De los viejos y nuevos demonios culturales: Caracas machista.

De los viejos y nuevos demonios culturales: Caracas machista.
noviembre 18, 2019 Aglaia Berlutti

Una de mis amigas me contó hace poco, que en una ocasión caminaba por el estacionamiento de un Centro Comercial en Caracas, cuando un hombre comenzó a perseguirla mientras le susurraba todo tipo de insinuaciones sexuales. Incluso llegó a empujarla y tratar de tocarle las caderas, todo esto mientras los transeúntes que le rodeaban se apartaban o incluso reían, como si lo que estaba sucediendo no fuera tan grave como para preocuparse. Aterrorizada, mi amiga huyó a la carrera y logró llegar junto a un grupo de mujeres que esperaban para subir por una de las escaleras mecánicas del edificio. Cuando les contó lo que acababa de ocurrir, una de ellas le miró de arriba a abajo, deteniéndose en la falda corta y la camiseta ajustada que llevaba.

— ¿Y qué esperabas que te pasara? — comentó por último con desdén — con esa pinta no podía pasar otra cosa.

Mi amiga me contó después que se sintió tan avergonzada por la acusación que por días no pudo dejar de pensar que había provocado el desagradable incidente que había vivido. Me explicó que cada vez que contó el incidente a alguien de su círculo o incluso a su pareja, la respuesta fue más o menos parecida.

— Todos me preguntaron qué estaba haciendo o cómo estaba vestida para haber provocado algo semejante — me confió con tristeza — nadie parecía importarle demasiado como me sentía o el hecho que un desconocido me había acosado a plena luz pública.

Por supuesto, no es la primera vez que escucho algo semejante y con toda seguridad, no será la última en Caracas. Es un hecho evidente en nuestra Latinoamérica patriarcal y conservadora, que el machismo no es exclusivo de los hombres y que la mayoría de las veces, el comportamiento femenino lo acentúa y normaliza con mayor frecuencia que el masculino. En los países de nuestro continente, la figura del “macho vernáculo” es una percepción de género tan común que nadie parece sorprenderle demasiado que sea parte de los estereotipos culturales. Y lo que resulta aún más preocupante, sea como las mujeres se perciben a sí mismas, a otras mujeres y a los hombres que le rodean. Pero ¿Qué ocurre cuando la ciudad donde vives conspira para acentuar ese ambiente de amenaza de género? No es sencillo cuando lo piensas. No es sencillo cuando cada día enfrentas a una Caracas convertida en una caja de resonancia de una cultura machista, una realidad aumentada de un fenómeno que forma parte de la idiosincrasia Venezolana.

En Venezuela se suele decir que “Caracas es Caracas” y lo demás es “monte y culebra”. Una frase despectiva y agresiva que intenta delimitar la importancia de la capital de la República a una especie de segmentación egoísta que se prolonga en el tiempo. Quizás por ese motivo, el machismo a la venezolana es más frecuente y más evidente en una ciudad epítome, en una reflexión de toda una sociedad que se alimenta de un núcleo único. Caracas, con su altísimo índice de violencia contra la mujer, con sus calles repletas de acoso callejero. Caracas, que demuestra desde cierta contemporaneidad barata, que para la cultura venezolana lo femenino parece limitarse a una serie de opciones inmediatas que complacen el estereotipo. Caracas, con sus explotadas, sus sifrinas, sus cuaimas. Caracas que también es una mujer, como suele decirse, tan tópica como cualquiera de esas acepciones. Caracas como reflejo y espejo de una serie de prejuicios que el gentilicio lleva a cuestas.  Caracas, convertida en un prejuicio a toda regla que no sólo estigmatiza sino que también fomenta un tipo de segregación y que la mayoría de las veces se normaliza como parte de cierta perspectiva cultural sobre la identidad cultural.

Caracas además, es una ciudad hostil, con una personalidad muy marcada que parece fruto de esa ambivalencia en la forma en que se comprende a sí misma. Y el machismo venezolano – tan generacional, tan intrínseco y normalizado- es parte de ese rostro cambiante de una ciudad que aún lucha por reconstruir su espacio como concepto en medio de una crisis violenta que no se lo permite. Quizás por ese motivo, el machismo caraqueño es mucho más visible — y preocupante — que nunca y sus consecuencias, una visión general sobre esa percepción — y a las conclusiones que llegamos — sobre la forma como la sociedad analiza el rol y el tópico en nuestra sociedad. Hablamos de una ciudad que no es distinta a cualquier otra del mundo en los aspectos más básicos, pero que carece de la madurez para asumir una evolución necesaria. En Caracas, aún es habitual que el acoso callejero – normalizado y trivializado -, la percepción de la mujer objeto, de la mujer comercio. Con las prepagos al teléfono y la prostitución en las esquinas. En Caracas – fiel ejemplo de una cultura castrante – una mujer se mira en el reflejo de los prejuicios y traumas de una sociedad que invisibiliza a lo femenino por costumbre y que la menosprecia por hábito. Un ataque constante a cómo interpreta y comprende las ideas sobre su cuerpo, su individualidad, incluso como comprende sus derechos sociales y legales.

No es sencillo asumir que vives en una ciudad machista.  Así, sin matices. Una ciudad donde nadie te protegerá si un hombre te manosea en público o recibes una insinuación sexual. Una ciudad de machos de tráfico violento donde la testosterona está en todas partes, donde hay un marcado rasgo agresivo que la mujer sufre a diario.  Mucho menos, cuando la mayoría de las conductas se normalizan hasta que desaparecen en lo cotidiano. En Venezuela, el machismo se suele interpretar como un cierto tipo de actitud paternalista hacia la mujer. Y en Caracas, esta Caracas huérfana, a medio camino entre la promesa del progreso y un desastre histórico, lo demuestra mejor que otro lugar en Venezuela. Caracas que imita las conductas machistas de otros países sin preocuparse por los logros tímidos de una inclusión a medias. Caracas, con sus centros nocturnos empobrecidos donde las mujeres reciben “descuentos” sólo por ser ofrecidas como señuelo. Caracas, donde los centros comerciales están abarrotados de maniquíes de pechos enormes llevando ropa impagable.  Una y otra vez, lo femenino se toma como un accidente, una parte de una cultura que glorifica lo bello sin asumir el costo en autoestima, en dolores sociales. Caracas, con sus barrios repletos de madres niñas, madres solteras, abuelas prematuras, madres malandras. Caracas, como un espejismo de una bonanza que duró muy poco y cicatrices imborrables. Caracas con su herencia histórica de machismo. Con sus calles llenas de militares. Con su aire a cuartel. Caracas, a quien se le sigue el ejemplo aunque ese sea terrible y destructor.

Supongo que a ninguna mujer caraqueña la idea le sorprende: después de todos crecemos y nos educamos en una sociedad hipersexualizada, obsesionada con la estética, con los cánones de popularidad y aceptación, Desde la “puta” y la “decente”, la “madre abnegada”, la mujer “que lo tiene todo”, “la tipa dura”, “la cuatriboleada”  la presión sobre la figura femenina es constante y no procede sólo de una sociedad obsesionada con reglar el comportamiento de la mujer, sino de la mujer que asume que esa visión sobre su individualidad, es necesaria — incluso imprescindible — para comprenderse. Y Caracas es como una gran cárcel de conceptos, que abarca esa noción de la necesidad del tópico. Caracas la de las mujeres más bellas, Caracas la de las mujeres de aspecto impecable. Caracas como el centro neurálgico de una sociedad obsesionada con la mujer como figura y la tradición como cepo.

“¿Cómo espera que la respeten vistiendo así?”, “toda mujer debe ser madre para tener una vida satisfactoria”, “hay que darse a desear”, “seguro se acostó con su jefe”, “se viste masculina, es lesbiana”, “las mujeres no dicen groserías”, “le hace falta un hombre”, “ningún hombre te soportará” , “a los hombres hay que saber atenderlos”, son frases que toda mujer latinoamericana escucha con una angustiosa frecuencia en su vida.  En Caracas, son parte del imaginario diario. Que hace que sea cada vez más difícil ese tránsito de la mujer tradicional a la que busca definirse bajo nuevos estándares.  Tal vez por ese motivo, se suele decir que la mujer venezolana cría machos y que de hecho, es machista por necesidad. ¿Y la caraqueña? ¿La deudora con esa búsqueda de reivindicaciones sociales y culturales? ¿La mujer que lucha y batalla? ¿Se enfrenta con la sempiterna imagen de la mujer que debería ser en contraposición con la que es? ¿Cómo le afecta este juego de espejos en el que el país entero sigue el ejemplo de una ciudad femenina, rota y herida y que no logra esa mirada que renueva la forma como se concibe más allá de la tradición?

Quizás el único camino para enfrentarse a la figura de la Caracas machista sea cuestionar su existencia. Enfrentar esa noción sobre la ciudad mujer que se somete a las mismas ideas que la infravaloran y la minimizan. Recordar siempre que se pueda el motivo por el cual es necesario las mujeres caraqueñas continúen haciéndose preguntas sobre la manera como comprenden el rol social que supuestamente deben cumplir. Y rebelarse contra esa noción, insistir sobre una nueva forma de analizar la identidad femenina y todo lo que el concepto que la contiene puede abarcar. Y es que ser mujer — en mi ciudad, en cualquier otro — es una idea que se construye así misma. Como la Caracas que se crea en la nostalgia o en el recuerdo. O la ciudad a la que me enfrento cada día. Que elabora una versión cada vez más fuerte y concisa de su trascendencia. Una experiencia vital que necesita ser reconstruida y sostenida por todo tipo de planteamientos sobre el poder de la mujer – y la ciudad femenina que la representa –  y más allá de eso, la  necesidad de autonomía social y cultural que puede darle valor a su experiencia. Una forma de asumir su individualidad desde una perspectiva nueva y sobre todo general. Desde la visión de Caracas, que es mujer. Y femenino que se asume a través de la experiencia urbana de una ciudad que para bien o para mal, la refleja.

 

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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