Muchas son las historias de injusticias maltratos violaciones o vejaciones a las cuales han sido sometidas las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad, cada época cada era es un itinerario de esclavitud de las cuales el género femenino ha sido blanco.
Las esclavitud no abolida, es la violencia que sin escatimar esfuerzos han imprimido los hombres es aun hoy un tema que hiede a podrido. Ellos, los misóginos se han encargado incesantemente de marcar su furia su desprecio sus golpes y hasta sus cuchillos causándoles hasta la muerte.
La lapidación, las torturas, las censuras, toda esta barbarie, a veces ha sido por un simple himen, que deberían cortarlo en el momento de nacer, así como se corta el ombligo y separarnos para poder vivir, deberían cortarlo para separarnos de ese concepto añejo de la tan cacareada virginidad, inventada por unos cuantos fanáticos que han hecho de las diversas instituciones religiosas un magnánimo burdel. El poeta Horacio lo vio cuando se refirió a la iglesia como: «Casta magna meretricis est». La gran familia de meretrices.
El cuento de las sectas monoteístas narra con orgullo, goce y entusiasmo cómo la mujer fue creada para ser la esclava particular del hombre desde el génesis: Sara, Esther, Raquel, Eva, Aisha y hasta la mismísima María, fueron «creadas» para ser «esclavas».
Pero esa esclavitud debe acabar, debe ser abolida. Los látigos de las lenguas deben ser cortados, los brazos y manos que golpean con fuerza deben ser paralizados por la convicción seria de ser mujeres y mujeres libres.
Los prejuicios que inundan las páginas de las historias sociales e individuales dan náuseas. Todo el que lea esto debe erguir las banderas de la abolición de esa esclavitud. Los prejuicios nos acercan a «cumplir» la tarea que los arcaicos deseaban: una sociedad estancada, con muchos privilegios para unos pocos y ningún derecho para las mayorías.
Aún hay látigos que marcan las espaldas de mujeres con el argumento de lo «cultural»; todavía se practica la ablación como si el tiempo se hubiera detenido; siguen lapidando mujeres en nombre de una putrefacta «moral» que no existe; se sigue «intentando» el apartheid en grandes compañías para que las mujeres no ocupen cargos superiores a los hombres.
Pues entonces díganme: ¿Qué nombre puedo darle a esto, sino esclavitud no abolida?
Tan sólo nos queda seguir luchando por desmitificar imaginarios, tal como lo hemos venido haciendo, con rebeldía y constancia, con irreverencia y con la frente erguida, sin olvidar que tan sólo los actos radicales han transformado Colonización en Independencia, Injusticias en Justicia y Esclavitud en Libertad.
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