Víctimas de una visión dolorosa

Víctimas de una visión dolorosa
junio 5, 2021 Aglaia Berlutti
feminismo

En una ocasión una de mis profesoras favoritas de fotografía tomó una imagen que siempre me ha gustado muchísimo: es un plano amplio de un automóvil destartalado frente a una pared rota. Más allá, un grafiti declara que “Caracas no cree en nadie”. Cuando vi la foto, pensé que la misma frase puede aplicarse a su manera de ver la vida.

Con cuarenta años, madre, esposa, fotógrafa y sobre todo muy consciente de su identidad, mi profesora suele burlarse de esa visión de lo femenino. Más de una vez, le he escuchado insistir que no entiende a las mujeres, y probablemente, más que una provocación, es totalmente cierto. Porque mi profesora, con sus hombros tatuados en brillantes colores, su visión crítica y muy asimilada idea sobre el mundo, no encaja — ni lo intenta — en el entorno de lo femenino de nuestro país.

A veces la miro con sus bonitos anteojos de pasta, riendo y bromeando y pienso en que ella, como mi foto favorita de las suyas, no cree en nadie. No cree en la cultura que intenta darle una identidad, ni tampoco en lo femenino que se impone. Esa mujer inexistente que la mujer real rebasa, que parece solo existir en la imaginación popular.

Pienso en esas cosas con frecuencia. Lo pienso cuando camino por la calle, mirando a las mujeres con las cuales me tropiezo. Las que caminan llevando a sus hijos cargados, las muy hermosas, las temerosas, las tímidas, las que apenas sonríen, las que sonríen con alegría. Me pregunto qué pensarán sobre sí mismas, en un país que las define y las analiza como un elemento concreto en una fórmula primitiva.

Pienso en eso cuando converso con mis amigas y me tachan de exagerada, de feminista, de simplemente inconforme. Pienso en eso y con mucha preocupación, cuando leo las múltiples noticias sobre abusos, violaciones, maltrato que abundan en nuestro país y que son noticia de segunda página, esas que casi nunca llegan a titulares, que forman parte de la crónica roja anónima de un país muy violento. Pero yo sí las leo. Las leo angustiada, con una sensación de pequeño desastre.

Cuando era más joven, las recortaba y las guardaba. Leía de vez en cuando esa dolorosa historia del desastre, del anonimato de la violencia contra la mujer. Era mi manera de declarar mi personal intención de no olvidar, de quizás, recordar a esas olvidadas de siempre, esos fragmentos de historia que nadie quería recordar después. Todavía lo hago de vez en cuando, aunque no con tanta frecuencia.

Quizás me rebasó la violencia de la realidad, ese lento repiqueteo de noticias que demuestran cómo a pesar de los avances y conquistas, del lento trayecto de la mujer hacia la igualdad, el temor y el miedo continúa siendo la realidad para muchas en numerosos países del mundo.

Ejemplos sobran, como la “Subasta de Vírgenes en Colombia”, una práctica aberrante que parece popularizarse en las zonas más pobres del vecino país o los matrimonios infantiles, una costumbre primitiva que recientemente cobró la vida de una niña de ochos años, que falleció debido a las heridas internas que sufrió cuando el hombre con quien la casaron — y que le cuadriplicaba la edad — consumó el matrimonio. Lo monstruoso del hecho, junto con la aparente indiferencia con que el mundo se toma la noticia no solo me asombra, sino me enfurece. ¿Qué ocurre con la percepción cultural sobre la mujer? ¿Lo que asumimos como parte de esa visión concreta sobre lo que es lo femenino?

Leo varias veces la noticia de la niña muerta en la India  y una cólera ciega y dolorosa me abruma. Más tarde, la encontré en un periódico y ahora, tengo dos imágenes de la niña, recortada con cuidado. Una adolescente de huesos largos y elegantes, sonriendo junto a su padre y su madre. Porque es una de las cientos de noticias sobre hechos parecidos que encuentro y que seguramente encontraré en el futuro.

Como por ejemplo, el de un asesinato de una niña de quince años obligada a contraer matrimonio con un hombre que le triplicaba la edad. El hecho ocurrió en Singapur y nadie pareció demasiado extrañado, preocupado. «No es la primera vez que ocurre» escribió alguien, con cierto cinismo. Lo que más me enfureció - me irritó, me hirió - fueron los comentarios de los supuestos bloggers «defensores» de la memoria de la niña muerta que se citan en el artículo, como para dejar bien claro que alguien se opone y lamenta de una niña pequeña por un abuso sexual brutal, con la complicidad por familiares y lo que es peor, la ley.

Uno de ellos comentaba: «¿Nadie notó que era muy joven y que había que esperar un poco de tiempo?». A lo cual, me pregunto: ¿Nadie asume la responsabilidad de una deformación social tan grave como retrógrada que insiste que la mujer es una huérfana moral? ¿Hasta cuando la cultura de un buen número de países insiste en mirar a la mujer como una criatura sin voluntad, secundaria en la interpretación legal y sujeta a restricciones demenciales como la que ocasionó la muerte de esa niña?

No es que habría tenido que esperarse un tiempo, es que una NINGUNA MUJER debe contraer matrimonio contra su voluntad por ningún motivo, no importa la razón cultural que crea que pueda imponer una idea social para hacerlo justificable. Por favor, basta del maltrato de menospreciar lo femenino como un subproducto barato de la sociedad.

Arrojo el periódico al suelo. La niña de la fotografía que ilustra la noticia parece mirarme, con sus enormes ojos inocentes cubiertos por el tul de un vestido de novia que le viene enorme en talla y significado. No sé si se trata de un retrato de la niña muerta o cualquier otra padeciendo la misma situación. Y no importa quién sea. Lo que importa es que fue una víctima. Que la cultura donde está creciendo tomó decisiones por ella, destruyó cualquiera esperanza de decisión y visión del mundo propia.

No dejo de preguntarme, la idea atormentándome sin pausa, ¿Cuál es la visión de la mujer actualmente? ¿Realmente hay algo que celebrar en logros y triunfos? ¿O solo se trata de una frágil necesidad de asumir que los cambios deben manifestarse y mostrarse más allá de una idea esperanzadora?

No lo sé. Y no saberlo me duele tanto como la mera incertidumbre de qué pueda ocurrir después.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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