Para cuando comenzó la saga de novelas de Río “Canción de Hielo y Fuego” de George R.R Martin, la revalorización de las mujeres dentro de argumentos de fantasía épica y sobre todo, en los grandes trayectos del heroísmo literario se encontraba a décadas de distancia. Aun así, la historia de la Batalla por el poder en Westeros ya tenía personajes femeninos no sólo de enorme peso dentro del argumento, sino además, una enorme variedad de miradas sobre las mujeres como centro de algo más complejo que su mera figura como madre, esposa o hija de algún personaje central.
Desde Daenerys Targaryen — vendida a un Khalasar Dothraki por su hermano ambicioso y vil — hasta la frustrada ambición de Arya Stark por convertirse en caballero y luchar espada en mano, las mujeres de Westeros rompían el molde de lo que podía esperarse del símbolo que encarnaban. Incluso las más tradicionales eran fuertes y misteriosas a su manera: Catelyn Stark regentaba con mano firme un hogar lleno de enigmas e intrigas, tan cerca del poder como para encontrarse en riesgo permanente y la cruel Cersei Lannister — canibalizada por el amor incestuoso —, aspiraba al trono no sólo por mera ambición, sino bajo la necesidad imperiosa de heredar a su parentela la corona y el futuro.
Una y otra representan a la tradicional maternidad, pero desde aspectos complejos y muy poco benignos: Lady Stark está destinada a convertirse en un espectro de venganza y odio. Cersei, en la futura Reina del Trono de Hierro, embarazada de su hermano, en medio de una guerra que amenaza la supervivencia entera del continente y a punto de disputarse el reinado con Daenerys Targaryen, que gobierna el ejército más peligroso del mapa de circunstancias. Sin embargo, un personaje en apariencia discreto es el punto central de la evolución de las mujeres en Westeros y sobre todo, la visión que la novela épica otorga a sus personajes femeninos: Sansa Stark.
Sansa comenzó siendo quizás el personaje más predecible en medio de una pléyade de conflictos políticos complejos que la sobrepasaban y en los cuales, la mayor de las hijas de Ned Stark no se encontraba demasiado interesada. Durante los primeros capítulos de tanto la versión literaria como televisiva de la historia, Sansa tenía el único objetivo de contraer matrimonio con Joffrey Baratheon y representó esa noción sobre la mujer sumisa y apegada a lo tradicional que con frecuencia forma parte de los Universos fantásticos. Sansa además, tenía una chocante visión sobre la lealtad relacionada con cierto ideal romántico, que la dotaba de una mezquindad arrogante. A la vez, Sansa lloraba por amor y se comportaba exactamente como lo que era: una adolescente que jamás había abandonado la casa paterna y que había crecido protegida por el férreo carácter de su madre y el silencio amable y sincero de su padre.
Se trataba de un enfoque clásico sobre lo femenino y uno en el que George R.R Martin jugó un extraño juego de espejos: a través de Sansa comprendimos la corte de los Lannister desde su brillo falso y además, analizamos las relaciones de poder desde el punto de vista del peón, destinado a ser utilizado por su propósito primario. Sansa era una Dama de vestidos largos, habitantes de castillos de piedra, heredera directa de las grandes historias caballerescas y sin duda, de esa percepción de lo femenino frágil y emocional que se suele perpetuar en historias al uso.
Pero como a todos sus personajes, George R. R Martin obsequió a Sansa un trasfondo elemental que lo hizo más que una figura que se movía de aquí para allá entre los tapetes de terciopelo rojo. Sansa era una burla a la feminidad impuesta, la concepción de la mujer basada en el peso de las circunstancias y como si eso no fuera suficiente, una peligrosa ingenuidad que dejó muy claro que el personaje tendría que madurar si deseaba sobrevivir. La mayor de las hijas de Stark se encontró bastante pronto atrapada en una red de poder en la que su figura frágil lucía obsoleta e inútil, lo cual la convirtió en carne de cañón para las manipulaciones de Cersei — que la convirtió en rehén de la corona contra Robb Stark — y poco después, en el chivo expiatorio de un Rey desequilibrado y violento como Joffrey Baratheon. Entre una y otra cosa, Sansa no encaja en absoluto en el ícono de la fortaleza femenina — que sí parece definir a su hermana pequeña, Arya — y resulta un enigma que poco a poco, ha ido demostrando su poder.
La vida de Sansa no ha sido sencilla. Mientras Arya entrenaba como asesino con los hombres sin rostro y se acercaba mucho más que cualquier personaje a su núcleo de motivación primaria (desprenderse de su personalidad femenina), Sansa ha sufrido escarnios, violencia y al final, la humillación absoluta de ser utilizada como moneda de cambio en medio de los intrincados caminos de poder de la historia. De ser la prometida de Joffrey, pasó a convertirse en la esposa del hijo deforme de los Lannister, para luego ser desposada por el bastardo Bolton (y en la serie televisiva, ser abusada sexualmente por él). De pronto, la naturaleza pasiva tradicional de Sansa jugó en su contra y la convirtió en la víctima propiciatoria de todo tipo de vejámenes y violencia. Pero Sansa logró sobrevivir: la violencia no logró destrozarla y de la misma manera que Arya, logró evolucionar en medio del horror para convertirse en un personaje de enorme poder personal. Sólo que a diferencia del personaje de su hermana, Sansa despierta muchas más críticas que admiración. Mientras a Arya se le considera valiente, a Sansa aún se le critica su evolución torpe y dolorosa hacia la mujer férrea en que se ha convertido. Una mirada lenta sobre el estereotipo femenino del poder que tanto en la serie como en el libro, se tocan con enorme inteligencia.
¿Qué hace “débil” a Sansa y “fuerte” a Arya? la respuesta es un fenómeno cultural: mientras Arya se masculiniza y de hecho, es físicamente capaz de defenderse, Sansa depende de sus modales y su habilidad para sobrevivir a la corte, lo que no suele considerarse un atributo de “fortaleza”. Eso a pesar que Sansa ha logrado evitar ser asesinada durante la muerte de su padre, un rey y finalmente por una familia ambiciosa que usurpó las propiedades de su familia. De modo que Sansa tuvo que encontrar un modo en que sus modales, su trágica belleza y su conocimiento — parcial — del poder detrás del trono, le permitiera sobrevivir. ¿Por qué no es suficiente para los lectores y la audiencia?
Sansa fue ingenua, después derrotada por el dolor y finalmente imprudente. Entre todos los comportamientos, la fortaleza — al estilo que el imaginario corriente suele adjudicar poder — fue la de poder manipular sus pocos recursos para salvar la vida. Arya tenía una espada, mientras que Sansa la educación de su madre, lo que Cersei le había enseñado de manera involuntaria y por último, el puro instinto de supervivencia. Como aliada y pupila circunstancial de Meñique, Sansa aprendió además el arte de la intriga y la conducta de quienes deben asumir al poderoso como enemigo inmediato. Y aprendió bien la lección.
Con todo, Sansa sigue siendo moralmente íntegra: hasta ahora se mantiene devota a su familia y a sus deberes con el trono, además de ser una eficaz intendente y una confiable líder en circunstancias poco claras. Mientras Jon regresa del Sur en compañía de Daenerys y es incapaz de traducir la forma como el Norte asimila la llegada de una figura controversial que representa viejos rencores, Sansa asimila la disputa por el poder desde cierta distancia helada, una mirada compleja que no sólo enriquece al personaje sino a la línea argumental que la sostiene. Sansa no tiene la sed de venganza de Arya — a pesar de haber sufrido las mismas pérdidas — pero está lo suficientemente consciente de su papel como para saber ejercer el poder con mano firme y lúcida. En medio de una guerra, ese quizás es un atributo de enorme valor y que sin duda, transforma a Sansa en el personaje central de una batalla silenciosa en las que tiene todas las de ganar.
Claro está, Sansa representa un tipo de empoderamiento progresivo que no es sencillo de analizar para buena parte de la audiencia. Después de todo, hay una cierta ambigüedad en la serie de libros y en la pantalla, sobre la figura de la mujer. La disyuntiva es clara ¿Qué ocurre cuando la mujer triunfa, se libera y se empodera en Westeros? Los detractores de “Juego de Tronos” insisten que se trata de un falso feminismo, amparado por una percepción efectista del logro y no de su implicación. Daenerys es madre de dragones — un atributo por necesidad femenino — y Cersei debe enfrentarse a sus errores como esposa y madre — e incluso, en medio de una turbia relación incestuosa — y Melisandre, bruja y poderosa por derecho propio, utiliza su capacidad para la manipulación con más frecuencia que la magia, otro supuesto atributo femenino. Más allá de eso, los personajes femeninos de la serie siempre parecen ser salvados por personajes masculinos. Sin embargo, eso no es suficiente para considerar a las mujeres de la serie/libros como débiles o dependientes. Todas ellas se enfrentan a situaciones extraordinarias y violentas gracias a sus propias capacidades y talentos. Y no siempre triunfan en su empeño.
Arya y el poder esencial: De la fuerza física a la ambición intelectual.
En los libros, se le describe como una niña “con cara de caballo, larga y poco agraciada” en contraposición de la elegancia natural y belleza de su hermana mayor Sansa. Pero en los libros, también se añadía algo más: Arya deseaba una espada en lugar de un vestido hermoso y también deseaba luchar, a la manera de sus hermanos, sobre todo Jon, su favorito. No obstante, George R.R Martin evitó por todos los medios posibles, mostrar a Arya sólo como una niña caprichosa, masculinizada o confusa. Con su rostro pálido y tenso, su profunda inteligencia, pero sobre todo capacidad de sobrevivir, la más pequeña de las hijas de Ned Stark se convirtió en la memoria combinada de una familia devastada por el poder, cuyos miembros morían uno a otro, en medio de una batalla a ciegas por alcanzar el Trono de hierro o escapar de él.
Mientras sus hermanos eran asesinados, confinados en matrimonios arreglados y maltratados, o simplemente alejados de cualquier posibilidad de recuperar lo perdido por el despojo violento de los Lannister, Arya se acercaba a un tipo de ideal perverso que le brindaba la oportunidad de la venganza total. Arya, aterrorizada y después sólo enfurecida, logró desafiar la violencia hasta encontrar una forma de sostenerse en mitad de la debacle familiar y la Guerra de los cinco reyes. Toda una proeza que muchos adultos y personajes más poderosos — en apariencia — de Westeros no lograron alcanzar.
Para Arya, “Valar Morghulis” (todos los hombres deben morir) es mucho más que el recuerdo de un pasado extraño y mágico que no conoció. La frase en alto valyrio, la acompaña a todas partes, sobre todo por el hecho que buena parte de su evolución ha tenido una relación directa con la muerte. La más joven de los Stark ha estado a punto de morir varias veces, pero en lugar de sucumbir al miedo, la desesperanza o la crueldad del continente imaginario de Westeros, Arya se ha hecho más poderosa por el mero hecho de convertir su capacidad para sobrevivir alrededor del riesgo de la derrota. Arya perdió la inocencia — y rompió con el paradigma de la mujer frágil o la niña perdida — para convertirse en una metáfora de la juventud en medio de condiciones imposibles. Masculinizada y después, perdido el rostro y el nombre, el personaje llevó a cabo un camino del héroe que elabora una mirada tangencial hacia algo más elocuente. Nadie “salvó” a Arya de sus dolores, terrores o del abandono, sino que, por el contrario, lo hizo por sus propios medios. De pronto, la independencia natural de Arya, se convirtió en algo más perverso, extravagante y duro de comprender.
La historia de Arya está directamente emparentada con la muerte. Desde sus limpios y crueles actos de justicia hasta su larga travesía para convertirse en un asesino despiadado, la evolución del personaje se refleja a través de la muerte, la tragedia y la angustia. Desde los primeros capítulos del libro “Juego de Trono” (y escenas de su versión homónima televisiva) Arya supo que el riesgo de morir, ser asesinada o matar, eran las pocas opciones que tenía en medio del clima enrarecido de Westeros, primero bajo el puño torpe de Robert Baratheon y después, de la ambición dorada de los Lannister.
Entre una y otra cosa, la tragedia de Arya — su angustia y dolor — se han transformado en un arma tan afilada como su querida espada “Aguja”, la única herencia que lleva a cuestas cuando todo lo que conocía quedó arrasado tras la decapitación de Ned Stark a manos de Joffrey Baratheon. Una y otra vez, Arya ha debido encontrar un rostro a su medida para sobrellevar el horror y el miedo. Con toda su espectral capacidad para la batalla y convertida por último en una sombra de la mujer que estaba destinada a ser, Arya Stark perdió todo vestigio de su historia. La niña que corría por las calles de King’s Landing, se transformó en una versión endurecida de los pesares de su familia y, por último, en una criatura letal y sin rostro, no sólo capaz de matar sino de hacerlo con singular eficiencia.
Por ese motivo, sorprende las variadas críticas que recibió el segundo capítulo de la última temporada de la Serie basada en la Saga de George R.R Martin, que muestra a Arya tomando la decisión de tener sexo con Gendry, bastardo Baratheon y quizás, la única persona del pasado (además de su familia) de la que Arya conservó un recuerdo bondadoso durante su recorrido hacia la refinada crueldad que le sostiene en mitad de guerras, batallas, enfrentamientos y disputas de poder. En la escena, Arya toma el control y también, las decisiones sobre su cuerpo y lo que ocurrirá en el lecho y al final, se le ve tendida, remota y por una vez humana. De pronto Arya — el asesino letal, la discípula del Dios de Muchos Rostros — es sólo una adolescente, que acaba de vivir quizás la experiencia más humana y conmovedora de todas. Una mujer muy joven que asumió su humanidad y también, su vínculo con el tiempo y su historia de una manera saludable y natural.
¿Por qué desconcierta tanto el hecho que Arya haya perdido la virginidad? A la escena se le acusó de manipuladora, machista, violenta e incluso de perversa, pero al contraste, la Arya que perdió por un momento todos los atributos del asesino, del miedo — que puede provocar e infringir — y que fue vulnerable por una vez, demostró la multiplicidad de rostros de un personaje que ha batallado por recuperar su identidad en más ocasiones y por numerosas razones. Arya es Arya, la adolescente que creció en medio de la violencia, pero también, la mujer que va en la búsqueda de su nombre, rostro e historia.
Por supuesto, que el personaje haya encontrado un vínculo directo con el aspecto más vulnerable de sí misma, la aleja por completo de la mujer poderosa, hosca y distante que buscó por tantos años vengar los asesinatos de los miembros de su familia. Arya es un rostro más de esa visión retorcida de la infancia, que Martin crea a través de las carencias y la ambición, convertidas ambas cosas en una herramienta de poder. Para el escritor y su historia, los niños son víctimas inmediatas, pero también, sobrevivientes por naturaleza. No sólo los de la familia Stark, sino en general, la mayoría de los personajes muy jóvenes que han debido enfrentar el miedo, la violencia — sexual y de otro tipo — y los estragos de una guerra desigual durante buena parte de la historia.
La infancia en Westeros es una ilusión de tranquilidad que se rompe pronto: Daenerys fue obligada a casarse con Khal Drogo a los trece años — y fue violada por él durante la noche de bodas — mientras que Bran cayó por la ventana de la torre con apenas 7 años, mientras Jamie Lannister le miraba precipitarse hacia el suelo con cierta curiosidad fría y perversa. Jon, con quince años, mató a su mentor y tuvo sexo con Ygritte. Por supuesto, la fantasía épica de Martin está inspirada en el medievo, cuando la media de vida alcanzaba apenas los cuarenta años y que marcaba la veintena, como la adultez, de modo que la juventud de los personajes es una necesidad histórica más que cualquier otra cosa. Aún así, la percepción de la juventud de Arya y su súbito despertar sexual continúa provocando desconcierto, cuando no incomodidad. ¿Por qué se interpreta de manera distinta?
Quizás se deba al hecho que el personaje creció en pantalla y que su sexualización — el hecho de admitir que Arya tiene una dimensión sexual, por encima de su necesidad de venganza o su aislamiento personal — haya tomado por sorpresa a buena parte de los televidentes. Arya ha recorrido un largo camino en ocho temporadas, aunque incluso así, mucho más acelerado que en los libros, en los que todavía madura y debe enfrentarse a las posibilidades y derrotas de una vida destruida bajo el signo de la violencia. No obstante, a mediados de la temporada televisiva número cinco, la Arya literaria pareció quedar rezagada de su parte televisivo. Los tiempos en ambos medios son distintos — una preocupación que suele afligir al autor de la saga — pero además, la Arya de la trama televisiva es el reflejo de la forma en que se concibe la historia de Westeros para la pantalla chica: Maisie Williams tenía doce años cuando comenzó la serie. En la actualidad cuenta con veintitrés años y el cambio físico es notorio, lo que hace quizás necesarios giros argumentales que habría llevado mucho más tiempo en los libros. Mientras la Arya literaria puede atravesar la adolescencia desde una mirada filosófica, su par en el rostro de la actriz, debe acometer el reto de saltar el puente de cristal entre la adolescencia y la adultez.
La noción de la edad (y sus decisiones) en la Saga “Juego de Tronos” ha sido motivo de debate por un buen tiempo y la diferencia entre ambos aspectos de la historia que se cuenta, se hizo evidente en situaciones que parecieron inexplicables en la serie pero que en los libros, tienen un peso de enorme importancia. Mientras el Robb Stark televisivo pareció un estratega torpe al contraer matrimonio de manera imprudente y llevar a cabo un asedio militar sin mucho tino, en los libros, un Robb de quince años explica de manera suficiente su inexperiencia militar, su descontrolada avidez sexual y su final derrota, en medio de errores de juicio de considerable envergadura. De modo que mientras en la televisión, los actores y actrices encarnan una serie de personajes que dependen de su edad para explicar sus acciones — y no siempre lo logran — , la versión literaria tiene un piso contexto que permite la permanencia de la memoria y la connotación intelectual que permite comprender sus acciones.
La saga literaria aún se encuentra incompleta y la televisiva está a punto de culminar. Esa percepción del tiempo entre ambas nociones de la historia pesa y subvierte la forma en cómo comprendemos los personajes. Pero sin duda, la la concepción del bien, el mal y lo femenino (que incluye el amor y el sexo) se transforman de manera paulatina hasta encontrar un sentido vivencial y potente que profundiza la dimensión real de los personajes. Uno de las mayores fortalezas en una historia en la que las relaciones del poder superan la mera avaricia y se transforman en una forma de vida. Por extraño que parezca, este escenario medieval repleto de muertes y de magia misteriosa, es quizás también, uno de los más poderosos para analizar el nuevo rostro de la mujer en nuestra época.