Soy mamá de una princesa hermosa de 8 años que todos los días alegra mis mañanas y me inspira a ser mejor persona. Como dicen por allí: la luz de mis ojos.
Como toda niña a su edad, tiene muchas inquietudes e interés por aprender y estar pendiente de cada detalle. Siempre atenta a todo en casa y con un deseo inmenso de estar conmigo en cada momento. En ocasiones pienso que el tiempo que le dedico no es suficiente. De seguro muchas mamás que trabajamos fuera de casa podrán sentirse identificadas con esta situación y más cuando hemos dejado de acompañarlos desde el momento en que terminamos la licencia de maternidad.
Pero el sentimiento de cargo de conciencia se desaparece al ver su carita reluciente, mirándome fijo a los ojos y decirme cada vez que salgo al trabajo: te quiero mucho Mami, que te vaya bien en el trabajo, ¡te veo más tarde! De inmediato percibo que algo estoy haciendo bien cuando me mira con amor y me transmite la tranquilidad de que todo estará bien durante mi ausencia.
Ser mujer y madre de una niña sin duda crea una conexión y a la vez una responsabilidad de guiarla en su crecimiento para que se convierta en una persona de bien.
Recuerdo cuando recién nació que estuve preocupada y angustiada la primera vez que tenía que darle un baño, detalles como tener la temperatura correcta, tomarla con firmeza y lograr que no pasara ningún incidente durante el acto. Curiosamente siendo pleno siglo XXI este tipo de situaciones tenían una solución: tutoriales en internet. Jamás me imaginé buscando referencias de otras mamas en la web y aprendiendo técnicas que no sabían que existían. Lo bueno de todo es que más allá del instinto de mamá, busqué ayuda y todo marchó bien.
Nos guiábamos por los consejos de nuestros padres y abuelos y la mayoría de las enseñanzas transmitidas a nuestros hijos se replican de sus grandes experiencias y técnicas de crianza.
Ahora estamos viviendo tiempos complejos, con amplio acceso a información cibernética y disponible las 24 horas del día, que llegamos a sentirnos agobiados; bombardeados de noticias de situaciones que ocurren a nivel mundial y que generan inquietud de cómo estamos criando a nuestros hijos y del reto de aprender en el camino de estos cambios.
De por sí, ser mamá produce incertidumbre todo el tiempo, porque nuestro instinto nos pone a prueba para hacer lo correcto y lo mejor para nuestros hijos. Desde tomar la decisión de cómo nombrarlos hasta el momento que nos toca escoger el colegio donde estudiarán. Siempre pensando en lo que creemos es lo mejor.
Siempre estamos pendientes de todos los problemas por resolver en casa, desde lo más sencillo como encontrar los objetos perdidos, organizar la ropa que se pondrán, curar las pequeñas heridas producto de sus juegos, ¡aliviar con nuestros mimos cualquier situación que los hacía sentir tristes, eso y muchas otras más nos identifica como ¡Super Mamás!
En cada paso que vamos viviendo con ellos van surgiendo nuevas incertidumbres y solo cuando escuchas a tus amigas, a las mujeres de la familia o a tus colegas del trabajo expresando exactamente lo mismo que tú, te das cuenta de que lo que vives no es parte de un drama, sino que así es la vida de una mamá. ¡Pero aquí no termina todo!
De repente un día desperté con la noticia que estábamos enfrentando una Pandemia por COVID19, ¡la cereza en el pastel!
Y me pregunté ¿qué voy a hacer ahora con mi niña?
La primera reacción sin duda fue protegerla y seguir las recomendaciones de no dejarla salir ni que tuviera contacto con otros niños. No sabía si era lo correcto, solo me dejé llevar por lo que parecía serlo y de toda la información científica que recibíamos en ráfagas. Empezando por adecuar espacios para un centro de estudio, la nueva normalidad nos iba consumiendo y ganando espacio en nuestras vidas, eliminándole todas las rutinas diarias que tenía como jugar en el parque y encontrarse con sus amigos del vecindario.
Pasaban los días y seguíamos sin cambios en la instrucción, semanas y meses seguía encerrada, jamás habíamos hecho tanto dulce, preparado un camping en medio de la sala de un apartamento, rompecabezas interminables, las sesiones de salón de belleza en casa con todos los maquillajes que no usaba cuando estaba en Teletrabajo, cumpleaños y clases por plataformas virtuales, hasta noches de cine con proyector…cuanta cosa se nos ocurriera con tal de alivianar la frustración y tristeza por no estar con sus personas favoritas.
Llegó el día que superó el límite de su paciencia, cuando empezó a manifestar su aburrimiento y cansancio. ¡Qué difícil!
Me preguntaba día tras día si sabía cuándo se acabaría la cuarentena. Sentía impotencia por no tenerle una respuesta.
Hubo días que se le salían las lágrimas diciéndome que extrañaba a sus amigos y que le pediría a Diosito que todo volviera a ser como antes. ¡Qué dolor como mamá ver a mi niña sufrir así!
Seguimos avanzando en los días de pandemia y poco a poco comenzamos a tener algo de “normalidad”, se dieron las reaperturas de ciertas actividades, retorné físicamente a las oficinas, y a pesar de que me angustiaba pensar que me alejaría de la conexión que tenía con ella, volví a sentirme segura que todo marcharía bien y que era parte de un proceso constante de cambios que estábamos viviendo.
Cada oportunidad que tenía conversaba con ella y le transmitía la esperanza de mejores tiempos.
Empecé a programarle actividades al aire libre, buscando cualquier idea que se me ocurriera para que se divirtiera y saliera de la monotonía.
Me sentí tan aliviada y feliz de verla con otro semblante, siendo la niña encantadora que es.
Un día me detuve a reflexionar después de un día largo de trabajo y comprendí que no soy mamá para “resolver” caos, sino para estar allí para mi hija, para ayudarla a ganar confianza en sí misma, a sentirse segura de mis cuidados y orientación, que, ante cualquier adversidad, prevalecerá siempre el amor y el apoyo de su mamá, en las buenas y en las no tan buenas.
Aún seguimos en pandemia y continuamos con fe que saldremos adelante de esta pesadilla y que hemos ganado una habilidad histórica: Ser Mamá en Pandemia.