Hay partidos políticos manejando los temas de género desde el enfoque “dar participación a la mujer” y se creen modernísimos por ello, aunque después algunos de sus líderes vayan y las insulten. Me refiero a los partidos por los que yo votaría, ni siquiera estoy haciendo la simple crítica del gobierno, que ha hecho una mescolanza de símbolos feministas guevaristas con las prácticas más patriarcales, militaristas y desfeminizadas de poder.
Si concentrásemos los esfuerzos en reforzar prácticas de sensibilización y capacitación en género en los cuadros partidistas, podríamos avanzar rápidamente hacia la incorporación de un verdadero enfoque feminista transversalizado en los programas de gobierno de nuestros países de la región, tanto de candidatos hombres (aún abrumadora mayoría) como de candidatas mujeres (a veces igual de machistas y patriarcalistas).
La transversalización de género, el “gender mainstreaming” o “mainstreaming de género” (MG) es un enfoque utilizado formalmente por el sistema Naciones Unidas desde la Conferencia Mundial de la Mujer de 1995. Puede ser entendido como una evolución en el abordaje de los reclamos feministas en las estrategias de desarrollo que, desde los años 70 del siglo pasado, pasaron por la igualdad de trato, la igualdad de oportunidades y la acción positiva hasta llegar al MG.
En efecto, en 1984 se reestructuró el Fondo de NNUU para la Mujer (Unifem) y desde la Asamblea General se emitió el mandato de vincular los derechos de la mujer a la agenda global de desarrollo, concibiendo la estrategia “Mujer en Desarrollo”. Desde la conferencia de Nairobi (1985) surge el modelo de Género en Desarrollo extendiéndose su aplicación, especialmente a través del entrenamiento, la sensibilización y el análisis de género desde las organizaciones dedicadas al trabajo a favor de la mujer.
Las principales críticas y limitaciones a este enfoque vienen dadas por la capacidad misma de los modelos de desarrollo de alterar los problemas que pretende abordar, porque se acuerdan las estrategias pero no siempre se cumplen y por otro lado, también surgen críticas a la metodología por considerar que la integración que promueve en los sistemas medulares de desenvolvimiento institucional y cultural, facilitan la dilución de responsabilidades; aún más grave, supone una acción previa de renuncia a su transformación más radical, es decir, se considera que merma el potencial de cambio sistémico implícito en los avances científicos y políticos del feminismo.
Sin embargo, siempre he creído que manteniendo todo el espíritu crítico y alimentando todas las opciones creativas posibles, se logran más cambios desde dentro del mismo sistema. Creo además que deberíamos ahondar en este enfoque del MG para, especialmente en América Latina, extendamos sus potencialidades a todos los ámbitos de acción gubernamental.
Muchas de las que estamos activamente movilizadas en redes feministas, intuitivamente quizá, estamos aplicando MG. He participado en foros en los que surgen planteamientos poco tradicionales sobre el foco de atención de nuestros esfuerzos para trascender lo típicamente tratado en espacios feministas como la violencia de género, el techo de cristal o las cuotas parlamentarias, por ejemplo.
Y otra señal anunciadora, que no pongo como ejemplo de transversalidad, pero que es muy bueno observar, es que cada día es más frecuente reclamar de forma abierta y sin tapujos la participación científica de mujeres en los foros reservados a los varones (economía, ingeniería civil, gestión de desastres, seguridad…), porque en la medida que estemos promoviendo modelos más integradores, la discriminación un día será la excepción y no la norma.
Pero la realidad es que la aplicación de MG en Venezuela en términos de política pública parece mínima o simbólica. Por ello, todo pareciera ganancia al intentar promover y extender este enfoque desde donde quiera nos desempeñemos.