Roles, estereotipos e incentivos: Antecedentes y prospectiva de una economía con más equilibrio de género

Roles, estereotipos e incentivos: Antecedentes y prospectiva de una economía con más equilibrio de género
noviembre 25, 2017 Román Domínguez Antoranz

PRIMERA PARTE  Por Román Domínguez Antoranz

Resumen

En este ensayo se pretende hacer un recuento histórico de la discriminación de género en las actividades económicas humanas y su prospectiva, usando como argumento central la evolución de los cambios tecnológicos y sus implicaciones sociales, políticas y culturales sobre los grupos humanos. Su principal conclusión es que, a pesar de estar sumergidos en el conjunto de arraigados procesos de discriminación y evaluarlos como inaceptables, las herramientas con las que evaluamos -y hasta las personas que lo hacemos- parecieran ser fruto de un pasado que se renueva cada vez con mayor fuerza y rapidez y las relaciones económicas y sociales del futuro cercano trabajarán más eficaz y rápidamente para producir adaptaciones que aún hoy a muchos les resultan difíciles de aceptar, tal cual hace apenas 100 años resultaban inconcebibles avances de esas relaciones en el contexto cultural de muchos países.

La economía y el rol económico desde el género

La economía despliega modelos vinculados a la respuesta humana a la escasez. Esos modelos hacen referencia a la manera en la que los humanos tomamos decisiones para resolver nuestras necesidades. La manera en la que generamos bienes y servicios para satisfacer esas necesidades. La manera en la que distribuimos y valoramos esos bienes y servicios. La manera en la que compensamos a los agentes involucrados en esos procesos productivos. La manera en la que concebimos dedicar recursos de la sociedad para planificar nuevos procesos productivos y la manera en la que organizamos y controlamos todas estas actividades y sus resultados. Por último, la economía también trata de las condiciones generales que propician o dificultan el desenvolvimiento económico en los países y entre los países, como grandes agregadores de actividad económica.

Desde aquí, pareciera normal pensar que todo esto lo hacen hombres y mujeres juntos. Emprender, diseñar, invertir, producir, administrar, vender, comprar, pagar, estimular, liderar, estudiar…Todas parecieran actividades en las que no cabe distinguir género. No creo que haya ninguna teoría económica consolidada que refleje una modificación de estos procesos en función del género de los humanos que participan en ellos.

Pero no cabe duda que hay diferencias en la participación en términos de género en estos procesos (inclusive en la actividad de estudiarlos y en la compensación y prestigio de quienes la estudian). Pero las diferencias, especialmente las diferencias que suponen una injusticia y una discriminación, no son tan fáciles de vincular a la teoría económica -en la que resulta dominante la teoría neoclásica del valor- ni a las teorías administrativas o contables, ni a la macroeconomía o los sistemas de calidad ¿de dónde surgen entonces?

Alejémonos un poco del complejo entramado de categorías y relaciones de la economía actual. Vayamos a las relaciones económicas más sencillas, por ejemplo, las que surgen en las actividades de caza, pesca y recolección propias del paleolítico y las que surgirán a partir de los cambios tecnológicos, económicos, sociales y políticos que se suceden con la domesticación de especies vegetales y animales, la llamada revolución neolítica.

En las sociedades primitivas, el trabajo -entendido como el conjunto de esfuerzos de una comunidad humana para abordar los retos de la escasez-  no era muy complejo y no requería por tanto de mucha especialización. Pero algo de especialización había, los humanos nos organizamos y encontramos ventajas y desventajas a que ciertas tareas sean hechas por unos o por otros. La especialización del trabajo en las sociedades primitivas ya consideraba el género como categoría de especialización, junto a otras como destreza, fuerza o experiencia previa. Las actividades de caza y pesca eran predominantemente masculinas. La recolección, incluyendo tareas pesadas de carga, femenina ¿por qué? ¿Se debía a una discriminación de índole machista?  Se trata de sociedades muy poco jerarquizadas y, en este sentido, no es tan fácil identificar vínculos entre autoridad y género.

En los barís, por ejemplo, una comunidad paleoindíngena del occidente venezolano, una mujer puede ser líder de la comunidad, al igual que un hombre. Pero la idea de líder de la comunidad es una idea extraña, impuesta por el contacto con el mundo criollo, que les demandaba la comunicación a través de un “cacique”, figura propia de grupos indígenas asentados en comunidades con agricultura y ganado y que le hicieron llegar los contactos con el mundo criollo que había asimilado este concepto y su figura, inexistente en la cultura originaria del barí antes del contacto sistemático con este mundo. El barí tiene líderes claro, pero las agrupaciones del paleolítico, por diversos factores, son pequeñas, en torno a 50 personas y no se requiere necesariamente un jefe, se pueden procesar la mayor parte de las decisiones escuchando a todos. Si el problema es muy complejo, seguramente algunos tendrán una voz con mayor carga de autoridad, normalmente por experiencia. Si el problema es técnicamente complicado, es probable que haya personas que cumplen funciones especializadas, facilitar partos, preparar pociones sanadoras, organizar y liderar una batería de caza, etcétera. El barí, al verse requerido de nombrar un cacique para la interacción con el mundo criollo, eligió alguno, por ejemplo, quien mejor sabe construir el bohío comunal, que bien podría ser una mujer.  En cualquier caso, el género ya está presente en la distribución de tareas “económicas” básicas en el mundo paleolítico.

En el Neolítico surgieron nuevas actividades. Voy a citar una veintena de las actividades típicas de un grupo humano en los albores del Neolítico. Voy a suponer que no dominan la forja de metales.  No todas las actividades son nuevas. Durante miles de años las actividades de caza, pesca y recolección siguen presentes luego de asentadas las comunidades con ganadería y siembra. Sugiero al lector clasificar estas actividades por género, si encuentra elementos para hacerlo.

  1. Sembrar, es decir, introducir semillas en la tierra.
  2. Preparar tierra para la siembra, removerla, limpiarla de piedras, desmalezarla.
  3. Regar la siembra y protegerla de pájaros y roedores.
  4. Construir canales de agua desde ríos y lagunas a las áreas de sembradío.
  5. Cuidar a los niños, mantenerlos protegidos.
  6. Alimentar a los niños y enfermos.
  7. Pastorear animales domesticados, por ejemplo, cabras y ovejas (acompañarlos y protegerlos mientras transitan lugares en los que comen pasto).
  8. Reunir alimento para otros animales domesticados (liebres, gallinas, cerdos). Alimentarlos.
  9. Defender el asentamiento de otros grupos humanos a los que le resulte atractivo (para dotarse mediante hurto o mediante asalto de herramientas, comida y, eventualmente, mujeres).
  10. Cazar animales, preferiblemente grandes y pesados. Pescar.
  11. Buscar y recolectar madera para leña y para construcción de viviendas, cercas, diques, armas.
  12. Construir cercas o vallas para proteger animales domesticados.
  13. Elaborar mazas y hachas (mango de madera y tope de piedra), lanzas, flechas.
  14. Elaborar recipientes de arcilla.
  15. Construir diques, represar aguas.
  16. Elaborar correas, vestidos, sacos de almacenar, calzados, cuerdas.
  17. Elaborar piedras adaptadas a distintos propósitos: afiladas para flechas, lanzas y hachas; contornadas para morteros y mazas.
  18. Elaborar ungüentos sanadores para heridos y enfermos.
  19. Elaborar venenos para puntas de flechas y lanzas, pociones mágicas.
  20. Elaborar collares, sarcillos, amuletos, tintes.

Todas estas actividades pueden clasificarse de muchas maneras. Una de ellas guarda relación con aspectos de la distribución de condiciones biológicas diferenciadas entre varones y hembras en la especie humana. Algunas requieren más fuerza, más potencia, más velocidad. Ese es el motivo por el que algunas actividades las hacen hombres y otras mujeres en sociedades primitivas. Por ejemplo, las actividades 9 y 10 de la lista anterior.

El hombre ya venía especializado en caza y en protección básica desde la sociedad primitiva. La mujer venía menos especializada, pero por defecto, hacía todo lo que no implicara defensa y protección. Incluso mucho de la defensa y protección la implicaba. No es que no hubiese mujeres cazadoras o capaces de proteger y pelear. Pero, en el caso en el que una comunidad debiese seleccionar gente para pelear, lo normal sería que seleccionasen a ciertos varones y todos los demás, varones y hembras, viejos y niños, ayudasen de ser necesario.

La fortaleza física del hombre condicionó sus relaciones de poder. Estas relaciones de poder, lejos de relajarse, solo se acentuaron con la presencia de excedentes. Con la llegada del Neolítico y los excedentes que producía la agricultura vegetal y animal, era aún más importante el factor protección y defensa territorial. Será tan importante que, a partir de su desarrollo, surge toda la estructura política dominante en el Mundo hasta nuestros días. Surgió el ejército, como sistema especializado de funciones de defensa, con sus propias sub especializaciones y con sus propias tecnologías y reglas. Surgieron las castas, las jerarquías, los principados y reinados. Los imperios. Todo tiene su origen en la protección de asentamientos con ventajas productivas.

El varón ejerce ahora el poder desde una perspectiva que antes no era tan evidente para él ni para el grupo. Antes él era físicamente poderoso, pero no le resultaba tan fácil dotarse de recursos diferenciados en su grupo social a partir de su poder -quizá tampoco fuese para él necesario, quizá no formaba parte de sus ambiciones- al menos no muchos ni muy diferenciados recursos. Al no haber excedentes, no son muchos los privilegios. El movimiento continuo limitaba la acumulación y la protección del grupo era una tarea sin grandes niveles de especialización.

Por ejemplo, ejercer violencia para recibir sexo de una mujer dentro del grupo, como opción de acumulación de beneficios a partir del poder físico, estaba sometido a reglas. Muchas niñas en grupos paleoindígenas acceden a su primer contacto sexual a través de una violación, no es tan extraño. Pero el varón que lo hizo puede ser severamente castigado. El peor castigo es el exilio forzado, la expulsión del grupo. El humano tiene graves dificultades para sobrevivir fuera de su grupo social. Los excluidos pudieran intentar acoplarse a otro grupo cercano -por lo tanto, competidor de recursos- pero no es fácil. Normalmente el asunto se arregla con juicios que pueden involucrar algún acuerdo de convivencia, especialmente si el agresor no tenía ya pareja, es decir, que el agresor acepta emparejarse con la chica que agredió. Todo esto es sumamente violento e injusto a los ojos de una sociedad moderna. Pero está instalado en nuestras bases de interacción social, probablemente desde antes que surgiese el homo sapiens, es decir 150 mil o más años atrás.

El Neolítico trae la especialización de los sistemas de defensa y el trabajo de toda la comunidad para aumentar los recursos y las tecnologías disponibles para esa defensa. Nuestro carácter territorial básico y la necesidad de controlar territorios para hacer uso de sus recursos, que ahora no se agotan rápidamente, nos lleva a considerar la ambición de dominar más y mejores territorios. El concepto de defensa comienza a incluir las actividades de planificación y organización de grupos armados para avanzar en el control de territorios vecinos, por la ambición de incorporar más tierras fértiles y fuentes de agua. Surgen los ejércitos. No es extraño que estuviesen integrados, más o menos exclusivamente por hombres. La fuerza física y su combinación con potencia y velocidad, probablemente eran factores muy importantes en el tipo de batallas que podrían presentarse, dado el desarrollo de la tecnología. Hoy en día una mujer puede ejercer la gran mayoría de los roles de una batalla en iguales condiciones que un hombre. La lucha cuerpo a cuerpo es cada vez menos común. En el futuro, las diferencias serán cada vez menos marcadas y en la guerra de los satélites y los drones, el género tendrá muy poca importancia.

Pero en el Neolítico el ejército es una fuerza masculina y genera un poder nunca antes visto. Los grandes sembradíos y las obras de regadío demandan mano de obra y el enfrentamiento violento para dominar territorios con agua y tierra fértil, conduce a la posibilidad de usar a las personas vencidas en guerra como esclavos, es decir, como simples operadores de tareas pesadas sin considerarles parte de la comunidad. En el paleolítico, los enfrentamientos entre grupos rivales dentro de una etnia o entre grupos de etnias rivales podían conducir a violencia muy grave, pero no era habitual el exterminio étnico ni la esclavitud. La asimilación gradual al grupo vencedor de los sobrevivientes del grupo vencido, sobre todo mujeres, era relativamente común. El neolítico y la extensión del concepto de defensa hacia la guerra y la expansión territorial, trajo la esclavitud. La esclavitud consolida -en términos económicos, sociales y políticos- el cambio del sistema de producción en términos tecnológicos.

Los grandes imperios son el resultado de la extensión del concepto de protección y defensa de la comunidad a grandes extensiones de territorio -y eventualmente a los pueblos que los habitan-.

Las relaciones sociales y el género en ellas están condicionada desde entonces. No es que no hubiese machismo en el paleolítico. Había tanto como pudiera ser ejercido desde la violencia por razones físicas, tanto en dimensiones intragrupo como intergrupo. Pero los grupos se evitaban entre sí y no había soldados especializados. Un conflicto por territorio generaba enfrentamientos y medían cuidadosamente las pérdidas potenciales y luego de algunas escaramuzas, el contraste observado de fuerzas podía conducir a un grupo a cambiar de ruta y buscar otros territorios. La movilidad generaba también flexibilidad política.

Al convertirse el territorio en un espacio de permanencia, se hace más evidente el valor de la “frontera” y se concentra ingenio y fuerza para distinguirla y protegerla. El excedente permite financiar esta operación de crecimiento sistemático y, aún hoy, ese crecimiento se expresa en la teoría del progreso. Progresar es crecer. La ambición territorial está implícita en nuestra organización. Investigada y dominada la Tierra toda, miramos a otros planetas ¿Qué sucedería si consiguiéramos otros seres, parecidos a humanos, pero más débiles que nosotros? Eso ya sucedió en nuestra historia como humanos. Nuestros ancestros convivieron con otras especies humanas, distintas a lo que ellos eran. Las llamamos humanas porque eran de su linaje y, porque hoy, están integradas a nuestra base genética. Hoy están extinguidas como especies y los expertos coinciden en que, probablemente, uno de los motivos principales de su extinción fuésemos nosotros, como especie territorial dominante, relegando a los otros “humanos” a territorios con condiciones menos propicias para la sobrevivencia, mezclado el proceso con críticos factores ambientales.

Pero no vayamos tan lejos ¿qué pasó al conseguirnos a otros humanos iguales a nosotros, pero tecnológicamente más débiles, como en la llegada de los europeos a la América prehispánica? Los humanos dominamos (a veces incluso exterminamos) y el dominio es, en muchos aspectos, un concepto asociado al poder que se ejerce aún en contra de la voluntad del otro. Algunos pueblos en la América prehispánica conocían ya la presión étnica dominante, incluso conocían la esclavitud. Porque el desarrollo neolítico llevo a organizaciones muy parecidas en los pueblos que vivieron esa transición, sea cual sea el espacio geográfico donde se produjo, desde su origen probable en los deltas de grandes ríos.

Prospectiva del género como clasificador de actividades

Todo esto viene a colación para precisar en qué consiste la discriminación. Discriminamos cotidianamente y no siempre estamos conscientes de qué espacio protegemos al hacerlo. Por ejemplo, algunos de nosotros somos padres y madres. Si un extraño adulto se acerca a nuestros hijos pequeños con la intención de jugar con ellos, ¿se lo permitimos? Quizá en un ambiente controlado alguien lo haría ¿Y si saben de esa persona que acaba de salir de prisión por violar niños? ¿se lo permitimos? Seguramente no. Discriminaríamos a esta persona en su voluntad e interés en jugar con nuestros hijos. Es más, esta persona estuvo en la cárcel y eso fue un acto de discriminación, con acuerdo mayoritario de la sociedad.

Discriminamos para protegernos. Pues ese argumento es extensible hacia toda discriminación. Detrás de ella está un acto superior de protección de lo que se cree protegible, casi siempre alguna estructura que encierra poder. Protegemos nuestra vivienda, nuestro territorio. Ponerle fronteras al territorio es la manera en la que discriminamos al que no es como nosotros. No es de nuestra familia, no es de nuestra vecindad, no es de nuestra ciudad, o de nuestro país, o de nuestro Mundo.  Protegemos ciertas reglas de conducta social, ciertas leyes y cierta moral y discriminamos al que pretende actuar contra ellas. Discriminamos para proteger. Discriminamos y no siempre nos importa si el ser discriminado se siente vulnerado en su propio poder y en sus interpretaciones sobre esas normas.

¿Qué sucede entonces con la discriminación de género? Sucede que desarrolla comportamientos con gran arraigo cultural. Se arraigan comportamientos y sus estructuras, categorías y relaciones sociales y se dotan de soporte moral, aunque sea informal. Pero además las reglas que sustentan estos comportamientos tienen muchas veces arraigo político-institucional y están consolidadas en leyes.

De algún modo los roles que ha asumido el varón y la mujer en el conjunto de actividades económicas de nuestra sociedad vienen desprendiéndose (mejorando) de aquel conjunto de relaciones de poder a partir del género -al menos de aquellas que han perdido arraigo cultural por su pérdida de arraigo social, económico y político. Ya citamos el ejemplo de la guerra, un área que hasta hace relativamente poco fue crítica desde el origen de la clasificación de actividades por género pero que, cada vez más, a partir de los avances tecnológicos, tiene dificultades para sostener el acceso especializado por género como una categoría razonable y productiva en el desenvolvimiento de las confrontaciones de hoy y del futuro.

Esta es la parte más positiva e inductora de optimismo de este asunto. Los cambios tecnológicos del Neolítico han tenido arraigo hasta hoy en día. Pero los cambios derivados de la revolución industrial generaron importantes transformaciones en la vigencia de algunas concepciones de género que se desarrollaron durante los diez mil años previos. Desde la revolución industrial -que puede ser entendida como una parte extendida de la revolución de los excedentes, de la revolución neolítica, porque el capitalismo sigue teniendo como eje de desenvolvimiento la producción de excedentes- los cambios se han producido más rápidamente y hoy resultaría inconcebible para la mayor parte de las sociedades humanas el conjunto de condiciones en las que habitualmente se concebían los roles y el poder antes de la revolución industrial.

Y la revolución industrial, en menos de 250 años, nos ha conducido a una multiplicidad de neorevoluciones, cada una con su propia dinámica tecnológica protagonista y estamos intentando tomarle el pulso social, político, moral y cultural a estos cambios que se asimilan tan regularmente en el ámbito económico.

Las estructuras empresariales, el mundo del trabajo y sus regulaciones, son parte del tema que abordamos para hacer referencia a la discriminación de género. Pero las estamos estudiando como estructuras -y las estamos estudiando con herramientas- vinculadas a esa gran revolución industrial. El capitalismo se renueva en términos económicos y tecnológicos a un ritmo mucho más violento que el de las instituciones políticas y sociales que pretenden regularlo.

El feminismo aspira a que el feminismo deje de ser necesario. A que no existan institutos de la mujer, leyes que la protejan -al menos no especialmente por su condición de mujer- y seminarios sobre violencia de género. Pero la sociedad no ha perdido aún muchos de sus referentes organizacionales de la estructura protectora territorial y sus roles especializados por género. Seguimos teniendo bases de articulación neolítica. También paleolíticas y biológicas. Cambiarlas supone un reto político y ético. Porque debemos cambiar los sistemas de acumulación y distribución del poder. La economía está adaptada al que tenemos y puede adaptarse a otros.

Algunos hacen evaluaciones tendenciales que ubican la esperada igualdad económica a partir del género -por ejemplo, en las remuneraciones o en el acceso a espacios directivos corporativos- en cien o más años, dado el ritmo actual de los cambios. Esta proyección tendencial probablemente sea acertada en términos de lo que cabe esperar de los cambios culturales, es decir, de la instalación en el “software” colectivo de estas prácticas y comportamientos, vistos hoy como deseables desde la perspectiva feministas, pero no necesariamente inevitables, pero no pareciera atender al ritmo de los cambios económicos y tecnológicos. Tal cual la comparación con los avances en las libertades sexuales desde mediados del siglo XX en algunos países, que sucedieron a un ritmo más lento que la incorporación masiva de la mujer en el mercado de trabajo, es probable que los actuales cambios tecnológicos estén arrastrando el “fardo” cultural de otros cambios que, de cualquier modo, llegarán cada vez más rápidamente.

El optimismo de estas ideas no es obstáculo para trabajar intensamente desde la perspectiva feminista, transversalmente y en todos los ámbitos. Pero incentiva a suponer que todos, varones y mujeres, podemos generar transformaciones que hasta hace muy poco, incluso hoy en día, son inconcebibles para muchos, tal vez para la mayoría, que por supuesto, incluye más de la mitad de las mujeres.

 Este documento fue presentando en el Foro: VIOLENCIA ECONÓMICA HACIA LA MUJER, celebrado en Maracaibo el 24 de Noviembre, 2017. Organizado por FEMIREDZULIA Y FEMINISMOINC.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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