Desmontado el mito de la meritocracia

Desmontado el mito de la meritocracia
febrero 11, 2025 Veronica Arvelo
feminismo

Uno de los grandes logros de la lucha por la igualdad ha sido haber impulsado en los últimos años a empresas, organizaciones y gobiernos a adoptar políticas de diversidad e inclusión.  Aunque a menudo a estas políticas se les tacha de estrategias superficiales o de «moda woke», su importancia trasciende cualquier tendencia porque son un paso fundamental hacia sociedades más equitativas. Sin embargo, en la actualidad estas políticas se encuentran en peligro ya que desde el ascenso de la extrema derecha en el mundo se está promoviendo un discurso lleno de críticas basado en ideas erróneas sobre la «meritocracia». Desde un enfoque feminista, es crucial desmontar estos mitos y resaltar cómo una correcta implementación de las políticas de diversidad e inclusión beneficia a toda la sociedad.

Las políticas de diversidad e inclusión no son un acto de caridad, no se trata de «regalar oportunidades». Son un reconocimiento a las desigualdades estructurales que históricamente han marginado a mujeres, personas racializadas, comunidades LGBTIQ+, personas con discapacidad, entre otros. Estas medidas buscan derribar barreras sistémicas que impiden que muchas personas puedan competir en igualdad de condiciones.

Desde el feminismo, sabemos que estas desigualdades no son fruto del azar, sino el resultado de estructuras patriarcales, racistas y clasistas, que perpetúan privilegios para ciertos grupos (hombres blancos, heterosexuales, sin discapacidad, entre otros) mientras excluyen a otros. Por lo tanto, hablar de inclusión no es «favorecer» a nadie: es reparar un sistema que ha sido injusto desde sus cimientos.

La meritocracia suele ser el argumento más utilizado para desacreditar las políticas de diversidad e inclusión. Según esta narrativa, cualquier persona puede alcanzar el éxito si trabaja lo suficiente, ya que, supuestamente, los méritos son el único criterio de selección. Pero esta idea ignora cómo funcionan realmente las estructuras de poder y privilegio.

En un sistema desigual, el mérito no es un punto de partida igualitario. Está condicionado por factores como el género, la raza, la clase social o la orientación sexual. Por ejemplo, una mujer negra que lucha por acceder a la educación superior enfrenta obstáculos que un hombre blanco de una familia privilegiada probablemente nunca conocerá. Tampoco me imagino a ningún hombre contestando en una entrevista de trabajo a preguntas como:  ¿Tienes hijos? ¿Cómo piensas distribuir tu tiempo entre tu trabajo y el cuidado de tus hijos?

Aceptar la meritocracia como una verdad absoluta es ignorar que las reglas del juego no son iguales para todos. Como señala el feminismo interseccional, el éxito individual no puede analizarse sin considerar cómo interactúan las distintas formas de opresión.

Uno de los mitos más peligrosos que circulan sobre estas políticas es que sacrifican la calidad al contratar personas que no están capacitadas, simplemente para «cumplir cuotas». Este argumento es totalmente falso y perpetúa prejuicios.

Contrario a esta narrativa, la inclusión no se trata de llenar vacantes indiscriminadamente, se trata de garantizar que los procesos de selección sean justos y equitativos. Esto significa ampliar el acceso a personas que han sido históricamente excluidas y valorar competencias que a menudo pasan desapercibidas debido a prejuicios.

Cuando una empresa decide contratar más mujeres en áreas de tecnología, no busca cualquier candidata: busca mujeres capacitadas que, a pesar de sus habilidades, no han tenido acceso a esas posiciones debido a un entorno tradicionalmente masculino. De hecho, los datos muestran que las mujeres en posiciones de liderazgo suelen estar sobrecalificadas en comparación con sus pares masculinos.

Por ejemplo, el «Informe Mundial sobre Salarios 2018/19» de la Organización Internacional del Trabajo” señala que en la mayoría de los países, las mujeres asalariadas tienen niveles educativos iguales o superiores a los de los hombres. A pesar de ello, persisten brechas salariales y de representación en roles directivos.

Además, es importante recordar que las universidades están llenas de mujeres talentosas. Según la UNESCO, en 2014, las mujeres representaban el 53% de los graduados en programas de licenciatura y maestría.

Las políticas de diversidad e inclusión no son un favor, ni una amenaza para la meritocracia. Son una herramienta para rediseñar un sistema que históricamente ha privilegiado a unos pocos a costa de muchos. Reconocer el mito de la meritocracia es el primer paso para entender que la igualdad no se alcanza solo con esfuerzo individual, sino con cambios estructurales profundos.

La inclusión no es un lujo; es una necesidad y eliminar las políticas que la garantizan es un grave retroceso para la humanidad.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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