Más allá del asombro, la rabia, el dolor y la indignación que da el leer por las redes tantos testimonios de mujeres, hermanas venezolanas, sobre sus experiencias como víctimas (sí, víctimas) de acoso sexual o violación de la cual fueron objeto, me da alegría feminista el que al fin esto se revele abiertamente. Intentos anteriores hubo, pero siempre el poder de hombres y mujeres patriarcales se impuso para engavetar cualquier bosquejo de denuncia, cuestionando y poniendo en duda la credibilidad de las afectadas.
La experiencia vivida en el caso de Linda Loaiza López, quien fue abusada en cautiverio bajo tortura, para quien la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió sentencia contra el Estado venezolano el 26 de septiembre de 2018 y del cual no ha recibido resarcimiento ni respuesta, es un caso que el Fiscal General de la República debe atender de inmediato, si es que realmente los derechos humanos de las mujeres están en su agenda como ha declarado públicamente.
La deuda histórica con todas las venezolanas que han vivido aberraciones semejantes es enorme. Importante es visibilizar el delito, pero luego debería seguir el necesario proceso de creerle a las víctimas e impartir justicia no patriarcal, cosa que no ha ocurrido, porque en términos estadísticos, el hostigamiento sexual, las violaciones y los actos de violencia extrema como el feminicidio, siguen campeando e incrementándose día a día.
Creo que este fenómeno declarativo que estamos observando por las redes en este momento es distinto y definitivo gracias a un grupo de mujeres influyentes, principalmente de los medios de comunicación, que constituyeron solidariamente la plataforma “Yo Sí Te Creo” y que destapó la olla de la violencia que la inmensa mayoría de las mujeres en nuestro país ha sufrido en silencio, en su pieza y en voz baja.
Y digo que es definitivo, sobre todo para las nuevas generaciones, porque estas historias de terror le han abierto los ojos a más de una. Muchas amigas me han escrito para decirme que leyendo esos testimonios recién cayeron en cuenta que aquello que le había pasado fue una violación. Otras empezaron a recordar episodios que habían “olvidado” por tratarse de un familiar cercano. No pocas están entendiendo que no era necesaria aquella “prueba” que les hicieron pasar para obtener un puesto en su empresa o una promoción o para ser tomadas en cuenta para un proyecto. Incluso algunas, que hasta ayer dijeron que a ellas nunca les había pasado, ya están viendo con otros ojos.
Es un despertar doloroso, pero necesario, que marcará un antes y un después en la tolerancia con la que se acepta de forma sumisa ser parte del engranaje machista que supone que las mujeres somos una especie de chiste o cosa manipulable que debe ajustarse a las dinámicas masculinizadas de poder.
Reacciones
Algunos frates se sienten aludidos por las denuncias y comienzan a rebotar con frases que ya vimos en protestas similares en otros países, como el #MeToo de Hollywood, #Cuentalo de España, #MiraCómoNosPonemos en Argentina, #NiUnaMenos, #DelataATuCerdo en Francia, #MeTooPeriodistasMexicanos y otras. Con espíritu paranoico aluden a falsas denuncias, amenazan abierta o solapadamente a las denunciantes, las acusan de resentidas y vengativas o las bloquean en las redes. No importa. Ya las organizaciones feministas estamos curadas de espanto y tenemos los argumentos para rebatirlos uno a uno.
Lo que sí es cierto es que todas estas reacciones han puesto un necesario e impostergable debate sobre la mesa: la revelación de la normalización de la cultura de la violencia contra las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública y privada en Venezuela.
El principal valor de los movimientos sociales de denuncia es que abren ventanas de posibilidades para quienes viven la discriminación en silencio, con temor y culpa. Las que no se atreven sienten el poder acompañador de la solidaridad para no callar más nunca y como una suerte de efecto dominó, comienzan a entender que denunciar es su derecho.
Es lo que se llama empatía empoderadora: la posibilidad de contar tu historia, de compartir tu vivencia y hablar de forma abierta sobre situaciones de abuso, que además de su efecto terapéutico, tiene el enorme poder de cambiar la narrativa hegemónica que dicta mandatos sociales para obligar a las víctimas y a la sociedad entera a mantener silencio ante semejantes aberraciones, sobre todo cuando están comprometidas figuras públicas, familiares directos o personalidades con poder político o económico. Es la conquista del derecho a ser escuchadas.
¿Qué viene ahora?
Las empresas y partidos políticos deben tomar muy en serio la elaboración de protocolos para detectar, prevenir y atender casos de acoso sexual, deben con urgencia diseñar políticas de tolerancia cero ante el abuso, así como reglamentos que les permitan hacerse cargo. Y por sobre todas las cosas, educar para que los hombres aprendan a respetar un no, a no acosar, a no condicionar prebendas a cambio de sexo, ni a violar a sus anchas como ocurre en nuestros días.
Gracias a esta campaña tenemos la oportunidad de reajustar las relaciones entre géneros basadas en las desigualdades de poder, hasta que la cultura de dominación expresada en agresiones contra las mujeres sea totalmente erradicada.
Expreso mi admiración por las valientes que decidieron hablar y agradecimiento a quienes les creen, fijan posición pública poniéndose de su lado y ayudan a hacer visibles sus justos reclamos.