente; la tristeza apaga y reduce la  capacidad de acción.

Entonces tenemos a una mujer definida desde lo emocional como: llena de un amor abnegado y sacrificado por los demás, que se traga su alegría y solo la muestra un poquito y en ciertos espacios; que se traga su rabia y no la expresa porque ella misma la desconoce, y todo esto bien amarradito con el miedo.

Con el miedo a sentir, el miedo a expresar-se, el miedo a ser ella misma y limitada en su accionar, sobre el cual pesa esta construcción patriarcal de su mundo emocional.

Esta mujer tiene como pareja a un hombre incapaz de sentir y expresar amor porque su construcción identitaria no lo dota como ser amoroso; con poca capacidad de expresar su alegría, a menos que se tome unos tragos para “alegrarse”. Tragos que también le sirven para acallar sus miedos, que no se permite sentir y expresar, pero con un inmenso permiso social para expresar su rabia y regodearse en que es “arrecho” y, por lo tanto, macho.

Si es de llorar, se llora un poquito, bajo los efectos del alcohol y acompañados de un vallenato; aclarando eso sí, que los hombres también lloran por culpa de “ella”, por lo cual está permitido. Llama la atención ciertas “licencias” otorgadas en algunos ámbitos como el deportivo, para que los hombres, en el clímax del triunfo, lloren, se abracen, se besen y hasta se toquen los genitales y el trasero entre sí, sin que esto signifique una disminución de su masculinidad.

Esta escena catártica es disfrutada y aplaudida por todos los demás hombres espectadores que, a través de ese ritual, dejan salir por un ratito las mismas emociones que tampoco se permiten normalmente.

Tanto mujeres como hombres necesitamos retomar los permisos para sentir, darnos los permisos internos para sentir y expresar las emociones, todas las emociones. Esto implica una redefinición de nuestra identidad emocional, y parte del proceso necesario es la deconstrucción de las creencias que constituyen los estereotipos de género y que nos limitan y nos hacen infelices como humanos y humanas.

 

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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