Esta semana una influencer venezolana lanzó un anuncio por las redes sociales ofreciendo un programa de entrenamiento especial dirigido a mujeres que deseen ser voceras o conferencistas en eventos de cierta trascendencia. Según sus palabras, esta inquietud surgió a raíz de que fue invitada a participar de un panel donde la única mujer era ella y esto la llevó a plantearse alguna solución, porque observa que es un fenómeno común.
De entrada, debo decir que es notable ese “darse cuenta”. Es un enorme paso, porque no todo el mundo lo ve. Y si lo ve, lo asume como poco importante. Eso de que las mujeres debamos estar representadas por otras voces femeninas en todo espacio, pasa a ser parte de un reclamo feminista que por las reacciones que genera, pareciera molestar a mucha gente. Entonces, escuchar de otra persona que eso le llame la atención y que además declare que se va a ocupar del asunto, es genial.
El problema es que la fórmula para remediar estos “all male panels” como se les llama, no pasa por formar o reeducar o entrenar a las mujeres. El viejo enfoque de intentar romper el techo de cemento, la metáfora que centra la responsabilidad o causa de la baja participación en la variable mujer, ya ha demostrado que no es suficiente para revertir esta situación. Se acostumbra a pensar que las prácticas remediales dirigidas a mujeres, como el mentoring y el coaching, son las mejores armas de empoderamiento femenino, como si sólo fueran ellas las que tienen que “arreglarse” para no autocriticarse, sabotearse o limitarse. Pero este desequilibrio que se registra en los paneles de discusión no es un tema exclusivamente mujeril.
El problema amerita enfoque sistémico y cultural
La poca presencia de mujeres en paneles al igual que en puestos de alta dirección, responde a otros factores bien documentados que impiden que, por más que existan -porque las hay-, mujeres expertas, motivadas, bien orientadas, asertivas, con capacidades para dialogar y expresarse, seguras de sí mismas, dueñas de su espacio y un largo etcétera, sigan sin ser invitadas o involucradas o convocadas a foros, seminarios, jornadas, simposios, paneles, mesas, comités, juntas o cualquier otra plataforma que las ponga a ellas de protagonistas.
Además, para estar donde hay que estar, se requiere de conexiones, relaciones y tiempo, sobre todo tiempo. Tiempo para dedicarte a tu carrera profesional, para ser parte de las redes, para ver y dejarte ver, que es lo que finalmente hace que te “elijan”. El problema de la escasa conciliación trabajo y familia que las mujeres tienen sobre sus hombros por una arbitraria atribución sexista de la carga doméstica, aleja a muchas de las posibilidades de estar visibles; incluso puede impedirles asistir a un foro que coincide justo con la hora de buscar al muchacho al colegio. Así de básico puede llegar a ser el asunto. Solo las pudientes que cuentan con una infraestructura de apoyo sólida para equilibrar temas familiares y personales evitan estos tropiezos. Como vemos, machismo y clasismo usualmente van de la mano.
Por otro lado, está el quiénes convocan. Muchas veces los responsables de organizar estos eventos reproducen agendas típicas de panelistas que ya tienen un importante déficit de presencia femenina y, como dije antes, no son conscientes que esto sea un problema.
No es saber, es tomar conciencia de saber y que además te lo reconozcan
No es sólo querer y poder, también es que otros -los que tienen el poder y organizan y convocan-, lo consideren y aprueben. Por tradición machista y patriarcal, el conocimiento y el manejo de lo público corresponde a los hombres proveedores y productores. El manejo de lo privado y lo doméstico les toca a las mujeres en su rol cuidador y reproductivo. Subvertir ese orden no es cosa sencilla. “Mujeres de la calle” llaman a las que se atreven. Y si bien vivimos en una sociedad donde esto se ve más natural que años atrás, no conozco mujer de carrera con hijos que lo viva sin culpa y sin fatiga. Hacen malabares físicos y psicológicos para lograr mantenerse en su rol profesional, pero cuando la situación aprieta (presión familiar o conyugal o parental) abandonan. Por eso somos tan pocas en estos espacios. No es victimismo, las estadísticas no mienten.
Y por último, pero no menos importante, tenemos la carga simbólica de la palabra, que juega un rol fundamental para explicar el porqué de esta histórica exclusión de las mujeres de las tribunas: la palabra es poder. Quien tiene voz y voto, cambia y decide. Quien no lo tiene, es sometido. La historia de doscientos años de luchas feministas se centra en la batalla por la palabra y por la libertad de expresión. Sin embargo, aún en nuestros días, a muchas mujeres les enseñan el callar como virtud. La resignación y la sumisión como cualidades femeninas. No es casual que no piensen en nosotras para sus discusiones. Fieles a los estereotipos de género, nos relegan al espacio del silencio.
Ideas que pueden ayudar a cambiar los “all male panels”
Contagiadas con el ánimo de nuestra influencer para aportar soluciones, quizás puedan ser útiles algunas recomendaciones de la gente de la ONG argentina “Género y Trabajo” que busca ayudar a los organizadores de paneles a cambiar la composición y representatividad de sus eventos: “pregunta a los y las panelistas ya seleccionados para que den referencias de expertas, consulta en universidades, organizaciones y empresas; elige a mujeres profesionales por su desempeño más que por su aspecto físico, dale la oportunidad a mujeres que estén comenzando a exponer públicamente porque el reconocimiento y la especialización se desarrollan con la experiencia; si una experta cancela pídele que te recomiende a otra…”
Y una vez que estén involucradas en la actividad, recomiendan evitar que la mujer sea la moderadora o la que toma minuta, otorgar igual cantidad de tiempo para hablar que a los varones, no interrumpirlas para hacer “mansplaining” o responder por ellas, evitar hacer referencia a la belleza, sensibilidad o femineidad de la experta, entre otros frecuentes errores.
Las mujeres ya somos fuertes
Como dice la autora y feminista canadiense G.D Anderson: “El feminismo no tiene relación con hacer a las mujeres más fuertes. Las mujeres ya son fuertes. Se trata de cambiar la manera en que el mundo percibe esa fuerza.” Por ello querida influencer, si bien aplaudimos tu iniciativa para hacer que esto cambie (la formación nunca está de más), te alertamos para que incluyas en el programa ofrecido un mini taller de formación a organizadores de paneles, de forma que se paseen por otras opciones más abiertas a la perspectiva de género. Se requiere que en todas las instituciones – políticas, gremiales, académicas, gubernamentales, culturales, etc.- se ejerza y practique la inclusión y la diversidad.
Mientras, las feministas estaremos centradas en ver como gestamos una sociedad donde el conocimiento y la sabiduría no se atribuya solo a los patriarcas y para que los que detentan el poder no monopolicen los espacios de conocimiento. Basta de centrar la responsabilidad y culpabilizar a las mismas mujeres por no estar donde ellas quieren y merecen estar.