El machismo muta y se adapta. Como la cucaracha. Por eso ha sobrevivido milenios. Y ahora que estamos en la era digital, ha encontrado en internet un nido ideal para enmascararse defendiendo sus viejas creencias con las ventajas que da el anonimato.
Trols. Machitrols, se les llama. Provocadores. Alborotadores. Aparecen cada vez que uno tuitea o postea mensajes feministas, así como de la nada. Insultando, agrediendo, intimidando, amenazando. Fotos de sus penes, deseos de muerte, burlas, frases racistas, intolerancia a tope, cuestionamientos a tu vida sexual, exigiendo que te calles. Machismo online.
En un reciente sondeo de opinión realizado en ocho países por Amnistía Internacional, el 23% de las mujeres encuestadas había sufrido abusos o acoso en Internet. De ellas, el 26% afirmó que las habían amenazado directa o indirectamente con violencia física o sexual. En algunos casos, estas amenazas podían también manifestarse fuera de Internet.
Y parece que el objetivo de silenciarnos es conseguido: “una mayoría de las mujeres encuestadas, más del 70%, afirmaron que habían hecho cambios en la forma en que usaban estas plataformas, entre ellos, limitar los contenidos publicados –el 32% dijo que había dejado de publicar contenidos que expresaban su opinión sobre ciertos temas”. Viejas intenciones, nuevos métodos.
A mí particularmente me llama la atención la carga emocional extrema puesta en cada mensaje. Es violencia de género, qué duda cabe. Son muchos. Los vemos en los comentarios de las redes sociales de feministas conocidas. Ya nosotras sabemos qué hacer con ellos. Tomar captura de pantalla para documentar. Reportar y bloquear.
Pero después de la acción protectora ante el invasor, queda la preocupación. ¿Será mera desinformación? ¿Será que responden así por un viejo resentimiento vivido con alguna mujer independiente o un asunto no resuelto con la madre? ¿Será como dice Simone de Beauvoir, ansiedad ante la propia virilidad? ¿Será solo eso, miedo?
Tanto padre ausente física y emocionalmente. Hijos tan carentes de guía, de una palabra amable, de un apoyo sustancial cuando lo requieren. Varones criados bajo el mandato de no sentir, no expresar, de dominar, de competir. Padres que les exigen a sus hijos que sean machos, que no se dejen, que demuestren su masculinidad siempre. A los adolescentes que echen para adelante sexualmente aunque no tengan ganas y violen si es preciso. A las niñas que se protejan y busquen a un varón que las represente y sostenga. Eso tiene que generar mucha ansiedad de lado y lado.
Tanta madre joven, muy joven, soltera, criando muchachos a la buena de Dios. Haciendo lo que pueden. Niños y niñas que cuando se hacen grandes se ven desvalidos, se saben inseguros, desconfiados, viviendo a la defensiva. El miedo como emoción vital predominante. Ante eso, cualquier mensaje que contraríe sus creencias se percibe como amenaza. Y a las amenazas se les responde con agresión.
Todo esto me pone a pensar en que el patriarcado como sistema de valores y creencias, aún dentro de sus aberraciones, da seguridad, da estabilidad, dictamina lo que debe y no debe ser, da estructura. Lo cual explica que a pesar de las consecuencias negativas que genera, se mantenga y cueste tanto derribar. Trols sin referencias culturales y educativas más sanas y mejor fundamentadas se aferran a esto porque es lo que conocen y además, porque están ávidos de la estructura, anclaje y firmeza que no tuvieron a tiempo.
Que tú vengas y les digas que no, que es otra cosa, debe dar mucho temor. Porque si no es esto, ¿qué es entonces? Si no soy un macho o una mujer cosificada, ¿que soy? Es la identidad personal lo que entra en cuestión. A lo mejor a eso se deba que el ataque venga desde cuentas con seudónimo y usualmente con muy pocos seguidores.
Hace falta capacidad para elaborar nuevos conceptos. Capacidad intelectual y emocional. Por eso el feminismo avanza en países más desarrollados.
Confieso que a veces me ha provocado escribirles a los machitrols frases que les calmen. Impulso materno será. Decirles que, si bien es cierto que nuestro movimiento cuestiona sus privilegios injustamente habidos, entendemos que ellos también han sido víctimas del sistema. Decirles que ojalá lo puedan ver y nos acompañemos para cambiar todo un andamiaje de creencias en el que tanto hombres como mujeres salimos perdiendo porque sufrimos. Todos. Decirles, quizás en modo canción de cuna, que les entiendo y que les puedo ayudar por mensaje privado si lo desean, que psicóloga y madre soy.
Las feministas tenemos que buscar la forma de hacer llegar nuestro mensaje transformador con menos enfrentamiento ante los desvaríos ajenos. Los ataques hay que denunciarlos y hacerlos públicos, así como buscar apoyo en nuestras redes solidarias de mujeres. No estar solas ante este tipo cada vez más común de violencia de la que somos víctimas. Y al mismo tiempo, ser más dadoras de confort, de tranquilidad, de promesa posible a una estructura alterna al machismo, que sea capaz de proporcionar la libertad de género que con anhelo todos estamos buscando. Quizás sea una postura ingenua ante una guerra declarada, pero quisiera creer que todavía ello es posible.