Cuando somos niños, muchas cosas de las que nuestros papás nos repetían incansablemente eran en ese momento frases vacías que no entendíamos. Así mismo, participar de actividades que nos organizaban que no tenían sentido para un niño o adolescente.
Recuerdo a mi papá, quien era doctor, decirme muchas anécdotas de situaciones que el observaba de otras familias e incluso de sus pacientes que para mí no tenían sentido y que al final decía: “Te cuento todo esto para que no te pase lo mismo”. Mi reacción rebelde todo el tiempo era decirle que no me comparara con las personas de sus historias, y al final de cada una de ellas me decía: “Cuando seas grande lo vas a entender”.
Increíblemente pasaron todos los años de mi adolescencia y siendo una adulta, lo que había dicho que iba a entender, ocurrió. Comprendí que era la forma en que él a su manera me daba consejos y comunicaba su angustia de pensar que algo me fuera a pasar.
¡Qué mal pude haber reaccionado que hoy me arrepiento!, porque si hubiese tenido la madurez emocional suficiente, jamás me hubiese atrevido a juzgar su manera de comunicarse.
Esto me enseñó que hay muchas maneras de demostrar amor y cariño. Que somos tan egoístas que solo estamos atentos a lo que nos hace sentir bien y no el sentimiento del otro.
Otra enseñanza en todos estos años de vivencias es que entre más años cumplimos, una parte de nuestras vidas la vamos dejando atrás. Cada vez es menos lo que recordamos de nuestra infancia. Pero increíblemente son los recuerdos de momentos únicos que no salen tan fácilmente de nuestra memoria.
Hay un momento que no olvido nunca y fue mi primer baile con mi papá, hasta me acuerdo la canción porque estaba de moda en las fiestas y yo era una adolescente: Carolina-Eddy Herrera/1994, ahora es un clásico de la música merengue. Las veces que la escucho me remonto a esa fecha y al lugar.
Recuerdos de mi papá cuando nos alistaba desde madrugada para que lo acompañáramos en su tiempo libre o en algo que él realmente disfrutaba.
Todos los días que mi papá llegaba del trabajo para relajarse ponía sus mejores discos a sonar y con todos me conectaba. Hoy día esa memoria no falla. No hay un solo disco que no me transporte a esos días que lo acompañaba a escuchar los éxitos de su colección. Impresionante como nuestro cerebro funciona con la memoria emocional.
Otro momento que dejó huellas fue cuando lo acompañaba a sus giras de observador de aves. Honestamente eran aburridas. Despertarse temprano para ir a un parque a escuchar el sonido que emitían las aves y darnos clases de taxonomía. Pero ahora que estoy grande, lo entiendo. Eran los momentos de él y que era importante compartirlo conmigo y con mis hermanos.
Al tiempo, no supe más que pasó con las aves, porque cambió de hobbie. Empezó a coleccionar monedas. Observar aves era más divertido entonces. Pero cómo el disfrutaba armar su portafolio de monedas lo ayudaba a organizarlas y separarlas por clase y por países. Ahora que estoy adulta, lo entiendo. Siempre quiso conectarse como papá con algo que tuviera valor y dejara una enseñanza.
Entre una y otra cosa, no se quedaba quieto. Decidió coleccionar hojas de árboles. Clasificarlas por género y especie, procedencia y otras variables más. Para que nos conectáramos con esto, la actividad incluía un paseo dominical por los parques de la ciudad y los alrededores. Teníamos que identificar árboles diferentes, o que nos llamaran la atención. Buscábamos en el álbum y si no estaba, tomaba una hoja y pasaba a la fase de investigación donde completa la información para rotularlas. ¡Jamás se me hubiera ocurrido hacer algo así! Pero dentro de todo era muy divertido.
En fin, podría contar muchas otras anécdotas de este tiempo vivido y seguir sonriendo mientras lo recuerdo una y otra vez.
Lo que me lleva a confesar que a pesar de todos los defectos que podría tener mi papá como hombre y ser humano, sin duda para mí seguirá siendo mi persona favorita y a quién le debo mucho por enseñarme a valorar el tiempo juntos y apoyarme hasta el último día de su vida; que, si tuviera la oportunidad de decirle algo hoy, sería: “Tenías razón, ahora que estoy grande lo entendí”
Los recuerdos bonitos y felices con las personas que amamos debemos atesorarlos y nadie nos los podrá quitar. Aun cuando no estén físicamente con nosotros, están presentes en cada una de esas memorias. Convertimos un momento de nostalgia por el vacío de su ausencia en un viaje a través del tiempo que nos llena de felicidad.
Sin duda, “lo bien aprendido nunca se olvida” y qué mejor que lo podamos inmortalizar y poner en práctica con nuestros hijos y hacer nuestra propia historia.
En Memoria de mi Papá †