“Me molesta explicar todo el tiempo que el trabajo de la casa no es solo mío” … “siento culpa por disfrutar espacios de crecimiento, formación y disfrute como mujer porque soy mamá y no quiero ser egoísta porque las madres se sacrifican” … “Me siento presionada a cumplir el rol o equilibrio carrera-familia y a tener esposo e hijos ya” … “Por el hecho de que no me gusta hacer los oficios de mi casa los demás no me tienen que llamar cochina, a mi hermano no se lo dicen y él no limpia” … “Siento que debo cumplir con lo que se espera de mi rol como madre y al mismo tiempo estoy en lucha con la construcción de la maternidad” … “En las reuniones familiares siempre asumen que por ser mujer debo ayudar en la cocina mientras los hombres descansan” … “Me juzgan de inmadura o egoísta por no querer tener hijos” … “Me incomoda profundamente cada vez que me preguntan cuándo me caso o cuándo tendré hijos” … “Ya tengo 30 y dicen que se me va a pasar el tren” … “Estoy fastidiada de tener que atender a mis hijos y a mi pareja aunque esté cansada” … “Me siento juzgada por haber decidido no ser madre” … “Siento que en mi propio hogar, mis derechos, deseos y necesidades son secundarios”
Si algo tienen en común estas frases es que intentan quebrantar el “orden natural de las cosas”, cuestionan los roles de género con los que nos formaron y ponen en duda los mandatos societales tradicionales que definen nuestra misión en la vida por la condición de ser mujeres. Son expresiones de jóvenes de Caracas en un Taller de activismo feminista realizado en alianza con la ONG “Asuntos del Sur”.
A pesar de todos los avances que produjeron las luchas feministas en términos de autonomía e independencia económica, todavía es usual asociar el ser mujer con ser madre, responsable del hogar y cuidadora natural. Socialmente se espera que llegada a cierta edad tengas novio, te cases, tengas hijos y te dediques a trabajar tanto fuera como dentro de la casa. Ninguna está exenta de la presión por hacer lo que se espera que haga, aunque ello entre en contradicción con lo que cada mujer necesita, desea o le interesa.
De las mujeres se sigue esperando que estemos más para los demás que para nosotras mismas, todo ello revestido de amor incondicional, de manera que la que sienta y manifieste estar en contra de esa “innata aspiración de vida” tendrá su dosis de culpa en torno a un mensaje de egoísmo sutilmente inoculado.
Madres o brujas
Autoras feministas como Orna Donath, Betty Friedan o Elisabeth Badinter nos advirtieron que la maternidad es “una construcción cultural, un mandato de género de obligado cumplimiento por parte de las mujeres, entendido como sublime realización personal, pudiendo ser visto incluso como una forma de esclavitud y de pérdida de independencia”. Y es que según ellas, este discurso de revalorización del amor maternal fue construido en el siglo XVIII como respuesta a los intereses demográficos y económicos del momento sin tener en cuenta los intereses y elecciones de las mujeres.
El arquetipo de la mujer bruja realmente está dirigido a atacar a las solteras, mayores, viudas, o jóvenes independientes, firmes en sus creencias; a las no-madres, a las que tienen parejas menores que ellas, a las que rechazan encargarse de labores “propias de su sexo” como dice la categoría de amas de casa o labores del hogar, en las encuestas que se hacían desde el Instituto Nacional de Estadística. Genera rechazo social encontrarse con mujeres que no quieren asumir el rol patriarcal de ser esposas y madres y eso las convierte en sospechosas.
Somos brujas también las que denunciamos la trampa de tener que casarse o tener hijos para ser “normales” y luego encontrarse con la realidad de la escasa conciliación y apoyo que encontramos para educarlos y sostener la carga doméstica, tareas que muchas hacen en absoluta soledad. Las mujeres trabajan en promedio más horas que los hombres, incluyendo las actividades remuneradas y no remuneradas, como las tareas del hogar. Según el estudio ‘State of the World’s Fathers: Time for Action’ esta situación acontece en todas las grandes regiones del mundo sin excepción. A nivel global, las mujeres latinoamericanas son las que están ocupadas más horas al día, con 8,3 horas de media, frente a las 6,7 horas de los hombres.
Por un lado, te venden que ser madre-esposa-cuidadora es lo mejor que te puede pasar en la vida y después tienes que echarte la casa-trabajo-hijos encima, con nulo apoyo gubernamental-conyugal-empresarial; todo ello ganando menos dinero que los hombres y en silencio, porque si te quejas algo malo debe haber en ti. Además, ser madre o estar en edad de serlo es la principal causa por la que no te contratan o no te promueven o no te dan un aumento salarial, porque tienes que ausentarte para parir o ir al pediatra o al colegio o simplemente, después de un enorme agotamiento, abandonas la carrera gerencial porque no puedes con todo. Si eliges abandonar el rol de madre eres bruja. ¿Está claro el juego?
Brujos son ellos, que hicieron que nos tragásemos ese sapo sonriendo, al mismo tiempo que le damos las gracias a Dios: “agradecidas y bendecidas”, usado como mantra en boca de más de una.
Liberación
Apostamos a las nuevas generaciones de mujeres que deciden ser emprendedoras, que defienden con valentía sus sueños y ambiciones, que luchan por su reconocimiento profesional y se mantienen firmes en la defensa por su derecho a elegir cómo vivir su vida. Aquí estamos las feministas para ayudarlas a transitar ese difícil camino de la verdadera autonomía y para trabajar en la construcción de una sociedad que deconstruya la nociva creencia de que las mujeres nacimos para una cosa y los hombres para otra.
Rompamos con el estereotipo de la mujer perfecta, la madre abnegada, la esposa dispuesta, la hija amantísima y la trabajadora insigne, por encima de las verdaderas aspiraciones. Ser lo que quieras ser, sin culpas ni sospechas. Queremos una sociedad de iguales donde se pueda vivir sin juicios que pongan en duda nuestra valía e identidad personal.