Recordemos alguna escena de cualquier película, donde aparecen los protagonistas, de muy buena posición económica, cenando en su casa. La mesa está servida, ellos conversan animadamente mientras comen el primer plato. Luego llega el segundo plato y así transcurre la cena hasta el postre. Ahora vamos a cambiar el foco, vamos a dejar de ver a los protagonistas… vamos a centrar nuestra atención en “las otras” participantes de la escena.
Quizás podamos distinguir alguna mano que colocaba un plato en la mesa o alguna sombra desenfocada que espera al fondo para continuar atendiendo. Si nos vamos un poco más allá, alcanzaremos a ver al cuerpo, sin rostro, que está en la cocina preparando toda la cena. Son personajes invisibles pese a que, sin ellos, no habría sido posible esa cena. Son personajes que usaron su tiempo, que usaron su esfuerzo, para esa tarea.
Esa escena se repite a diario en cualquier familia, con la diferencia de que, las que lo hacen, no reciben pago por ese trabajo.
Recuerdan la película ¿La mano que mece la cuna? Era de terror…pero más terroríficas son las cifras que revelan la invisibilización de las mujeres sepultadas debajo de toneladas de horas y horas de trabajo doméstico no remunerado, no reconocido e infinito (mi madre, Rosa Esther, decía: “el trabajo de la casa nunca se acaba”).
Social y culturalmente somos la mano que sirve la sopa, los brazos que lavan la ropa, los ojos que vigilan al enfermo, los pies que buscan a los niños, la boca que ofrece consuelo, somos la bolsa que trae las compras… y las espaldas que cargan el agua. Somos la sombra desenfocada que espera al fondo para continuar atendiendo.
Nos referimos a la invisibilidad de los trabajos ejecutados por las mujeres en el ámbito privado, tales como los roles reproductivos y de cuidados, que son ejercidos sin recibir ningún tipo de remuneración o reconocimiento social por ello, excepto el “día de la madre”, claro está. Son aportes invisibles a la economía.
El proceso histórico de invisibilización de las mujeres consiste en que no hay reconocimiento social de su participación y mucho menos, una valoración de la misma.
La omisión de la existencia y participación de las mujeres como grupo social, es una forma de exclusión y por lo tanto, una violación a sus derechos humanos. Este proceso tiene como objetivo sostener la posición privilegiada y dominante de los hombres sobre las mujeres.
Desde la antigüedad, el no reconocimiento social de las mujeres se ha practicado tanto en el ámbito privado como en el público, a través de diversos mecanismos, tales como la destrucción, omisión y robo de sus obras y trabajos, la descalificación y desmerecimiento de sus logros y la no valoración de sus tareas y aportes.
Incluso a nivel de la gestión pública, “las cosas de las mujeres” son las últimas, las menos apoyadas, las “apenas soportadas”, dentro de las planificaciones y presupuestos; los cuales se recortarán tan fácil y naturalmente, como la madre deja de comer para darle la comida al hijo.
Hay una naturalización de esta situación de exclusión social y de desigualdad en la repartición de las tareas domésticas de cuidados al estar definidas por los roles de género, que histórica y culturalmente, atribuyen espacios y actividades en desventaja para las mujeres, porque limita la libre expresión de su personalidad y el pleno ejercicio de su libertad. La recarga de trabajo también tiene como consecuencia el empobrecimiento del tiempo de las mujeres.
Según Verónica De Vita, la pobreza de tiempo “es el concepto que define estás condiciones por las cuales prácticamente no queda margen para el cuidado personal, el ocio productivo y a veces, ni siquiera un sueño reparador”
Algunas investigaciones con enfoque de género nos permiten comprender mejor las implicaciones de esto.
Según el estudio realizado por AVESA: “El tiempo que dedican las mujeres al cuidado familiar y su impacto en la pobreza de los hogares” (2020), se encontró que las mujeres no perciben las desigualdades de género y éstas están naturalizadas.
En su trabajo “Pobreza de tiempo e ingresos: mediciones y determinantes para la Argentina”, Anaia Calero concluyó que la pobreza de tiempo es otra dimensión de las inequidades de género.
Esta autora señala que la dedicación impuesta a las mujeres a los trabajos invisibles domésticos y de cuidados: “afecta completamente su autonomía, sobretodo la económica (,,,) la falta de tiempo de desarrollo personal afecta a la sociedad en general ya que no permite desarrollar la individualidad y creatividad como aporte a la sociedad”
Esto está vinculado al derecho a la libertad.
El ODS 5.4 establece como meta: “Reconocer y valorar los cuidados y el trabajo doméstico no remunerado mediante servicios públicos, infraestructuras y políticas de protección social, y promoviendo la responsabilidad compartida en el hogar y la familia”
Pero, para reconocer, primero hay que ver.
Sin embargo, la recolección de los datos en materia de los roles domésticos, de cuidados y el uso del tiempo de las mujeres, también están invisibilizados, no existen o no hay presupuestos para ellos, a excepción de en los países desarrollados.
A nivel del registro de estos datos se presentan dificultades metodológicas, por el hecho de que las mujeres realizan varias tareas a la vez; entonces se pudiera reflejar que usa dos horas de su tiempo en trabajos de cuidados sin tomar en cuenta que, durante esas dos horas, estaba cuidando a los niños y también estaba lavando, cocinando y limpiando simultáneamente, por lo cual en el registro se tiende a omitir algunas tareas. Para el avance en el logro de este ODS es fundamental la correcta recolección de los datos.
Estos son sólo algunos de los aspectos del tema. Un punto importante a evaluar es cómo este proceso de exclusión social e invisibilización, afecta la construcción de la identidad de las mujeres. Cómo se ven, cómo se perciben a ellas mismas y cómo visibilizan sus aportes.
Fueron muchas las veces que, al entrevistar a las mujeres víctimas de violencia, las escuché decir: “yo no hago nada” . Sus hijos, hijas y parejas coincidían en que: “ella no hace nada”, aunque acababan de comerse la arepa que ella les preparó.
Entonces tocaba trabajar con ellas todo el tema de la invisibilización de los trabajos maternos, domésticos y de cuidados; trabajar su autoconcepto como mujeres productivas.
Muchas veces utilicé una tarea que me indicó mi terapeuta, Nelson Villoria Marrero, hace bastante tiempo, y la sigo recomendando porque funciona: consiste en hacer una lista de todo lo que haces en la casa y al lado colocarle cuánto cobrarías por hacerlo, al final sumas y esa es una forma de visibilizar tu aporte a la economía familiar.
Asimismo, sus aportes en dinero siempre quedaban en segundo lugar, aunque la cantidad aportada era mayor. Su pareja dice: “lo que ella gana es para sus cosas”; cuando bien sabemos, que la mujer sostiene económicamente el hogar a las par o aún más.
¿Cómo podemos salir de las sombras de la exclusión y la invisibilización?
Este es un tema muy grande y claro está, hay muchas responsabilidades que repartir en esta tarea de visibilizar a las mujeres y sus aportes. Es básico seguir asumiendo a nivel personal, a nivel familiar y con las mujeres que atendemos, el proceso de redimensionarse en su autoconcepto como mujeres productivas y valiosas, que aportan significativamente a sus familias y a la sociedad con el trabajo doméstico y de cuidados.
Esta ceguera hay que atacarla en todos los flancos y espacios…en la mentalidad de la maestra que la reproduce enviando a los varones a jugar mientras las niñas se quedan ordenando el salón, por ejemplo. Y hay que atacarla para transformarla, porque arropa demasiados temas importantes para las mujeres, por ejemplo, la brecha salarial.
Pero esto no es suficiente, aún más importante es que ellas puedan echar mano de su libertad para elegir su destino, su Ser y su Que-hacer.
Hacerse dueñas de sus decisiones, de su tiempo, de sus sueños, para que no queden aplastados por un rol predeterminado que sólo les ofrece un cerro interminable de platos que fregar.
Vamos a enfocarnos, vamos a vernos, vamos a reconocernos… a ver si, por una vez en la vida, vale la pena decir que tenemos la sartén por el mango.