Melones en un sostén, la sangre de mis víctimas, Rosa tan rencorosa y todos los mitos que debe sufrir una feminista cada día de su vida.

Melones en un sostén, la sangre de mis víctimas, Rosa tan rencorosa y todos los mitos que debe sufrir una feminista cada día de su vida.
septiembre 28, 2020 Aglaia Berlutti
feminismo

*Cosas absolutamente idiotas que con frecuencia le preguntan a una feminista* (Parte I)

Oye ¿Por qué llevas sostén si eres feminista?
Respuesta educada:
La lucha por la igualdad que incluía protestar en aparentes símbolos de dominación masculina se superó hace treinta años. Las mujeres tomamos control sobre nuestra vestimenta.
Respuesta de loca:
Ponte un par de melones colgados del pecho y dime cuanto aguantas sin llevar sostén.

Hará un par de día, una tal “Rosa” me llamó feminista entre comillas en Twitter, por algún motivo que desconozco. Todo esto ocurrió, después que diera una opinión personal sobre Trump (que no me agrada), el país que preside (que adoro) y por supuesto, todo lo que está ocurriendo en Venezuela a partir de esa premisa.

En resumen: toqué el viejo punto de “toda feminista es izquierdista porque así lo ha dispuesto el mundo”, algo que por supuesto, no puede ser más inexacto y falta de profundidad. Lo más molesto, es que la sutil agresión provenía de una mujer: la leí con la sempiterna sensación me provoca, la idea que nuestro género ha sido educado para rivalizar durante tantos siglos y de tantas formas, que subsiste como un pequeño olor fétido en escaramuzas inesperadas. Al final “Rosa” me dejó claro que “no hacía falta tratar de entender qué le decía” (le sugerí analizar las posibilidades infinitas del pensamiento estratificado) y cerró la conversación con un escueto “bye”. ¿Para qué me molesto? pensé entre deprimida y un poco exhausta.

Bueno, en esencia lo hago porque creo imprescindible hablar de todos los temas posibles sobre el feminismo, me digo mientras continúo opinando sobre libre mercado y Trump con su piel color naranja sobre el inesperado coletazo de la historia que puso a Venezuela de pie frente a una extrañísima coyuntura geopolítica. Porque el feminismo es uno de esos temas incómodos, dolorosos, increíblemente grimosos que ponen a prueba la escasa paciencia para el debate con que fui dotada pero también, me obligan a analizar la necesidad de comprender mi activismo como algo más que una frase.

Sí, soy feminista, académica, de hueso rojo, velo púrpura. Soy la feminista que en privado aplica el Test de Bechdel a todas las películas que ve y saca conclusiones al respecto. Soy de las feministas que no estará jamás de acuerdo con el lenguaje inclusivo — juro que no es contradictorio, amigues — y que se ríe hasta el cansancio del estereotipo que se ha creado alrededor de su trabajo. Porque hay que reír, me digo mientras empiezan a llegar mensajes directos a mi box de Twitter. Porque si uno no llega a reír…

“Feminista y comunista ¿no quieres la libertad de tu país?” me espeta alguien. Al minuto, llegan dos mensajes en la misma tónica, cuatro, cinco. En diez minutos serán media docena. En media hora, cincuenta. A la hora, dejé de contar. Madre mía ¿no debí hablar de Trump? me digo y suelto la carcajada. Ah claro, me digo. El “comunismo” de la feminista, ese feo revés histórico que te hace llevar a cuestas un peso que no te pertenece.

¿Los respondo o no los respondo? ¿A las groserías, insultos, insinuaciones? Oye, incluso creo que alguien me llama “loca amante de Michelle Obama” (ese título sí me gusta)

¿Cómo me pasan estas cosas?
Pasan porque soy feminista, sin más.
¿Simplista?
Se los voy a explicar.

*Cosas absolutamente idiotas que con frecuencia le preguntan a una feminista* (Parte II)

Oye, si eres feminista ¿Por qué te maquillas los labios de rojo?

Respuesta educada:
Porque lo estético es una forma de desconstrucción que te permite tomar decisiones sobre tu apariencia.

Respuesta de loca:
¿Maquillaje? esa es la sangre de mis víctimas 😀

Como conté más arriba, a los diez años, hice mi primera proclama feminista. O al menos, así podría interpretarse. Juan suelta una carcajada cuando se lo cuento. Una muy maliciosa.

— Lo que ocurre es que el Feminismo no es una idea simpática. Se enfrenta a tantas cosas a la vez, que es obvio y notorio que tropezará con alguna que se considere sagrada y sobre todo, de esas que la sociedad considera inamovible — me explica — una mujer que asume desea reclamar derechos y responsabilidades, se va a encontrar con que se enfrentará a la educación que le dieron en casa, con la cultura que le rodea e incluso con la religión que profesa la mayoría, no es sencillo.

No lo es. Recuerdo que la primera vez que comenté en voz alta que me atraían las ideas del feminismo, varios de mis amigos me miraron con la ya clásica expresión de “¿Y ahora qué hacemos?”. Me encontraba en la Universidad, era una muchacha pálida y desgreñada que acababa de descubrir que la inquietud que había tenido durante años tenía nombre y no tenía el menor empacho en mostrarla. Uno de mis amigos se aterrorizó un poco con eso.

— ¿O sea, serás un machista con falda? — me dijo. Lo miré extrañada. — Yo sólo aspiro a que nadie me tenga que juzgar por el hecho simple que soy mujer. Quiero ser un ciudadano a pleno derecho, nada más. — Ya lo eres — me recordó otro. — ¿Hablamos del código Civil?

Eso era un chiste viejo que hizo reír a todos. Después de todo, como estudiantes de Derecho, sabíamos que las leyes venezolanas eran tan machistas como lo habían permitido la conservadora sociedad que había redactado las leyes vigentes. De manera que sí, todos asintieron, admitieron que tenía algo de razón — no toda — y me pidieron que al menos si empezaba a odiarlos, que les advirtiera para tomar precauciones.

— Lo haré, lo haré — les dije muy convencida. Y también reí. ¿Por qué no hacerlo?

Supongo que es muy fácil, resumir la idea del feminismo en un enfrentamiento directo con lo masculino, aunque no tiene por qué serlo y, de hecho, la mayoría de las veces no lo es. Pero hablar sobre un movimiento social estructurado de mujeres para mujeres, no siempre es sencillo, sobre todo para una cultura que todavía se pregunta por qué diablos las mujeres decidieron reclamar si todo estaba tan bien.

— Se trata de una idea costumbrista: si todo funciona ¿Para qué cambiarla? — me dice Juan — la mayoría de las veces, las feministas se tropiezan con esa percepción de “las cosas marchan como deben marchar”, que invalida de origen el reclamo. Es algo complicado de analizar, sobre todo cuando no estás en una posición de poder.

En una ocasión, reclamé en el rectorado de la universidad donde estudiaba que un profesor me había quitado un par de puntos en un examen por analizar “desde la perspectiva de la mujer” algunas ideas “objetivas”. Cuando le expliqué que el hecho que varios personajes de la literatura fueran simplemente esquemas repetitivos y sin mayor peso era un hecho verificable, el funcionario que me atendió puso ojos en blanco. Casi le escuché pensar “Y tener que soportar a esta mujer”.

— No se vaya a sentir ofendida por eso — me dijo casi con fastidio. Me encogí de hombros. — No me molesta. Lo que sí me irrita es que mi análisis se considerara femenino porque lo hago notar.

— No se me ponga feminazi — me reclamó, mitad en chiste, mitad en broma. No supe que responder a eso, esencialmente porque no conocía el término.

Bienvenida al mundo real: al mundo donde si reclamas mucho, bordeas el incómodo trecho entre ser un incordio y el tradicional dolor en el trasero. O lo que es lo mismo, en el ámbito de las ideas de género, una feminazi. ¿Y que describe tan poco generoso término?: a una mujer irritante, al parecer. La palabra fue creada en 1990 por el locutor conservador Rush Limbaugh que mezcló los términos “feminismo” y “nazismo” para describir a las mujeres que por entonces exigían en EEUU el derecho al aborto.

Posteriormente se amplió su significado para definir a todas las mujeres que luchan por la igualdad social, o sea, a todas las feministas. En nuestro país se ha hecho especialmente popular en los últimos años como término para ridiculizar el feminismo y sus reivindicaciones. Y es que claro, la manera más sencilla de infravalorar una lucha política es resumiendo a lo básico. ¿Reclamas, te vuelves insoportable? ¿Insistes en decir tus ideas como las concibes? Pues tienes tu nombre: Feminazi.

— Cualquier movimiento político y social siempre será concebido desde la periferia y a través de sus carencias — me dice Juan — es mucho más fácil reducir al feminismo en un sentido burlón de mujer-quema-sostenes-machorra-odiadora de hombres que lanzar un argumento, que implica sostener un debate.

Una idea que he enfrentado toda mi vida, claro. Soy respondona y malcriada por naturaleza y eso, combinado con una idea política, puede resultar realmente irritante y fastidioso. Y admito que lo soy. Me gusta debatir los planteamientos, desmenuzarlos en palabras y reflexiones. Pero a casi nadie le gusta seguirme el paso. La mayoría me pregunta si me afeité los brazos ese día o si el “hembrismo” me dejó vivir otra semana. Casi siempre termino quedándome callada de puro aburrimiento. ¿Quién no lo haría?

Y ahora que tocamos el tema, hablemos del “hembrismo”, hermano bastardo del “machismo al revés” y que suele usarse para definirse un tipo de supuesto feminismo reaccionario. A veces bromeo con la palabra, la uso para definir esa fantasía masculina sobre lo que la lucha por los derechos puede ser. Más de una vez, la he empleado como idea que parece elaborar una percepción muy amplia sobre la fantasía de la reivindicación extrema y sobre todo, esa capacidad insistente de limitar la lucha social como simple enfrentamiento entre géneros. Juan sacude la cabeza, con cierto cansancio.

— El “hembrismo” es tan útil para el machismo como un doble espía. No sólo encarna lo que es su suposición sobre el feminismo, sino que existe para demostrar que el feminismo “es una idea sobre el odio a lo masculino”. Puestos así, es super sencillo comprender porque aparece la palabra de vez en cuando.

Hace poco, leía en el interesante blog de Nacho Moreno en Palomitas en los Ojos, que resulta interesante que sólo en artículos y argumentos relacionados con críticas directas al feminismo, el “hembrismo” sea un concepto que se analice a profundidad, por lo cual concluye que se trata de “una pura invención que sólo podemos encontrar en los micrófonos, revistas y foros más casposos del internet. El machismo al revés no existe porque para que se produjera un fenómeno parecido tendríamos que revivir miles de años de cultura patriarcal, pero ‘al revés’ cosa a todas luces imposible a no ser que nos pongamos inmediatamente a hacerlo”. Una idea para reflexionar.

Lo del “hembrismo” parece resumir ciertas inquietudes que me preocuparon por mucho tiempo. Cuando era más jovencita, me atormentaba la idea de que el feminismo, como movimiento social pudiera ser sólo una propuesta destinada a convertirse en una especie de eco de ideas extremas. No quería repetir ideas de otros, quería reformular los planteamientos a mi medida. Y lo hice cada vez que pude. Adecué las ideas a lo que suponía correcto — coincidieran o no con la mayoría — y sobre todo, insistí en mirar las cosas desde mi perspectiva.

— Lo cual te hace “tibia” — se burla Juan, quien por años ha sido testigo de mis discusiones y peleas con otras feministas convencida que mi manera de ver las cosas es por completo equivocada. Me encojo de hombros. — O inconforme. — O inconforme por tibia.

Nos reímos juntos. No obstante, tiene razón: el planteamiento de adecuar el feminismo a mi particular punto de vista no es sencillo. Como todo movimiento social y cultural que se precie, ha pasado por transformaciones muy específicas y concretas. Lo cual es lógico, siendo que la llamada “primera Ola feminista” nace en el siglo XVIII y llega a principios del XX en EEUU. Una diatriba sobre la educación formal y aspectos específicos sobre la mujer, como la importancia sobre el acceso a la universidad, el acceso al voto y sobre todo, redefinir la identidad de la mujer. La segunda Ola — y esta es la que suele ser llamada radical — tiene lugar en los años 60 y 70 y está relacionada con los movimientos de derechos civiles y contraculturales. De allí nace la idea del “feminismo Izquierdista” y sobre todo esa noción del feminismo afianzado en ideas de reivindicación de clases y luchas de capitales. La segunda Ola llegó además para destruir la imagen tradicional de la mujer, poniendo en el tapete temas hasta entonces tabú como los derechos reproductivos, la libertad sexual y el acceso pleno al trabajo.

Supongo entonces que la Tercera Ola es esta toma de la conciencia que el feminismo puede ser muchas cosas y también, un sólo planteamiento. La idea de integrar toda una serie de ideas sobre los derechos generales — más allá de la mujer y lo femenino — y asumir su valor. Una vez leí que la tercera ola del feminismo es una idea en constante transformación, que admite cientos de excepciones. Y una de ellas, claro está, es la de comprenderlo de una manera privada. Esa noción del feminismo como elemento esencial de lo que se considera una construcción social para la mujer, pero no exclusivamente sólo en lo que respeta al género.

Claro está, no son conceptos sencillos. Ni lo serán. Tampoco son simples de asumir desde la perspectiva del “feminismo es esto y lo otro”. Pero están, para ser analizados, para ser concebidos como percepciones ideales sobre lo que la sociedad puede ser. Después de todo, parafraseando a mi amada Simone De Beauvoir, uno no nace feminista. Se hace feminista.

Una vez leí en un informe de la Comisión Europea sobre la mujer que El género lo componen “las diferencias sociales (por oposición a las biológicas) entre hombres y mujeres, que han sido aprendidas, cambian con el tiempo y presentan grandes variaciones tanto entre diversas culturas como dentro de una misma cultura”, lo cual equivale a decir que lo que somos — como nos concebimos — evoluciona con el tiempo. Lo cual también es válido por supuesto, para lo que reclamamos como justo y más allá, lo que aspiramos a obtener. Porque el mundo, puede ser una esperanza y también una construcción de ideas. Pero sobre todo, un proyecto a largo plazo en plena creación.

— ¿Estás consciente que son tiempos temibles para el feminismo? — me dice Juan. Caminamos juntos por la calle y de pronto, el mundo parece enorme y yo muy pequeña, con mis batallas e ideas. Pero posible de construir, una aspiración incompleta — ¿Que no se trata solamente de la burla sino también del absoluto desprecio que despierta la idea?

Por supuesto que lo sé, me digo, a varios meses de distancia de esa conversación, mientras el interlocutor invisible en mi TimeLine continúa despotricando contra el feminismo y quizás contra la idea que representa. Pero después pienso que justo por ese desprecio, por esa furia, por esa noción de las cosas, es que vale la pena seguir luchando, insistiendo, enfrentándose. Al menos, yo sé que lo haré.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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