Para aprovechar las vacaciones, comencé una lectura retrasada por los quehaceres y las vicisitudes. En primer lugar fue Persuasión de Jane Austen y luego La Abadía de Northanger, de la misma autora. Decidí compartirla con un conocido cercano, pero apenas le comenté que hablaba de una novela de Austen me respondió: “muy de jeva”.
No voy a mentir, me indigné: pensé que no era posible que a estas alturas del siglo XXI siguieran tachando a Austen como literatura de poca categoría. Esa misma indisposición y malestar me llevaron a investigar y preguntar, hablé con un crítico literario y consulté varias fuentes.
El problema no es tan sencillo como parece, ni de data reciente ¿Qué hace que una novela escrita por una mujer sea menos interesante que una escrita por un hombre? No lo sé, y por ello voy a retroceder al siglo XIX. Las mujeres, gracias a la Ilustración y al Romanticismo, tuvieron una minúscula oportunidad de estudiar, en principio sólo podían aprender lo básico de la lengua y otras áreas del conocimiento, que no incluyen ni la política, ni la náutica, ni la armamentística, ni la diplomacia, ni el derecho, ni la filosofía, ni la medicina, ni muchas otras. Únicamente podían aprender con “profundidad” el útil conocimiento del bordado a punto, mantelería, nociones básicas de dibujo y gerencia doméstica.
Es por eso, como asegura Virginia Wolf en su conferencia “Las mujeres en la narrativa inglesa”, que el ámbito de experiencia y de interacción se reducía a algunos espacios de la casa, los salones de cotilleo y pláticas a las afueras de una iglesia de vuelta a casa. Así, todo tiene sentido ¿De qué más podrían escribir unas mujeres alejadas de casi todas las esferas públicas y confinadas a la ignorancia? Fácil, de amor, de desamor u otros conflictos pasionales que no requiriesen mayor esfuerzo.
Pero si tomamos esto como una afirmación a cabalidad, diríamos en otras palabras que las obras de Jane Austen, por ejemplo, sólo son historias de una mujer encerrada que únicamente se asoma al mundo real inventando amores imposibles y desamores cruentos. Pero no, no es así. Orgullo y prejuicio (su obra más famosa) podría leerse desde diferentes ángulos, y lo que se esconde detrás de todo el libro no es más que una queja constante de la mísera condición femenina: tener que buscar marido para luego disponer de un hogar, puesto que por ser mujeres no tenían el derecho a heredar la propiedad de su padre, quedando así a merced de un primo heredero; sometidas a un posible escarnio público por la huída de una hermana con un militar; la poca posibilidad de conseguir amor en una pareja por no poseer una dote considerable que llamase a candidatos atractivos, entre otras penurias. Estos son sólo una porción de los problemas allí planteados.
Entonces, obras como La Abadía de Northanger de Austen o Jane Eyre de Charlotte Bronte no sólo narran desde una óptica femenina, sino que buscan señalar también problemas propios al género en toda su complejidad social.
¿Qué es lo que aburre a muchos de estos hombres? ¿Las descripciones de personajes masculinos guapos y adinerados? ¿Las frases rimbombantes de los varones para con sus enamoradas? ¿O la queja constante y sutil de la condición de la protagonista? Me cuesta creer que el sacrificio que hacemos constantemente las mujeres al leer los libros escritos por hombres, en los que podría demorar unas cuantas páginas la descripción del busto o los voluptuosos cuerpos de sus protagonistas (ni hablar de acciones o pensamientos muy distantes de la lógica femenina), no sea recíproco cuando se trata de obras escritas por mujeres. Para ellos, al contrario, parece tortura.
El profesor Jorge Romero León, de la Escuela de Letras de la UCV, me comentó: “No existe literatura para hombres o para mujeres, lo que se busca es la universalidad”. ¿Qué es la universalidad? Es ese valor de la literatura que vuelve a un escrito inmortal; no sólo la redacción, sino el cómo se está tratando la cuestión.
Y justamente recordé el siguiente episodio de mi pasado: en una clase de Castellano en el bachillerato, hablando de literatura inglesa, propuse leer Orgullo y prejuicio, pero la respuesta de la profesora fue negativa y afirmó que “era un libro para mujeres y los hombres se iban a aburrir”. Es decir, muchos no reconocen la universalidad a obras escritas por mujeres sólo por proceder de ellas. Algo completamente infundado, puesto que Anne Elliot de Persuasión fácilmente podría ser la Penélope de Homero.
Virginia Wolf aspiraba, en el año 1929, que las mujeres pudieran expandir sus horizontes apresados en la novela y llegar a nuevas áreas del conocimiento (crítica literaria, poesía y filosofía, entre otras). Esto sucedería siempre y cuando una mujer pudiera contar con dinero y un cuarto propio para poder creer y pensar. Y se logró. Annie Ernaux, por ejemplo, fue galardonada con el premio más prestigioso de la literatura en el 2022, el Nobel, y en su discurso no dejó de mencionar el problema que trato en estas líneas: “Hay intelectuales masculinos en Francia y en todo el mundo para quienes los libros escritos por mujeres simplemente no existen, nunca los citan”. Siguen algunos sin reconocer ese carácter de universalidad que muchísimas obras escritas por mujeres poseen.
Aunque bien vale la pena decir que existen críticos y escritores que valoran e inmortalizan con mucha fuerza la literatura escrita por mujeres. En este caso, traigo a colación a Sir Walter Scott, quien dijo: “Esta joven dama (Jane Austen) tenía verdadero talento para describir los sentimientos, las relaciones y los personajes, un talento que a mí me parece el más prodigioso de cuantos he visto”.
El alcance de esta literatura, menospreciada por un arraigo machista que desdeña lo femenino, ha sido enorme. Incluso, las esferas sociales clausuradas para las mujeres con las que soñó Virginia Wolf, ahora se han abierto en su mayoría. Ahora el bagaje cultural de muchas mujeres para la escritura es mayor, las oportunidades son más reales y cercanas que nunca, aunque aún falta mucho por recorrer y bastante por alcanzar.
Queda también por parte de los docentes de Castellano romper el prejuicio de la “literatura para hombres y literatura para mujeres”, queda por parte de los padres incentivar a los pequeños a comprender las muchas vicisitudes que experimentan las mujeres, al igual que deben enseñarles a las pequeñas a valorar obras monumentales escritas por mujeres.
Para finalizar, en La Abadía de Northanger, Austen dijo: “Representamos a un grupo literario (refiriéndose a los novelistas) injusta y cruelmente denigrado, aún cuando es el que mayores goces ha procurado a la humanidad”. Dejemos de sentir vergüenza al mencionar alguna obra escrita por una mujer, defendámosla de aquellos que desde su machismo la despotrican e incentivemos las posibilidades creativas de las mujeres talentosas, para que así puedan disponer de dinero y de un cuarto propio.
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El machismo en auge y la regresión patriarcal
Comments (3)
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Felicidades Génesis, excelente reflexión. Pienso igual.
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Muy buena reflexión, me ha gustado mucho como lo explicas.
Sé que hay autoras que tuvieron que firmar con nombres masculinos para que no fuera denigrada su obra por el hecho de ser mujer.
Pese a los avances que vivimos en la sociedad siguen habiendo mucho camino para que logremos la igualdad real entre la mujer y el hombre. Pero intelectuales como tu hacen que una no pierda la fe -
Felicidades amig Génesis, disfrute mucho tu lectura. Una forma muy interesante de percibir la lectura en otras perspectivas. Saludos y un abrazo, María Laura Castillo💖