Mi hija feminista cumple 29.

Mi hija feminista cumple 29.
agosto 14, 2016 Susana Reina

Lo confieso. Cuando la parí a mis 25 apliqué sobre ella todas las consabidas fórmulas patriarcales a las que yo estaba sujeta en cuerpo y alma, y de las cuáles podía soltarme, pero no lo sabía en ese momento. Le compré todo rosado, le puse nombre de niña bien, le regalé Barbies, la inscribí en ballet y flamenco, la aleccioné para que siempre estuviera peinadita y cerrara las piernas cuando se sentara. A sus 4 años llegó el hermanito, varón él, con su azul, sus carritos y su prohibición de medio tocar una muñeca, lo cual contribuyó a confirmar más aún los estereotipos de género entre ellos. Todo esto a pesar de que a esa edad ya yo estaba graduada de psicóloga, había tenido la oportunidad de vivir sola un año, conocía otros países y culturas, trabajaba y vivía de mi salario y además me leía cuanto libro me caía en las manos. O sea, que por desconocimiento cultural-intelectual-emocional no fue.

Echando la película para atrás, me percibo desde niña como esencialmente feminista: yo nunca quise aprender a cocinar, sentía injusto que mi único hermano entre los 4 que éramos no tuviera obligaciones domésticas, le saqué el cuerpo a cuanta tarea clasificada típicamente femenina me saliera al paso, como coser o tener fiesta de 15 años.  Quería ser hombre para estar en la calle todo el día, adoraba la bicicleta y los ejercicios físicos, las compañeras niñas me parecían bobas y nunca me gustaron las muñecas. Mi familia lo supo desde temprano, motivo  por el cual, lo que recibía como regalos de navidad eran libros. Me enamoré de Mafalda a los 10, gracias a un regalo de mi madre y a las historietas que publicaba El Nacional. Copié toda su rebeldía para mí misma.

Bueno, el caso es que siempre achaqué esos arranques a cosas de la adolescencia y cuando me casé supuse que debía retomar la senda del bien y del deber ser, toda conservadora yo. Por lo menos, hasta que mi hija cumplió unos 8, que me divorcié y decidí romper con un poco de amarres mentales que no me permitían expresar lo que pensaba sobre cómo debían ser las cosas. Imagino que mi separación dejó huellas no agradables en mis hijos, pero si de algo espero les haya servido, es el aprendizaje de que por encima de cualquier convencionalismo social está el ser humano. Especialmente para mi hija, espero haber sido una referencia de trabajo y determinación, y no de aguante ni sacrificio. La abnegación es el último valor que quisiera modelar para nadie.

María a sus 18 aprendió a vivir sola y administrar su dinero. A sus 19 decidió que en 7 años se iba a vivir a otro lado y estudió lo que eligió. A sus 25 se casó con quien quiso. A sus 26 se mudó a otro país a hacer realidad su sueño (país gobernado hoy por un feminista declarado y confeso), y a trabajar en lo que considera su vocación. Mantiene su derecho a elegir si va a tener o no hijos, a decidirlo cuando quieran ella y su marido sin sentir que es obligado. Mi hija a sus 29 es independiente económica, social y emocionalmente hablando. Defiende ideales de progreso, modernismo y bienestar. Negocia las responsabilidades del hogar con su pareja, se viste y trata su cuerpo de la manera como se sienta mejor sin cumplir cánones estandarizados de belleza, ríe duro –muy duro- y no se queda callada ante lo que no le gusta. Su sustrato machista debe estar por ahí porque fue educada en ese sistema y eso es como una especie de costra difícil de quitar, pero está en capacidad de cuestionarlo y oponerse a esquemas que a muchas nos limitaron y cerraron caminos porque nos dijeron que eso “era así y punto”.

Feliz Cumpleaños mi Alita Feminista Empoderada. Naciste para ser libre y hoy celebro que lo seas.

Tu mami.

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