El artículo de la columnista Claudia Palacios publicado en el periódico “El Tiempo” de Colombia y que se titula de manera muy directa “Paren de Parir”, comienza con datos duros, en los que indica que al menos “Veinte mil bebés de padres venezolanos han nacido en Colombia durante los últimos dos años y medio, según cifras de Migración Colombia. Una tasa de natalidad que en ciudades como Barranquilla y Maicao supera la de los colombianos”. Por sí solo, el enunciado muestra una realidad complicada y dolorosa que afecta directamente a un grupo vulnerable como lo es, la población migrante venezolana, que en la actualidad y según cifras de ACNUR se eleva ya a casi cuatro millones de hombres y mujeres, que abandonan el país en mitad de la peor crisis económica y social que ha vivido el país.
En el caso específico de las mujeres emigrantes, la situación se complica de manera exponencial: Según la página web Onda Feminista, las venezolanas que atraviesan la frontera, se enfrentan “a la explotación sexual, la violencia de género en la región y a nivel intrafamiliar. También con la precariedad de los trabajos a los que logran acceder al emigrar, mayormente como empleadas domésticas sin ninguna seguridad social que además enfrentan mayor riesgo de acoso sexual, entre varios otros factores.”
Además, como si el panorama no fuera lo suficientemente complicado desde el análisis socioeconómico, un elevado porcentaje de venezolanas que decide cruzar la frontera, lo hace por su salud neonatal: En Venezuela, la crisis económica y escasez de medicina provoca que buena parte de las mujeres embarazadas de escasos recursos, no puedan acceder a cualquier tipo de atención médica durante la gestación, mucho menos a medicinas o la alimentación adecuada.
Según el artículo del periódico El Impulso, “La situación del país golpea a las embarazadas”, existe una considerable repercusión de la hiperinflación y carencias del sistema de salud sobre la salud de la madre y el bebé. El 23 de abril del 2019, el periódico El Espectador publicó un extenso reportaje, en que analiza punto a punto sobre la situación de la mujer venezolana que emigra estando embarazada. “La situación de las migrantes venezolanas en embarazo en la Costa Caribe es vulnerable, de acuerdo con una investigación reciente: el 42% de la muestra no recibe controles prenatales, la mitad sufre de anemia y el 87 % de inseguridad alimentaria. Los datos reflejan una realidad que no es exclusiva de esta región del país” puntualiza la publicación.
El análisis además incluye una reflexión sobre el gravísimo riesgo de la salud de la mujer embarazada que opta por la emigración en situaciones en las que no se garantiza las mínimas garantías para la supervivencia del bebé e incluso, la suya. Para la venezolana que cruza la frontera colombiana, la decisión se basa en la posibilidad de encontrar los recursos que permitan no sólo la supervivencia del bebé que gesta, en un recorrido sin garantías algunas que muchas veces pone en peligro su vida en muchas formas distintas.
La situación se torna crítica en la ausencia de medidas que permitan asegurar que la mujer (tanto en estado de gravidez o la parturienta), puedan recibir atención médica adecuada. Desde el hecho del tránsito la mayoría ilegal a través de la frontera hasta la emigración no regularizada, las condiciones de la mujer venezolana de bajos recursos que emigra es tan comprometida, como para requerir atención específica. A palabras de un informe publicado por CEPAZ, “las mujeres y niñas que huyen de sus países de origen corren el riesgo general de que sus necesidades sean invisibilizadas, lo que las hace más vulnerables a que sus derechos sean violados, a lo que se debe agregar los peligros que deben enfrentar por los roles tradicionales y estereotipos de género, la violencia de género y los riesgos de caer en las redes de trata de personas”.
El informe, además incluye una detallada estadística que supone un análisis global de las peligrosas condiciones que determinan la emigración femenina en medio de la crisis venezolana: “La tendencia etaria a migrar de las mujeres se ubica en los rangos más jóvenes. Este factor expone a las mujeres a una doble discriminación: juventud y el género. El 66,61% de las mujeres se encontraba trabajando y el 14,21 % no tenía empleo al momento de realizada la encuesta, y el 15,20% % tenía empleo, pero buscaban uno mejor y el 3.96 restante estaban buscando trabajo. El 47,44 % contaba con un empleo formal y el 34,55% contaban con un trabajo eventual y el 18,01% restante estaban sin empleo.”
La conclusión es obvia: la oleada emigratoria de mujeres a embarazadas o con hijos pequeños, obedece a un contexto agresivo que requiere un análisis pormenorizado, no para señalarlo como un mal social que afecta a la percepción del país anfitrión, sino como una enorme crisis humanitaria que debe ser atendida en la medida de las posibilidades del gobierno de turno. Pero la columnista Claudia Palacios no analiza el matiz, sino que avanza hacia otra idea: “Cada vez que veo un venezolano en las calles pidiendo dinero con un bebé en sus brazos, me pregunto por qué las personas con el futuro absolutamente incierto, con un presente de mera supervivencia, traen hijos al mundo a padecer peor que sus padres, pues los niños quedan más expuestos a sufrir secuelas para siempre si aguantan hambre, frío, calor, discriminación, etc.”
Aunque el razonamiento de la columnista se atiene a la lógica inmediata y analiza un problema real de consecuencias inmediatas, no deja de ser lamentable la manera en que también, ignora el entorno que rodea una situación semejante y sus consecuencias ¿Conoce la Señora Palacios las condiciones económicas críticas de Venezuela, que provocan el mayor éxodo de su historia y quizás, del continente latinoamericano? ¿Comprende la columnista que el hecho que analiza no se trata de una estadística demográfica, sino de una circunstancia provocada por un tipo de violencia social que empuja a la mujer venezolana a tomar una decisión que pone en riesgo su salud física y mental?
La migración venezolana no tiene por motor principal una decisión estructurada, sino que se trata de una huida que responde al clima de crispación y angustia constante que atraviesa el venezolano promedio. El que abandonó la lucha en las calles, el que se resignó al hecho que muy probablemente, la Venezuela que conoció — esa democracia perfectible, corrupta y burocrática pero esencialmente funcional — ya no es factible e incluso posible. La mujer venezolana, lleva además todas las perder en una situación económica y social que le convierte junto a sus hijos en la principal víctima propiciatoria de la discriminación. Emigrar en Venezuela es una combinación de miedo y urgencia, que lleva a huir de una situación de proporciones cada vez más caóticas y difíciles de sobrellevar.
No hay cifras oficiales sobre la emigración en Venezuela. Tampoco, una estadística sobre las condiciones de las mujeres que emigran, la muerte de neonatos debido a las condiciones que la crisis impone y mucho menos, sus implicaciones para la mujer. Para el gobierno chavista, de hecho, la emigración “no existe” a nivel estadístico e ignora el problema lo mejor que puede, esgrimiendo la habitual excusa ideológica. Héctor Rodríguez, ex Ministro del Poder Popular para la Educación de Venezuela y actual candidato a la Asamblea Nacional, llegó a insistir de manera pública que la emigración venezolana es una “exageración de los medios de comunicación”. E hizo hincapié en el hecho simple que quienes lo hacen no son representativos del paisaje nacional. Una actitud que se imita a nivel general en todos los ámbitos gubernamentales.
No obstante, la lenta erosión de la estructura social venezolana es cada vez más evidente y la emigración de mujeres embarazadas o con hijos pequeños en brazos, es la evidencia más reciente de la destrucción de cualquier sistema de salud que pudiera brindar beneficios para ambos. La emigración de los últimos años se ha convertido en una diáspora incesante que sumió al país en una debacle colosal de la que siempre se habla de manera informal, sin que el gobierno reconozca sus consecuencias o profundidad. Mucho menos, existe un planteamiento coherente por parte de los órganos del poder de cómo afrontar la crisis que conlleva la expoliación de nuestro recurso humano y sus posibilidades.
Hace unos años, un estudio de la Universidad Católica Andrés Bello y un informe del sociólogo venezolano Tomás Páez, señalaban que la emigración se transforma lentamente en algo más que un plan alternativo. Para 2013, se contabilizó que más de 800.000 y 1.500.000 venezolanos viven en el exterior y que al menos, el doble de esa cifra tenía planes consistentes en abandonar el país en el término de seis o siete años. Muy probablemente, en menos tiempo. Cinco años después, la situación se quintuplicó en gravedad y violencia. Los factores se han convertido en inmediatos y también, en una percepción sobre la forma en que el tejido social del país se desmorona a medida que la presión de la crisis económica y social se hace cada vez peor. La emigración se convirtió en un hecho de todos los días, una idea subyacente en todo intención e interpretación del país. Se mezcla con la zozobra, con la percepción del exilio necesario e incluso, la conclusión evidente que Venezuela simplemente cercenó cualquier otra posibilidad al ciudadano común.
Pero para Claudia Palacios, el problema se resume a cifras inmediatas que la columnista analiza desde cierto cinismo “Pero, queridos venezolanos, acá no es como en su país, y qué bueno que no lo es, pues a punta de subsidios el socialismo del siglo XXI convirtió en paupérrimo al más rico país de la región. Así que la mejor manera de ser bien recibidos es tener conciencia de que, a pesar de los problemas internos, Colombia se las ha arreglado como ningún país para recibirlos, pero si ustedes se siguen reproduciendo como lo están haciendo, sería aún más difícil verlos como oportunidad para el desarrollo que como problema.”
¿Conoce la Señora Palacios la vulnerabilidad de la mujer en un país en el que embarazo adolescente es un símbolo de triunfo y éxito? ¿Conoce las variables y estadísticas que sitúan a la madre venezolana no sólo entre las más jóvenes sino las que además, tienen el peor conocimiento sobre su cuerpo y su sexualidad? ¿Ha reflexionado la Señora Palacios que las mujeres que cruzan la frontera embarazadas o con sus hijos en brazos, lo hacen llevadas por el mismo terror a la exclusión y a la marginalidad que las hizo concebir en primer lugar?
El panorama en Venezuela sobre la mujer es complejo, sobre todo cuando se analiza que la ola migratoria está convirtiendo a una porción de la población que ya en Venezuela es vulnerable, estigmatizado y señalado, condenado a la pobreza, en un “problema estadístico” que el artículo de su pluma expone como una simple situación coyuntural.
La Señora Palacios no parece del todo informada sobre el asunto. Después de todo, en su artículo asegura que “Sobre este tema se va a venir pronto una polémica, pues el Gobierno, la Procuraduría, la Registraduría y la Defensoría están trabajando en una resolución que permitirá que los niños de padres venezolanos nacidos en Colombia obtengan la ciudadanía colombiana, algo que no está permitido por la Constitución, pero para lo cual la Corte abrió un camino recientemente. Algunos dirán que esto va a incentivar la llegada de más migrantes a reproducirse en Colombia, pero me aseguran que no será así porque cuando la gente emigra lo hace para no morirse de hambre, no para tener legalidad; y porque otorgar nacionalidad no genera más costos de los ya contemplados, ya que aunque no la tengan se les está dando salud y educación”. Para la columnista el problema de nuevo se trata de números, no de una crisis elemental que se refleja en la situación del hermano país y que con enorme generosidad, el gobierno colombiano ha intentado solventar en la medida de sus posibilidades. Para Palacios, el problema es el hecho del “gasto” que supone una población aterrorizada, indefensa y orillada por una circunstancia insostenible. Un número estadístico sin el menor valor.
Lo que preocupa es que se valide el argumento xenofóbico de Claudia Palacios mezclando dos problemas distintos: sí, la mujer venezolana debe tener mejor y más educación sexual. Pero eso no se relaciona con el punto violento que señala en su artículo: el estigma al emigrante. Las mujeres embarazadas que corren el riesgo de huir a través de la frontera para dar a luz en Colombia y otros lugares, lo hacen para evitar morir. De modo que el ataque de Palacios es una forma de violencia cruel y directa, sin ninguna relación con la resolución de la situación concisa.
Sin duda, como ya anticipó Palacios, el tema traerá polémica, pero sin duda por las razones incorrectas: se hablará sobre un corto artículo escrito desde la provocación y no del horror que oculta un hecho que desborda no sólo al gobierno colombiano sino al gentilicio de nuestro país. Una repercusión dolorosa en la historia inmediata de la Venezuela rota bajo el peso de una estafa histórica.
Foto: news.un.org
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Las mujeres, niñas y adolescentes riesgos asociados a la trata, esclavitud sexual y prostitución forzada en el contexto migratorio en:
http://exodo.org.ve/wp-content/uploads/2019/05/Informe-Exodo.pdf -
Excelentes artículos