Ya van aproximadamente 150 días de cuarentena en la mayoría de los países, medida necesaria, pero al mismo tiempo causante de estragos económicos y sociales producto de la recesión implícita. Uno de sus efectos negativos más extendidos en todo el mundo es sin duda la pérdida del empleo.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la crisis económica y laboral provocada por COVID-19 podría aumentar el desempleo mundial en casi 25 millones de personas, un 15% adicional a la cifra de desempleados registrada por otras razones diferentes a la pandemia. Se prevé además un aumento exponencial del subempleo, ya que las consecuencias económicas del brote del virus se traducen en reducciones de horas de trabajo y salarios, reducción de empresas formales (y de empleos formales) y reducción general de medios de vida para las familias.
En la mayoría de los casos, con o sin crisis sanitaria, la población migrante es reclutada para realizar trabajos precarios sin goce de protección ni apoyo socioeconómico alguno. Muchos profesionales que migran se ven en la necesidad de aceptar trabajos que están por debajo de su calificación para poder subsistir, desperdiciándose talentos importantes para el desarrollo del país de acogida. Esto trae aparejado a nivel personal muchos conflictos emocionales y cognitivos que, unido a todo el trabajo de adaptación cultural que deben hacer las personas que migran, muchas veces en ambientes cargados de xenofobia, exige un despliegue de competencias extraordinarias con las que no siempre se cuenta.
Impacto en las mujeres
Si esta pandemia se vive en condición de migrante, el riesgo de perder el empleo crece exponencialmente y si además se es mujer, las probabilidades de mantenerlo o de encontrar uno nuevo disminuyen sensiblemente. En comparación con el 93% de los hombres, sólo el 67% de las mujeres de América Latina y el Caribe participan en la fuerza de trabajo formal y más de 126 millones trabajan en el sector informal.
OIT alerta sobre la afectación desproporcionada que la pobreza y precariedad laboral tiene sobre las mujeres, ya que los sectores donde se desempeñan usualmente – salud, cuidados, comercio, servicios- son los más afectados por las bajas remuneraciones percibidas y el riesgo de exposición al coronavirus, así como donde se espera la más lenta recuperación post pandemia. Este organismo ya registraba antes de la emergencia 30 millones de mujeres desempleadas en el sector formal en América Latina.
Por otro lado, destaca OIT, el escenario de interrupción laboral debido a COVID-19 provoca que las mujeres y niñas tengan más probabilidades de perder su fuente de ingresos que sus contrapartes masculinas y menos acceso a los mecanismos de protección social. Al mismo tiempo, sufren más complicaciones para acceder a las opciones de teletrabajo o generar ingresos a través del trabajo fuera de sus hogares.
Fundación Mujeres Migrantes
Inquietas por estas proyecciones, la Fundación Mujeres Migrantes (@mujeresmigrantes) se ha propuesto como uno de sus ejes estratégicos de trabajo, la empleabilidad. Con base de operaciones situada en Santiago de Chile, sus lideresas Pamela Astudillo y Yiniba Castillo, venezolanas residentes en esa ciudad, vienen trabajando desde hace dos años en el acompañamiento a mujeres que han migrado.
Al inicio tenían un radio de intervención local, pero gracias a la realización de reuniones virtuales que trajo el confinamiento, se están uniendo migrantes de habla hispana de muchas otras ciudades que logran beneficiarse de las actividades emprendidas por esta Fundación.
Ellas están conscientes de que la migración se vive como una mezcla de muchas emociones volátiles y estados de ánimo que a veces son positivos y otras negativos. Entre el duelo y la esperanza, la tristeza y la ansiedad, la resignación y la ambición, todo es reto y desafío en el migrante. Si ya la situación de base es comprometida, en medio de una crisis sin fecha de vencimiento como esta de la pandemia, la sensación es peor.
Para abordar este importante tema, la Fundación convocó en días pasados a un nutrido grupo de mujeres en situación de migración con quienes me reuní para brindarles herramientas fortalecedoras de sus emociones y transmitirles conocimientos que les ayuden a mantenerse firmes, resilientes y orientadas al logro. Fue un espacio para pensar en estrategias lingüísticas, emocionales y corporales que facilitan el soporte psicológico requerido para no abandonar el sueño de un empleo acorde a sus vocaciones y capacidades, en lugar de hacerlo por necesidad y subsistencia.
No es fácil abordar una situación como esta sin sentirse como una vendedora de espejitos. Lamentablemente todo prevé que en los próximos meses aumentará la desocupación laboral y la brecha de desigualdad ya existente entre hombres y mujeres se ensanchará. Pero aun dentro de este terrible escenario, contar y hacer uso de los propios acervos personales para actuar en la dirección deseada sin que ocurran episodios graves de descontención emocional, es una gran ventaja.
Aprender a manejar la frustración, confiar en el propio sentido de eficacia, explicar los eventos que nos pasan con optimismo, regular patrones de ansiedad, fortalecer el cuerpo para contar con la energía y salud que se requiere en un momento de tanta incertidumbre y confusión, son destrezas que se aprenden y funcionan. Eso sí está en nuestras manos lograrlo. Gracias a Mujeres Migrantes por tejer las redes que posibilitan este trabajo.
Es necesario proteger el empleo de las mujeres
Según OXFAM, los países que presentan una mayor igualdad de género suelen tener unos mayores niveles de ingresos. Los datos provenientes de muchos países demuestran que reducir la brecha entre hombres y mujeres lleva a su vez a la reducción de la pobreza: “en América Latina, por ejemplo, el aumento del número de mujeres en trabajos remunerados entre 2000 y 2010 fue responsable de cerca del 30% de la reducción de la pobreza en general y de la desigualdad de ingresos”, dicen en su web.
Esto debería ser argumento suficiente para apoyar la tesis de que necesitamos una economía que beneficie tanto a hombres como a mujeres, asignando valor al trabajo de los cuidados, reduciendo la brecha salarial por género e incorporando a más mujeres en la toma de decisiones y formulación de políticas públicas orientadas al desarrollo, al mismo tiempo que se ofrecen servicios de apoyo a las mujeres y madres trabajadoras.
Por ello, las feministas seguiremos insistiendo y pidiendo a los gobiernos, sobre todo los receptores de migrantes, que las medidas económicas que se tomen para enfrentar las crisis estén basadas en datos desagregados por sexo y se enfoquen en promover la reinserción laboral femenina en empleos de calidad, de forma que se asegure su autonomía real en términos más justos y equitativos. Tenemos una oportunidad única para revisar todo este andamiaje social que excluye a las mujeres de la economía formal y avanzar así en progreso y desarrollo.