Por Carolina Scott
Cierto día un episodio inusual movió la acostumbrada solidaridad familiar. Una pelea callejera tumbó la reja del porche de la casona familiar donde vivió hasta su muerte la abuela y ahora la habitan dos de sus hijas, herederas del inmueble.
Nunca había pasado nada amenazante en 60 años de arraigo familiar en la zona, todo transcurría con la tranquilidad rutinaria común en los pueblos de la costa. Hasta ese nefasto día en el que apareció en el piso de la calle, desgarrada de sus bases, la reja de la fachada.
Inmediatamente resonó la alarma de peligro entre los miembros del clan ante posibles actos vandálicos, amenazantes y hasta intencionales que podían materializarse, sacando a la luz, cual catarsis grupal, todos los miedos enquistados en cada uno de los integrantes del sistema familiar. Confieso que caí de inmediato en la dinámica sin mayor cuestionamiento. En Constelaciones Familiares, se le llama lealtad familiar lo que nos impulsa a repetir o copiar de nuestro núcleo una conducta de un modo ciego, sobre el que no tenemos el menor control.
Transcurridos los días y el daño reparado, reflexioné sobre el simbolismo de lo sucedido, ¿Hasta qué punto la casa y sus habitantes estaban protegidos con esa fachada de más de medio siglo? ¿Cómo tener puesta la seguridad ante las adversidades en una reja de 50 cts. de alto sin ninguna cerradura especial y oxidada por los envites del tiempo?, ¿De qué forma reaccionó el entorno activados por el botón de pánico que llevamos dentro, sin proponer alternativas modernas y más efectivas? ¿Hasta qué punto descansa la tranquilidad de las residentes de la casa en una reja obsoleta?
Pero siendo de talante reflexivo y gozando de tiempo para la práctica del pensamiento, llevé el análisis un poco más allá hasta tocar conmigo y plantearme las siguientes interrogantes: ¿cuál es mi reja?, ¿en qué estado se encuentra?, ¿sobre qué baso las decisiones de seguridad en mi vida?, ¿será hora de removerla o al menos modernizarla?
A veces un trabajo que no llena profesionalmente ni remunera acorde a lo esperado pero que lo desempeñamos a cabalidad por los años de ejercicio, una relación acabada pero que nos hace sentir seguros, una rutina que nos tiene en estado de modorra pero que la ejecutamos con los *ojos cerrados¨, son las rejas que tenemos que reparar o remover. Si no, aparece un evento externo contundente para recordarnos que hay mejores opciones esperando por nosotras.