Shirley Temple triunfaba en el cine, lucía una esplendorosa melena rubia peinada con bucles.
Por supuesto todas las niñas debían imitarla, el problema era que mi pelo era lacio.
Cuando teníamos una invitación especial, temprano, después de lavar mi pelo, mamá iba separando mechón por mechón, lo envolvía con papelitos y los aseguraba con ganchos. Así debía estar hasta que se secara el pelo.
Me quedaba la cabeza toda llena de rollitos de papel.
Mis hermanas mayores que sí tenían su pelo rizado se reían de mí y cantaban:
María moñito me convidó
a comer plátanos con arroz
como no quise su masacote,
María moñito se disgustó.
Petrona Concha Natividad
come chorizos sin cocinar
masca tabaco, bebe aguardiente
y come ají sin estornudar.
No les hacía caso, las ignoraba.
El vestido, ah el vestido… era con cuello redondo, mangas abuchadas, fajín con lazo en la espalda, falda amplia a mitad del muslo para que se viera la pantaleta bombache que llegaba hasta la rodilla, zapatos negros, calcetines blancos.
Ya listos para partir, mamá procedía a quitarme los rollitos de papel y darles forma de bucles y ponía detrás de mis orejas dos enormes lazos.
Pero para desdicha de mi madre al tiempo de haber llegado a la fiesta ya no quedaba ni rastro de bucles ni lazos.
Pero no importa, ella insistía y para la próxima reunión se repetía el ritual.
Su niñita tenía que estar a la moda.
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Ilustración Irene López Lugo.