Lo doméstico en tiempos de cuarentena

Lo doméstico en tiempos de cuarentena
abril 8, 2020 Susana Reina

Los hombres empleados y con trabajo formal siguen siendo abrumadora mayoría en hogares en los que solo uno de los miembros de la pareja heterosexual trabaja. En los hogares donde ambos trabajan, suele ser mayoritariamente femenina la sobrecarga de horas vinculadas a los cuidados del hogar y las atenciones a niños y adultos mayores. A nivel general, en todas las encuestas oficiales de uso del tiempo realizadas por los gobiernos en América Latina, puede constatarse que la proporción de tiempo dedicado a quehaceres domésticos y cuidados no remunerados de las mujeres triplica a la de los varones en la mayor parte de los países.

Según el Banco Interamericano de Desarrollo se registra un alto porcentaje de mujeres en la región con trabajo informal o a tiempo parcial, para poder conciliar trabajo y familia, comparado con sus pares masculinos. En promedio, 73% de las mujeres hacen labor doméstica sin paga. Estadísticas mundiales en todo el planeta confirman una y otra vez que las mujeres ganan menos que los varones, hacen más trabajo doméstico no remunerado, enfrentan tasas de desempleo más altas y son más pobres; ganan menos dinero, son dueñas de menos propiedades y poseen menos riqueza cuando se jubilan. Aunque tienen más estudios que los hombres, enfrentan más obstáculos para llegar a lugares de poder. Estos datos no los recogen gobernantes ni decisores de políticas públicas, a pesar del enorme impacto que tiene en la sostenibilidad del modelo económico a largo plazo.

Las grandes batallas feministas por incrementar el poder de las mujeres en el espacio de lo público tienen como contracara batallas más generalizadas y silentes por balancear la carga de trabajo en el hogar y más allá de ejercicios puntuales de redistribución, el feminismo enfrenta la guerra cultural por resignificar estos cuidados para generalizarlos, es decir, para desfemenizarlos. Y también para hacer notable la enorme contribución que estas labores, realizadas por mujeres, aportan al sistema productivo sin retribución monetaria ni valoración social positiva.

En tiempos de cuarentena por el Covid-19, allá donde sea factible cumplir el “quédate en casa” – ya comentamos en un artículo anterior de esta columna que para media Latinoamérica era extremadamente difícil y en muchos casos imposible confinarse y seguir generando ingresos para comer- pareciera que se abren oportunidades a los ejercicios de redistribución de los cuidados a niños y adultos mayores y el mantenimiento operativo del hogar.

¿Habrá llegado la oportunidad para corregir la distribución asimétrica de los cuidados?

En estos días hablaba con una amiga de esas nuevas interacciones que la cuarentena ha dibujado. Ella es una mujer acostumbrada al gobierno del espacio privado en su hogar, en una clase media sin grandes compromisos financieros, pero tampoco con grandes lujos. Viven de los ingresos profesionales de su marido y de un alquiler que reciben por un apartamento. Tiene dos hijos adolescentes y un tercero más pequeño, que le ocupa mucho de su semana habitual, sin quejas. Sin embargo, estaba completamente desacostumbrada a tener a su marido todo el día en la casa. Me decía que ni los domingos pasaban todo el día juntos, porque él solía visitar a su familia y solo algunas veces ella le acompañaba.

Aunque ambos eran muy familiares, él trabajaba en su despacho de 7 a 7 la mayor parte de los días y ella se organizaba para que estuvieran juntos casi todas las cenas de la semana. Ahora él parece un león enjaulado y, debía reconocerlo, también ella ansiaba el fin de aquella situación. Yo le indagué sobre las tareas de la casa y ella, ajena a los planteamientos feministas sobre este tema, se reía solo de la idea de que su marido considerara lavar su propia ropa. A veces se animaba a cocinar, pero el desastre que dejaba en la cocina era habitualmente abordado por ella y su hija mayor.

Si la mayoría de los hogares tienen al varón o a ambos trabajando en la calle y repentinamente ambos deben estar en el hogar ¿Se repartirán homogéneamente las tareas de cuidados? ¿O será más común que la mujer siga recogiendo la casa, lave la ropa, haga la cena, además de dar clases a los hijos y atender remotamente su trabajo…? ¿Qué tan habitual será ver varones “fastidiados” frente al televisor, incrédulos ante la falta de sus espectáculos deportivos favoritos, esperando que les sirvan el almuerzo?

Las tareas domésticas son ejemplo cotidiano de una especialización del trabajo con marcados matices de género.

La superación del matrimonio arreglado, la tutela masculina y el permiso para estudiar fue parte de batallas esenciales del feminismo en el pasado y aún lo sigue siendo en muchos lugares del mundo, especialmente en los espacios rurales de países en vías de desarrollo. El acceso laboral también. El ejercicio pleno de funciones laborales directivas y en sectores medulares de operación e ingeniería, por ejemplo, aún hoy son demandas en marcha. Las luchas contra la objetivización sexual femenina en los espacios publicitarios y en los imaginarios culturales, así como la relación entre libertad sexual femenina e inmoralidad, siguen siendo puntos de la agenda.

Pero media guerra del feminismo, cualquiera que esta sea, se labra cotidianamente en medio de la idealización del hogar con una mujer feliz, callada, sumisa, arregladita y feliz en espera de su marido proveedor. Las feministas no tenemos nada en contra de una mujer que desee parir y priorizar su condición de madre a su desarrollo profesional o empresarial en lugar de compatibilizar ambos con su pareja. El modelo es válido siempre que surja de la absoluta libertad de elección, en condiciones y proporciones semejantes a las que podrían llevar a un hombre a acompañar desde la casa la carrera profesional de una mujer mientras él se dedica a los cuidados de los pequeños y los mayores.

Pero la conducta observada en la mayor parte de las sociedades del planeta demanda una gran cantidad de esfuerzos transformacionales para reducir, reconocer y equilibrar las cargas domésticas y romper el estigma de las bondades vinculadas con este modelo, mayoritariamente sustentada con rebatibles argumentos esencialistas y religiosos.

Compartamos juntos las cargas

En tiempos de coronavirus, las mujeres y los hombres que acceden a redes y todo el que sienta efectivamente que el mundo debe aprovechar la crisis para avanzar como sociedad, no sólo para evitar el impacto de nuevas morbilidades como esta neumonía, sino para aprovechar y considerar prioritariamente la morbilidad emocional y social de raíz patriarcal, debería movilizarse y practicar modelos más genero-equitativos, inducirlos desde la comunicación familiar temprana, desde el sistema educativo formal (especialmente en preescolar y básica) y desde el espacio de la salud familiar con el que se inicia la seguridad social.

No permitamos que el confinamiento refuerce y amplíe las brechas. No caigamos en la tentación de aceptar que esto no es prioridad porque está muriendo gente. Mi experiencia es que, si no reclamamos incorporar perspectiva de género en este y otros problemas sociales, la transversalización no existe y las respuestas siempre serán limitadas. Abramos espacios de asistencia social en línea para que todos, mujeres, hombres, adolescentes, niñas y niños, conversemos sobre el necesario equilibrio de la carga doméstica y los cuidados, como tarea prioritaria en medio de la cuarentena.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comments (0)

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*