Los hombres me explican cosas constantemente. Lo hacen independientemente de si he pedido su opinión o no. Me interrumpen en medio de la conversación y a veces llegan, incluso, a repetir lo mismo que ya dije en voz más alta, parafraseando la idea que sale de mi boca como si hubiese sido suya.
Por ahí le dicen mansplaining y no me ocurre solo a mí. El término surgió y se popularizó tras un viralizado artículo de la escritora Rebecca Solnit en el que, entre otras situaciones, contaba cómo un hombre muy seguro de sí mismo insistía en explicarle a esta escritora consagrada la importancia de un libro que resultó siendo el mismo de su autoría, cosa que quizás el hombre en cuestión habría sabido si se hubiese molestado en escucharla o, al menos, leer algo más que una reseña del mismo en el New York Times.
Resultó entonces que la experiencia era tan común a otras mujeres, que el mansplaining ha quedado acuñado como esa actitud condescendiente utilizada por los hombres para explicar un tema ya tratado por una mujer, pero que ellos insisten en complementar o exponer de mejor manera aunque, en muchas ocasiones, nadie les haya pedido su opinión, ni demuestren siquiera tener mucha idea de lo que insisten en tratar.
Pero el mansplaining no es simplemente una ocurrencia curiosa, sino que trae consigo reales y medibles consecuencias: Estudios afirman que las mujeres, al encontrarse en un espacio donde son minoría, hablan hasta 75% menos de lo que lo hacen los hombres. No sólo eso, sino que la brecha de autoestima entre hombres y mujeres, generada por la constante exposición a este y otros micromachismos, es lo suficientemente grande como para que nosotras estemos más dispuestas a autoexcluirnos no sólo de las conversaciones, sino también de los espacios públicos, políticos, de estudio, trabajo y desarrollo personal.
Sin embargo, la situación toma una dimensión aún más preocupante cuando lo que los hombres deciden explicarnos son temas en los que, claramente y por razones obvias no son expertos: Cuando hablamos de feminismo, de acoso callejero, de violencia contra las mujeres, violaciones, discriminación laboral o hasta la menstruación y el embarazo. Pareciera que los hombres fuesen los únicos con autoridad suficiente para hablar, debatir y decidir, incluso, sobre temas que ni siquiera les conciernen.
Es tanta su certeza que están dispuestos a coartar cualquier conversación con tal de exponer sus afirmaciones: Desde que las mujeres ya tenemos toda la igualdad que necesitamos, hasta que la menstruación nos pone emocionales, el embarazo es una bendición, y punto final. No queda espacio para decir nada más y si lo hay, ciertamente no está ahí para que lo ocupe una mujer.
No nos creen: La falta de denuncias y el río que alimenta la violencia contra la mujer
Aunque Melissa Arcila denunciara a su ex pareja por maltrato ante la Fiscalía y el CICPC, ello no impidió que este la asesinara poco después. Que un hombre ya antes condenado por asesinato no sólo ande libre, sino que además vea las denuncias contra sí desestimadas de manera tan obvia es preocupante. El problema no es que las mujeres no denuncien, es que incluso cuando lo hacen no se les presta la suficiente atención.
Si bien las leyes y medidas en contra de la Violencia de Género se encuentran en el papel, en la práctica vemos que ni los actores de gobierno, políticos ni funcionarios públicos parecen tomarse en serio el hecho de que Venezuela sea uno de los países con mayor índice de femicidio en el mundo.
Mientras en los medios y la opinión pública se habla de crímenes pasionales en vez de femicidios, se le pone atención a la ropa y comportamiento de las víctimas y se exponen sin tapujos los morbosos detalles del crimen, poco se toman en cuenta las cifras, denuncias y testimonios de las víctimas. Cuando una mujer admite haber sido violentada, no falta el hombre que de inmediato la desestima, explicándole todas las razones por las que se encuentra equivocada.
Estefanía Mendoza, de la organización Mulier Venezuela, explica en detalle la situación cuando relata que, en el caso del Zulia – donde la organización opera principalmente – las mujeres son revictimizadas en diversas formas al momento de querer denunciar violencia en su contra: “Desde el gasto de pasaje y gasolina que significa en este momento movilizarse para que no te atiendan, tener que pagar cada gestión y hasta imprimir la hoja que te tienen que firmar”, lo cual, sumado a la poca respuesta que se obtiene, produce un agotamiento que hace aún más comprensible el que desistan de denunciar.
“Además, la impunidad hace que aún cuando les dictan la orden de alejamiento o toman una medida, los policías no las hacen cumplir y así, tenemos un estado fallido que no puede garantizar los derechos de las mujeres”, agrega.
Sin embargo, aunque lo veamos agudizado debido a nuestra situación país, estos casos de poca atención a las denuncias no se limitan al Zulia y ni siquiera a Venezuela.
Si bien puede parecer algo aislado, el hecho de que a las mujeres no se nos tome en serio ni siquiera en lo más banal, es tan sólo una micro representación de un problema mucho mayor. En el libro que dio continuación al famoso ensayo de Rebecca Solnit, “Los Hombres Me Explican Cosas”, la autora traza a través de nueve capítulos las relaciones entre las pequeñas agresiones que hieren la confianza y aquellas mucho mayores, como lo son el acoso, la violación y el asesinato.
En “El Síndrome de Casandra”, uno de estos ensayos, Solnit expone con la siguiente cita las múltiples maneras en las que se desacredita a las mujeres cuando no se les puede hacer callar: “Aún a día de hoy, cuando una mujer dice algo incómodo acerca del comportamiento impropio de algún hombre, habitualmente se la retrata como si estuviese loca, como si delirase, estuviese conspirando maliciosamente, fuese una mentirosa patológica, una llorona que no se da cuenta de que son solo bromas o todo esto a la vez”.
Cualquier mujer que lea estos párrafos podrá estar de acuerdo en que no son exageraciones. Cierto, no todos los hombres, pero sí algunos, bastantes. Los suficientes como para que el golpe de ser mandada a callar, de ser tildada de exagerada o derechamente desestimada sea algo demasiado familiar.
El iceberg de la violencia machista se compone de pequeños fragmentos que en conjunto, forman un gran y poderoso todo. De lo micro, pasamos sútil y decididamente a lo macro, repitiendo una y otra vez pequeñas estrategias de ejercicio del poder de dominio masculino por sobre lo femenino. Si bien muchos de estos comportamientos no suponen intencionalidad, ni se equiparan a la violencia física, a la larga representan los mismos objetivos y efectos: Garantizar el control sobre la mujer y perpetuar la distribución injusta de derechos y oportunidades entre los géneros.
Así como un hombre se siente en libertad para mostrar su dominio en una conversación, este o algún otro puede también sentirse con el derecho de mandar a una mujer a callar, de desestimar sus ideas y opiniones, de imponerle su visión incluso, y si así lo desea, a golpes.
Puede que la epidemia de femicidios a la que se enfrenta nuestro país sea un problema demasiado grande como para querer erradicarlo con esfuerzos individuales, pero al reconocer estos pequeños maltratos diarios, poner el foco en ellos y exigir su fin, estamos también trabajando para que, de a poco pero seguro, aquel gran iceberg pueda derretirse lo suficiente como para desaparecer de una vez por todas.
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[…] violencia de género, el papel de las mujeres en la lucha por los derechos civiles y, por supuesto, el mansplaining, término inventado por ella misma y que se refiere a todas aquellas ocasiones en las que un hombre […]