La chiva surfing

La chiva surfing
agosto 30, 2020 María Alejandra Gutierrez Sanchez
chiva y surfing

La dueña de la chiva se hartó de las complicaciones de la ciudad y su gente; dificultades como basura en esquinas, un corazón roto por desamor y unos vecinos de mal vivir, que a diario le ponían mil quejas por su mascota caprina, pusieron la guinda en la torta para hacer realidad lo que desde siempre había sido su deseo postergado: mudarse a la paradisíaca costa de Falcón, para vivir de manera sencilla y en contacto con la naturaleza.

Ambas amigas, mujer y chiva, empacaron lo justo. Necesitaban nuevas aventuras que les permitieran a aquellas amigas entrañables pasarse más tiempo juntas. La mujer precisaba tiempo para restaurarse, la señal de alarma ya se había disparado y su chiva atenta a estos códigos, no reparaba en gestos de fraternidad para demostrarle que no estaba sola, aún en sus horas de más triste guayabo.

Pero no todo era melancolía. Ambientadas en una casita de buen gusto con patio trasero, para comodidad de la cabra, a la mujer se le ocurrió un maravilloso plan. Amante del surf convenció a chiva para que venciera sus temores y de una vez por todas se vinculara con la adrenalina de las tablas y el agua salada del mar Caribe.

Pero chiva, de naturaleza seria y recatada, observó con suma reserva el nuevo invento de su amiga, quizás un poco atrevido pero desafiante a la vez. Sin embargo, consciente de la responsabilidad de brindar contención y muy importante, observando un seguro y hermoso salvavidas especialmente diseñado para ella, se comprometió a meterse al mar. Boba no era.

Más tarde, esa misma noche, chiva reflexionó sobre los verdaderos motivos que las trajeron a ese lugar: el amor mal vivido o, quizás el desamor? Ese mismo capaz de devastar a su amiga o aquel sobreestimado dramáticamente en novelas y canciones, al punto de considerarlo imprescindible para sentirse en plenitud?

Chiva no lo entendía, para ella necesaria era la comida para comer, el agua para beber…y las verdaderas amistades para sobre llevar tristezas y para crecer en poder.

Como buena amiga empezó, de a poco, sus inmersiones en aquellas aguas azulitas. Apelando a sus fortalezas de equilibrista, heredadas quizás de alguna antepasada gacela tibetana, conquistó la armonía necesaria para pararse derechita en una tabla y aprendió a remontar las olas. Y fue maravilloso, se sintió feliz de que su amiga le hubiera insistido y al igual que ella, se enamoró del mar.

Pero chiva también tenía otros amores. Por ejemplo; en las noches sin electricidad, que eran bastantes, pasaba largas horas mirando el cielo. Junto a su amiga aprendió a divisar a Júpiter y se maravillaba en las noches despejadas contemplando las diferentes fases de la luna.

Escuchaba atenta las historias de los “antiguos astronautas” que a amiga le encantaba detallar y se preguntaba en su cabecita si realmente la especie humana descendía de Las Pléyades; ese grupo de estrellas que se encuentra en el espacio exterior, a unos 450 años luz de la Tierra.

Un día, después de pastar en su patio trasero, amiga la invitó a remontar las fantásticas olas de una playa cercana. Y más feliz que caracol con patines, chiva se dejó colocar su salvavidas predilecto, aquel especialmente diseñado para ella, y se fueron rumbo al secreto mejor guardado de los surfistas del Parque Nacional Morrocoy.

Durante el viaje hacia la nueva y poco conocida playa, chiva permitía que el viento la despeinara y a placer, dejaba sonar el cascabel atado a su cuello para hacerle saber a su amiga y a la vida lo emocionada que se sentía. Tilín tilín tilín tilín… Más allá de la nueva experiencia chiva celebraba que amiga había vuelto a sonreír con los ojos, efecto bendito de un corazón restaurado.

Amiga pasaba la mano por detrás de las orejas peludas de su caprina querida, y de vez en cuando chiva respondía con un lengüetazo carrasposo en su mejilla, en clara señal del más tierno afecto.

Llegaron al lugar y las condiciones eran supuestamente las mejores para surfear. Esa mañana el cielo estaba nublado. A ratos llovía lo que generaba una combinación casi perfecta entre marea, oleaje y viento. En las primeras de cambio amiga dudó en convidar a chiva al mar, pero la susodicha ya con las paticas en el agua estaba deseosa, más que lista, para zamparse al agua.

Entraron y rápidamente calcularon su posición, pero chiva con su agudo instinto animal, sintió una energía distinta. Algo no sucedía como de costumbre. La corriente era fuerte y en un santiamén un copioso aguacero agregó más dramatismo a la bahía, lo que no intimidó a las surfistas en lo más mínimo.

La adrenalina se alimentaba de una extraña sensación de tensa calma y fue en ese momento que la mamá de las olas sorprendió a las surfistas con un estrepitoso golpe, que de inmediato las tumbó al fondo del mar. Amiga y chiva cayeron de la tabla, ambas arrastradas por distintas corrientes perdieron contacto visual.

Chiva desorientada percibió el peligro e intentó buscar a amiga. Pasaron unos segundos que se convirtieron en horas. Mantuvo la calma, y fue entonces cuando notó cómo un enorme tiburón azul, de la especie prionace glauca, se acercaba sin prisa pero sin pausa hasta ella.

Qué rayos era esa cosa grande color gris?, totalmente lampiño con cara de malo? Aterrada empezó a patalear y estos movimientos frenéticos agitaron su cascabel, al punto, que tiburón ajeno a tan dramáticas actuaciones, huyó asustadísimo por la derecha, escapando de aquel ser extraño, cubierto de pelos, con 4 patas y de paso pegando alaridos… pensó que debía ser obra de Poseidón y decidió alejarse rápidamente.

En ese instante chiva sintió la mano de amiga, quien rápidamente la subió a la tabla y la resguardó hasta el momento en que llegaron a la orilla.

Chiva quería contarle lo que había visto y sentido en el fondo del mar, pero luego de emitir un sin fin de meeeeee!, meeeeee!, meeeeee!, se percató que amiga no la estaba escuchando y se resignó a callar. Amiga se aferró a chiva y sintió un profundo agradecimiento por tenerla viva entre sus brazos.

Esa noche a la luz de un cabo de vela, chiva y amiga, contemplaron el cielo estrellado. Ambas guardaban silencio. Esta vez chiva no pensaba en las Pléyades, se quedó dormida meditando sobre la increíble criatura bajo el agua.

Inexplicablemente, ese episodio bastó y sobró para que chiva se interesara más por explorar aquel azul inmenso. Un día, sin que amiga lo notara, chiva marchó hasta la orilla de la playa cercana a su casa. Miraba el horizonte deseosa de ver algo más. Días después se le ocurrió gritar un par de veces meeeeee!, meeeeee!, meeeeee! y esperó por un rato alguna señal de regreso. Frustrada se preguntó qué estaba haciendo. Si algún perro o gato playero la veía con ese comportamiento la tildarían de chiflada y ya era más que suficiente que sus colegas la llamaran la chiva surfing.

Se sintió triste. Pensó en esa emoción y se preguntaba a qué se debía. Movió su cabeza con rabia y el cascabel atado al cuello resonó por toda la bahía. Fue un tilín tilín tilén! que se escuchó a varias millas y justamente ese sonido metálico captó la atención del mismo tiburón azúl, aquel del encuentro estrepitoso, quien mar adentro patrullaba un hermoso arrecife de coral donde convivía con su familia; un lugar repleto de criaturas coloridas que hacían su existencia, aparentemente completa.

Tiburón escuchó el cascabel y fue inevitable relacionar ese ruido con aquella criatura frenética, que de seguro debía ser hembra porque esa piel cubierta de pelos y aquellos ojos encantadores no daban espacio para la duda.

También recordó lo aparatoso de sus alaridos y aquel escandaloso tilín, tilín, tilén! que se magnificó debajo del mar, tanto, que casi sufre un ataque de pánico y a la vez de fascinación.

Lo estaría llamando? Y si es una trampa para bobos? Querrá acabar conmigo? pensaba tiburón. Entonces, decidió aventurarse hasta la zona mas llana de la playa de donde provenía el sonido y con algo de inseguridad dejó asomar uno de sus ojitos negros y fue cuando la vio. Allí estaba, derechita, paradita en sus 4 patas. Mas linda que nunca y hablando sola, signo inequívoco de un abundante mundo interior.

Pasaron unos segundos y sus miradas se encontraron. Sus pensamientos guardaron silencio y como sucede en las auténticas historias amorosas, se reconocieron como el gran amor improbable del otro. Esos que suceden sin buena prognosis. Tiburón tomó la iniciativa y se atrevió a lanzarle hasta la orilla un trocito de alga, como muestra de querer conocerla un poco más.

Chiva paralizada aceptó el presente, lo probó y aunque se sabe ampliamente que las papilas gustativas de los caprinos están absolutamente atrofiadas, es decir, no perciben gusto alguno, se convenció de que se trataba del trozo de alga más rico que en su vida había disfrutado.

Iniciaron una amistad que se convirtió en un amor sincero y libre de toda culpa, aún conscientes de sus diferencias. De inmediato supo que la reproducción no era una posibilidad pero después de todo a quién le importaba? No estaba interesada en la maternidad y la verdad es que esa relación les generaba placer genuino a ambos y no debía complacer a nadie más. Chiva estaba convencida que el mundo le urgía despertar y aceptar que existen otras formas de relacionarse.

Y como querer es poder y supone un compromiso compartido, idearon un mecanismo para comunicarse y amarse: chiva en lenguaje caprino escribiría mensajes en la arena de la playa, y por su parte tiburón trataría de aprender su idioma, acercándose con mucho cuidado hasta su mundo terrestre. Ambos intentaban iniciar una familia diferente y romper con lo normalmente aceptado.

Tiburón tomó confianza y en los momentos en que ambos compartían, dejaba de lado su traje de cazador. No necesitaba asumir ese papel de depredador ante el mundo para ser feliz. Entonces daba grandes saltos eufóricos fuera de la ensenada. Ciertamente aquellos saltos eran tan espectaculares que chiva estaba segura que debían difundirse en el mismísimo Discovery Channel.

Chiva sentía cómo su corazón se aceleraba cuando veía venir aquella sombra oscura bajo el agua y de pronto emergía la aleta gris brillante, sensual, lampiña y erguida como una bandera, dejándose cautivar.

A estas alturas, amiga descifró intuitivamente lo que estaba viviendo chiva y resolvió apoyarla porque la amistad entre mujeres y chivas es justamente ese pacto secreto para reconocerse, acompañarse y disfrutarse. Y aunque chiva estaba enamorada nunca trató a amiga como plato de segunda mesa. Al contrario, se quisieron y se agradecieron como verdaderas hermanas.

Pero un día todo cambió para chiva, amiga, tiburón y para todo el pueblo costero.

Resulta que un espantoso derrame de petróleo proveniente de una mal gestionada refinería cercana, provocó uno de los peores desastres ambientales ocurridos en la zona. Fue uno de esos tristes episodios que dañan la vida, destruyen ecosistemas y arruinan la existencia de cientos de personas que a través del turismo se ganan el sustento.

Muchos de los cayos, manglares y playas de la costa resultaron afectados generando un perjuicio devastador para la flora y fauna de la reserva marina. Se conoció que numerosas especies murieron y otras emigraron para salvaguardar su existencia.

La gente del pueblo, incluyendo a amiga y chiva, decidieron tomar cartas en el asunto. Ambas se sumaron prontamente a un grupo de voluntarios comprometidos para limpiar una costa sucia, devastada y de luto, no solo por la negritud de la sustancia derramada.

Pasaron varias semanas de la tragedia. La mancha negra siguió viajando, creciendo y contaminando sin ninguna estructura para atender la desdicha. Cuenta la leyenda que nunca se oyó a algún vocero asumir responsabilidad alguna.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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