Ella es una adolescente muy activa, le gustan, los riesgos y las aventuras. Estudia, tiene muchas amigas y se siente querida.
Vive con sus padres en el este, pero ahora deben mudarse al oeste de la ciudad. A su padre le va bien en su trabajo y quiere que la familia suba a un mejor nivel de vida; la casa que ha escogido es muy acogedora, con amplias habitaciones y un bello jardín. Está ubicada en una urbanización nueva con calles amplias y muy bien diseñada.
Mudarse es una muy buena idea, pero es un desarraigo total, porque ella ha vivido siempre en esa zona, ahí están sus amigos. Lo acepta porque la casa es muy cómoda y el sitio es seguro, pero ahora el liceo donde ha cursado sus estudios le queda lejos; debe tomar dos transportes, uno la lleva hasta el centro y el otro al este.
Para llegar puntual al liceo debe madrugar pues son dos horas de camino, el tránsito es muy lento y no existe el metro aún. De regreso igual, cuatro horas perdidas… esto la incomoda mucho, sus días transcurren entre ir al liceo y hacer las tareas en casa.
Ha hecho amistades nuevas y los sábados se reúnen para ir al cine. Un día vieron una película italiana donde la protagonista se desplazaba en una “Vespa”, una motoneta ligera y muy práctica.
¡Quedó encantada! Vio resuelto su problema.
Cuando regresó a su casa se lo comunicó a su padre. Este se negó rotundamente, no iba a aceptar que arriesgase su vida, que ella no sería capaz de transitar por la ciudad, así que ni pensarlo. No importó que ella le suplicara, se mantuvo firme en su decisión.
Unos días después fue su cumpleaños y unos amigos de su padre le llevaron de regalo una torta decorada con una moto de juguete. Todos rieron de buena gana celebrando la ocurrencia y aunque a ella no le hizo ninguna gracia, disimuló su disgusto, como se supone debe hacer una señorita decente.
Sintió rabia y tristeza al pensar que su padre no confiaba en ella.
Ese «no lo lograrás» retumbaba en su cabeza. Estaba segura de que si hubiera sido su hermano el que pidiera la moto, habría sido complacido y celebrado por todos.
Poco a poco se resignó y cuando iba hacia el liceo se decía «cuando trabaje lo primero que compraré será mi Vespa».
Terminó su bachillerato e ingresó en un instituto a estudiar una carrera corta que le permitiera trabajar lo más pronto posible porque quería ser independiente, pero esta vez su mantra había cambiado. Ahora pensaba en comprarse un carro, era más seguro, ya no correría riesgos ese resquemor que sentía había hecho mella en su manera de pensar.
Terminó sus estudios y salió a buscar trabajo. Le costó mucho, pues en todos le pedían experiencia. Al cabo de unos meses al fin la aceptaron en una oficina, pero con poco sueldo por la falta de experiencia y por el hecho de ser mujer. Siempre es así, no importa cuánto estés capacitada para ejercer tu profesión.
Así no podría ahorrar para comprarse su carro.
Ahora ya tenía más edad y se había topado con la realidad. Todo lo cuestionaba, se sentía insegura, le daba miedo gestionar un crédito o emprender y abrirse camino en su profesión. No tenía confianza en ella. De aquella chica decidida no quedaba nada.
Quizás si hubiese pedido ayuda su vida habría sido distinta. ¿Pero cómo hacerlo? …si al psicólogo solo iban los locos.
Ya ella era catalogada como «desadaptada» por querer ser distinta.
Todos trataban de ayudarla protegiéndola y lo que lograban era hacerla más vulnerable. Estaba segura de que la veían como débil mental lo cual le hacía daño y se sentía frustrada.
Sus alas estaban rotas.
Ya no podía volar.
Comment (1)
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Bellísimo. Nunca es tarde para repensarnos y reinventarnos. Quizá las alas nunca vuelvan a crecer igual, pero quizá se aprende a nadar, bailar o pintar y así, casi sin darnos cuenta, volvemos a levantar vuelo.