Hace siglos, las historias eran simples: el amor vencía todos los contratiempos. Los reales, los imaginarios, los dolores, los preocupantes. La fórmula era tan sencilla que trascendía fronteras y clases sociales: un hombre conoce a una mujer, se enamoran, prueban la fuerza del amor que los une de cien formas distintas y finalmente, comparten su vida para siempre. Un mito iniciático que de pronto, se volvió parte de nuestra cultura, una imagen idílica que promete un tipo de felicidad a la que no podrías acceder de cualquier otra forma.
Mucho menos, cuando toda la cultura que te rodea no sólo acentúa esa perspectiva sobre el futuro que debes desear, sino que además, la convierte en una promesa. Películas y libros con finales felices, donde la historia pasa a negro cuando el anillo de boda se desliza en el dedo anular. Historias donde la heroína abandona toda aspiración por ese beso apasionado que asegura una extraordinaria felicidad futura. La última escena de la feliz familia sosteniendo un bebé sonrosado que agita los puñitos y arranca jadeos de ternura de todos quienes le miran. El destino que todos parecen desear y que de hecho, la sociedad desea disfrutes.
Desde niña me pregunté qué ocurría después. Nunca supe exactamente por qué, pero no dejaba de imaginarme lo que ocurría luego de la gloriosa escena de boda, el beso perfecto, el bebé fruto del amor. ¿Las princesas cambian pañales? ¿Los príncipes despiertan a media noche para cuidar del bebé que llora a gritos? ¿Qué habría ocurrido si la Princesa de turno no hubiese aceptado la propuesta matrimonial? ¿Qué pasaría si la heroína no tenía que enamorarse de nadie, ni casarse con nadie o embarazarse de nadie para ser feliz? ¿Qué pasaría si el personaje femenino simplemente decidía continuar por el mundo en solitario, viviendo a su manera, enfrentándose a las mismas cosas terribles y fabulosas que un hombre? ¿No había mujeres que desdeñaran ese papel de la buena, la bondadosa, la abnegada, la enamorada? ¿Dónde están las mujeres que no desean un anillo en el dedo, ni una boda de oropeles o un galán en un caballo blanco que les salvara? ¿Qué pasaba con las mujeres que simplemente no desean ser rescatadas por nadie?
Supongo que una idea semejante se le ocurrió a Flynn cuando comenzó a desgranar el largo rosario de estereotipos femeninos para crear algo nuevo. En su novela más conocida “Perdida” (Random House, 2014) la escritora no sólo decide dar un golpe de Timón a cómo se percibe a la mujer en las novelas de suspenso, sino construir toda una estructura original que sostenga la idea. Se trata de una historia cruel, cínica y durísima, donde Amy, la protagonista absoluta de la trama, es una mujer que no sólo desconoce el viejo mandato de la vulnerabilidad femenina sino que además, lo convierte en otra cosa.
Porque la Amy de Flynn no es una sola cosa, sino muchas: Dulce y atractiva, inteligentísima, cruel y déspota, violenta y despiadada si hace falta, Amy deja a un lado los tópicos de la mujer que sufre y trata de huir de los pequeñas fatalidades de la vida cotidiana, para convertirse en otra cosa. Una villana que no duda en mentir, robar y asesinar. Y que al final no sólo triunfa en su empeño de “castigar” a voluntad a quien le plazca, sino hacerlo sin perder la sonrisa. No hay arrepentimiento, culpa y mucho menos dolor en Amy. Para ella, su manera de actuar es necesaria, inevitable. Incluso se justifica, mientras la novela transcurre entre un análisis del papel de la mujer como chivo expiatorio y su nueva encarnación en un tipo de maldad muy específica. Y Flynn, cuyas historias suelen girar alrededor de grises morales, dota a su personaje no sólo de poder sino también, de veracidad. La Amy de Gilliam Flyn es tan dura como agresiva, tan original como inolvidable.
No es un caso único. A pesar de la resistencia feroz de la cultura pop, las mujeres que no desean que nadie las rescate han venido apareciendo de vez en cuando en películas y libros de culto desde hace un buen tiempo. Hace casi cuarenta años, una Princesa tomó un arma y decidió enfrentarse a un régimen despótico y autoritario.
Leia Organa, hija de la segunda oleada feminista, vino para romper todo tipo de patrones sobre lo que hasta entonces había sido la mujer en el cine. Lo hizo con un nuevo tipo de libertad que la convirtió de inmediato en un ícono y que sin duda, marcó un patrón a seguir en lo que a la identidad puede ser en el cine. Protagonista de una de las sagas cinematográficas más populares de todos los tiempos, Leia Organa representó un hito en todo lo que un personaje femenino podía hacer. Arma en mano, abrió el camino para toda una nueva generación de mujeres que no eran madres, esposas ni tampoco objetos del deseo en las historias a las que pertenecían. Una nueva generación de heroínas.
No obstante, esta poderosa princesa guerrera, tuvo que enfrentarse a la idea tradicional de lo que debía ser un personaje de su talla. Para el “Retorno del Jedi”, Leia parece disminuida, un poco desdibujada en medio de la batalla del bien y del mal que encarnaría su hermano en la ficción, Luke. Aún peor el recorrido de su madre en la trilogía que narra la caída en el Lado Oscuro de Anakin Skywalker: Padmé Amidala (encarnada por una confusa Natalie Portman) pasa de ser un líder político en ciernes a esposa sufrida quien muere “con el corazón roto”.
La transición de mujer de poder a secundario de ocasión, transformó el personaje no sólo en un tópico que parece desmerecer la imagen de su hija en la ficción, sino además, sepultar la única figura femenina de la llamada Segunda Trilogía en la banalidad. Como si la fulgurante figura de Leia fuera fugaz, su madre en la ficción pareció apuntalar el hito que encarna.
No obstante, El capítulo siete de la saga (Stars Wars: The Force Awakens, 2015) no sólo reinventa el mito original de la serie de películas con un aire fresco y moderno, sino que además, retoma la visión sobre el poder de sus personajes femeninos. Rey, su protagonista, parece ser además de una revisión sobre lo que Leia Organa pudo ser, toda una nueva visión de cómo se percibe actualmente a la mujer o en todo caso, como comienza a ser percibida.
Rey, independiente, fuerte y moderna, dejó a un lado la aparente fragilidad de Amidala y la virtual desaparición de la trama Central de Leia, para convertirse en el secreto mejor guardado de la saga. No se puede ver de otra manera: Rey, con pulso firme y experto, toma el mando del Halcón Milenario. Lo hace sin que los guionistas añadieran alguna ayuda extra. En solitario y sin añadiduras, Rey toma el control de la Saga sin aparente esfuerzo.
“La princesa Leia fue un gran ejemplo para muchas generaciones de mujeres –pondera la actriz Daisy Ridley, que encarna la nueva heroína -. Pero El despertar de la Fuerza presenta una nueva ola de papeles femeninos increíbles y con verdadero peso en la historia de la que formo parte”.
No es la única, por supuesto. Este año vimos el resurgir de Tris Prior de la saga “Divergente” y el desenlace de la taquillera “Juegos del Hambre”, donde Katniss Everdeen cumplió su destino como origen de una revolución de consecuencias imprevisibles. Alejada de la dicotomía virgen u objeto sexual, el personaje de Katniss evitó ser marginada y se convirtió en algo por completo nuevo.
Y es que el personaje de Katniss sin duda rompió una serie de paradigmas que lo convirtieron en algo por completo original. Sin caer en los extremos habituales sobre las mujeres en libros de acción, el personaje no sólo escapa a los límites y restricciones tradicionales que intentan dividir lo masculino y lo femenino. Katniss, de hecho, se convierte en un símbolo justo por su capacidad mutable: es cazadora y protectora de su familia, pero a la vez, también llora y se preocupa por ellos con una conmovedora angustia contenida que la hace falible y humana. La escritora Suzanne Collins, creó un personaje que combinó todas las identidades de la mujer y además, la dotó con una inteligencia estratégica que casi siempre suele atribuirse al hombre. En suma, construyó un nuevo tipo de mujer y le brindó los matices necesarios para ser creíble.
De hecho, Collins parece regodearse en esa ambigüedad: Katniss parece incómoda — se ridiculiza así misma — cuando el Gobierno totalitario que rige Panem, la obliga a parecer femenina y frágil. Y no obstante, en sus mejores momentos, Katniss parece evitar esa visión de la mujer tradicional. Llevando atuendos de batalla y armas que maneja con habilidad, Katniss corre con paso ligero hacia un tipo de percepción de lo femenino poderoso y contundente.
La revolución de las mujeres que no desean que nadie las salve parece estar en todas partes. Desde la espléndida Charlize Theron, demostrando con un sólo brazo y una dura mirada de sobreviviente que una mujer puede liderar una película de acción sin el menor esfuerzo, pasando por la Nora Durst de The Leftovers, que durante la segunda temporada de la serie tomó una extraordinario protagonismo, la Kimmy Schmidt de Unbreakable (Protagonizada por una Ellie Kemper en estado de Gracia) a la magnífica Jessica Jones (una super heroína atípica y formidable que sobrevive en Nueva York) la noción sobre lo femenino parece cada vez mucho más complejos, poderosos y sobre todo, consistentes de lo que nunca había sido.
De pronto, el estereotipo de la mujer frágil, víctima de las circunstancias, a la espera de ser rescatada, parece desaparecer, refundarse en una nueva mujer que asume la noción sobre quien es — y quien puede ser — con firmeza. Un tópico nuevo que brinda a lo femenino la posibilidad de mirarse desde una perspectiva desconocida y con toda seguridad perdurable.