Lo admito con tristeza: en Venezuela, ser mujer es peligroso. Tanto como, supongo, lo es en cualquier otro lugar de este continente convulso, en constante transformación y también, obsesionado con el comportamiento y la identidad femenina. De hecho, alguien dirá que ser mujer en nuestro país es mucho más sencillo que en otras latitudes, en las cuales el machismo es un mal endémico y la violencia de género, algo común. No tengo dudas de que hay sitios peores para sobrevivir siendo una mujer, pero en Venezuela hay que agregar la carga dolorosa y confusa de algo mucho más complicado: el deber de ser mujer tal y como la cultura espera que seas.
Lo pensé mientras escuché a una docena de mujeres debatir sobre lo complicado que resulta evadir, denunciar y luchar contra el acoso laboral. Lo hice, mientras una ponente explicó cómo ha sido lidiar con la noción de su identidad de género en un país en la que el término es por completo desconocido y batallar por algo semejante se considera grotesco.
Pero vayamos más allá. En Venezuela, el cuerpo de la mujer es parte de algún tipo de posesión pública intangible. La “miss” que desfila, que representa un ideal inalcanzable que aun así se considera necesario. La madre abnegada, cuyo esfuerzo por anular sus propias aspiraciones en favor del hogar se llama “matriarcado”. Hace poco, hubo en Twitter una discusión sobre el tema y un user que niega ser machista insistió en que Venezuela es el lugar ideal para las mujeres: “bellas, seguras, que se sienten pueden deslumbrar”.
Lo dijo, además, dejando claro que la cada vez más abultada cifra de hogares con una única cabeza de familia es un símbolo de matriarcado. Lo leí, pensando en todas las niñas aterrorizadas que cada día aborrecen su cuerpo por unos kilos de más, por no tener la figura escultural a la que se supone deben aspirar. En la madre que no tiene otro remedio que trabajar el triple para sostener una familia porque la cultura le endilga la responsabilidad por completo.
Hace unos meses, una de las ponentes invitadas a conversar sobre la mujer la Venezuela en un evento de considerable envergadura, dedicó sus veinte minutos de intervención a hablar sobre el aborto. Pertenece a una organización que intenta promover la discusión sobre el tema en una Venezuela en la que aún es tabú hablar sobre eso, o se observa desde las connotaciones religiosas y, sobre todo, desde la percepción de la mujer como un ser infantil, incapaz de tomar una decisión meditada sobre su propia capacidad reproductiva.
La ponente – más joven que yo, mucho más audaz de lo que me recuerdo a esa edad – retó al panel a hacerse preguntas sobre el hecho de abortar. Y la experiencia (incluso entre mujeres y feministas) resultó dolorosa.
Porque aborto es una palabra inquietante. Hay un juicio moral inmediato, una interpretación sobre lo que sugiere que involucra y, de manera directa, una serie de pareceres éticos que aparentemente no admiten ningún tipo de excepción o justificación. Para buena parte de la sociedad occidental, la palabra remite a un crimen, a una decisión inadmisible que cuestiona incluso la identidad de la mujer y su rol social. Para la gran mayoría de las personas, el aborto no es una visión sobre la sexualidad y los derechos reproductivos femeninos, sino un concepto moral sin réplica alguna.
Y esa fue la primera pregunta que recibió la ponente, luego de explicar que está intentando que la Asamblea Nacional regrese sobre el tema de despenalizar el aborto y devolver a la mujer el derecho a decidir. La primera pregunta que recibió fue “¿No se trata de un asesinato de una criatura inocente?”. Y la segunda: “¿Por qué matar si puedes dar en adopción?”.
Hubo muchas otras preguntas, sobre la situación legal de una mujer que aborta, el acompañamiento una vez que ocurre un hecho médico de semejante magnitud; pero, en realidad, la noción ética, la acusación implícita, flotó durante toda la conversación.
Me entristeció la certeza de que aún la mujer sigue considerándose un sujeto legal menospreciado y discriminado de una manera tan directa. El país tiene una de las legislaciones más duras en lo respectivo a la interrupción del embarazo: se encuentra prohibido incluso en casos gravísimos que puedan comprometer la vida de la madre o su supervivencia. Para la ley venezolana, una vez que la mujer se embaraza pierde todo derecho a decidir sobre su cuerpo.
Mujeres violadas, gestando como consecuencia de relaciones abusivas e incluso incestuosas, deben luchar contra un entramado legal que asume y analiza la capacidad reproductora de ellas como un hecho biológico que no le pertenece y donde no tiene capacidad de decisión, lo cual resulta no sólo una amenaza a su integridad y salud sino también un atentado contra sus derechos reproductivos. No obstante, la presión ética, y en la mayoría de las ocasiones religiosa, continúa siendo un elemento insuperable.
En Latinoamérica, el tema es aún más difícil: el aborto se considera un tabú con tantas implicaciones, que la mera mención de la palabra invalida cualquier argumentación al respecto. La mayoría de las legislaciones del hemisferio continúan castigando de forma muy severa a quienes lo practican y condenando cualquier discusión legal.
Hace años, fue noticia el hecho de que la ley paraguaya no permitiera el aborto terapéutico de una niña de once años, embarazada luego de ser violada por su padre. La legislación del país solo permite el aborto en caso de que haya peligro de muerte para la madre y bajo estricta recomendación médica, por lo que el caso de la niña –a pesar de su edad y de las circunstancias en las que se produjo el embarazo – fue rechazado de inmediato. No obstante, las peticiones de la madre y de grupos humanitarios alrededor del mundo, la niña dio a luz el 13 de agosto del 2015.
La ponente se enfrentó en un espacio controlado (y, paradójicamente, con feministas a su alrededor) a la forma en que nuestra cultura concibe la interrupción del embarazo. ¿Cómo puede debatirse e incluso tomar decisiones que involucren la vida del feto sin tomar en consideración qué pueda ocurrir con la madre que lo lleva en el vientre? ¿Hasta qué punto el debate antepone un análisis moral a una visión sensible sobre la condición de la mujer? Las respuestas a ambas preguntas desconciertan, pero, sobre todo, preocupan.
La ponente mostró una serie de análisis que no solo demuestran la situación precaria, sino además lo poco que sabe sobre el tema. La estadística dice que en 85% de los países del mundo el aborto es considerado no solo un delito penal, sino que condena a la madre a penas mayores de diez años de prisión en caso de cometerlo. No obstante, solo 25% de los países poseen leyes que brindan seguridad social y económica a mujeres con embarazos no deseados.
Para colmo, en 56% de los países las violaciones tienen penas inferiores a 15 años y los reos disfrutan de beneficios de libertad condicional al quinto. En 67% de occidente no existe un órgano de protección que asegure la salud mental y física de las víctimas de violación. Sin embargo, 68% tienen castigos punitivos a cualquier mujer que se practique el aborto.
En la 69°Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se solicitó a Venezuela la revisión y modificación de la ley del aborto, en beneficio de la mujer y en prevención al aumento de los índices de mortalidad de mujeres que, según los expertos de la organización, se encuentran entre los más altos de la región. La petición solicitaba de manera formal excepciones adicionales como la posibilidad de interrupción del embarazo producto de la violación e incesto.
El texto completo insiste además en el hecho de que las leyes sobre el aborto minimizan las consecuencias que puede tener su carácter restrictivo: “El Comité está profundamente preocupado por que Venezuela tenga uno de los índices más altos de la región de embarazos de adolescentes y que muchos de ellos acaben en muerte materna”. El informe agrega que el organismo “está preocupado por la falta de acceso a procedimientos de aborto seguro a causa de la restrictiva ley y la carencia de información sobre el impacto de los programas para reducir estos embarazos”. No obstante, a pesar de los precisos argumentos de la solicitud, la petición se ignoró, como ha ocurrido en múltiples oportunidades.
Sin duda la discusión sobre el aborto en Venezuela continúa en medio de debates prejuiciados sobre las razones morales que pueden empujar a una mujer a llevar a cabo una decisión extrema en contraposición a la necesidad inmediata de protegerla. Eso, a pesar de las dolorosas historias sobre mutilaciones, maltratos por mala praxis médica o fallecimientos debido a brutales procedimientos ginecológicos.
El mundo continúa reflexionando sobre el aborto con una variedad de opiniones morales que pocas veces favorecen a la víctima silenciosa de un delito sin rostro: la mujer.