Por Carolina Franco
En una conversación casual, un amigo contemporáneo comenta – no me gustaría que mi hija fuese médica – . El asunto llama mi atención y enseguida pregunto:
- ¿Por qué si tú lo eres?
- Para las mujeres es muy difícil conciliar las labores del hogar con la profesión y lamentablemente en las carreras de la salud tienen que elegir. Las que son muy buenas en lo suyo por lo general tienen el hogar destruido y viceversa.
Respiro, trato de conservar la calma e interpretar el comentario desde las buenas intenciones que tiene para con su hija. Sin embargo, no puedo evitar quedarme callada, porque sinceramente y desde el respeto a su forma de crianza, pienso que desde ya el está coartando el derecho que tiene su hija de elegir. No obstante, la historia me suena familiar, a menudo viví la subestimación como una forma de protección y la limitación por mi condición de niña; por lo tanto, me parece que no es su culpa es lo que se nos ha enseñado, es la trampa que la sociedad nos ha trazado. Existen carreras de niñas y carreras de niños. Cosas que pueden hacer las mujeres y cosas que deben hacer los hombres, y si en ese contexto surge una lista de deberes que todo el que quiera encajar debe cumplir y el que no, es tildado de raro, imprudente, mala persona, descorazonado según sea el caso.
Si se trata de una mujer, el asunto es peor, porque según los lineamientos marcados, todas deseamos ser madres, todas soñamos con el príncipe azul y todas queremos tener una boda de ensueño. La que no está en ese plan, tiene un problema. La que no asume que las labores del hogar son su obligación tiene un problema, la que piensa que puede ser tan brillante en su profesión como en su vida personal tiene un problema. ¿Quién dijo que las labores domésticas eran exclusividad de la mujer? Tal vez nadie en particular, pero tampoco nadie ha dicho ha dicho lo contrario. Pocos son quienes recuerdan que el tema conciliación es algo que concierne a todos y que disminuir brechas de género también incluye equiparar la carga doméstica familiar. Pequeño detalle que olvidó mi querido amigo.
Quizás por algunas creencias limitantes en ambos sentidos, la conversación no tuvo el resultado que yo hubiese querido. El insistía en los deberes de la mujer. Yo enfatizaba en su derecho a elegir lo que quiera para si. El aseguraba que su hija no sería como yo (rebelde y feminista), pues es un tema de crianza. Yo me reía diciéndole que mejor no hable muy duro, que por la boca murió el pez. Y entre “chistes” y “camaradería” terminó una conversación dolorosa, una charla que me lleva a reflexionar como nos mutilan desde temprano, como esa especie de adoctrinamiento preconcebido limita nuestro potencial y nos minimiza. Es por eso que a lo largo de mi carrera, he escuchado mujeres diciendo cosas como “me gusta tal o cual especialidad, pero es difícil para una mujer” o “me fui por esta área porque es más fácil para una mujer”. Claro, ya el trabajo está hecho, en casa le enseñaron lo que debe y lo que no hacer una mujer.
Afortunadamente, algunas hemos despertado o no nos hemos quedado con lo inculcado en algún momento de la vida, entonces nuestro trabajo es que más mujeres sigan reaccionando y dejen de usar su condición como excusa para salir al paso. No me imagino a Marie Curie diciendo: no es que no voy a investigar porque soy mujer. O a Adrienne Bolland pensando: Volar es para hombres, mejor quedo lavando platos. No! Evidentemente ellas decidieron lo que querían para ellas y fueron tras ello; no habrá sido fácil, pero se pudo e hicieron historia; en parte porque creyeron en sus capacidades y no se colocaron su género como una limitante. Por eso, insisto, la labor es convencer a más mujeres de que tienen opciones y labrar un camino menos escabroso para las más jóvenes. Yo, por mi parte seguiré librando por todas las féminas de las futuras generaciones, para que esa buena intención paternalista pero machista no duela tanto.