Uno de mis amigos suele decir que me tomó las cosas con “excesiva intensidad”. Lo pienso, mientras leo una violación – otra – de una niña en mi país y siento unos incontenibles deseos de llorar. De hecho, termino por llorar, pero no sólo por la noticia de la nueva víctima de la violencia machista, sino por todo lo que rodea al asesinato de Karla Ríos, cuyo ex la acosó hasta matarla.
Karla había denunciado a su ex pareja y agresor en al menos una docena de oportunidades, pero nunca recibió una respuesta de las autoridades. No al menos, una que tomara en serio la gravedad de sus denuncias y le permitiera ¿qué? ¿Salvar la vida? Pienso en la frase, edulcorada y casi confusa, incapaz de abarcar el horror que debe soportar una mujer abusada de manera psicológica y física. En el miedo de Karla, que intentó huir de un agresor obsesionado e impune. Uno que, por último, la mató.
Pero lo que me saca lágrimas de dolor, miedo y por supuesto furia, es la reacción de esa gran conversación virtual que, de una u otra forma, refleja el machismo normalizado y naturalizado en nuestra cultura. Aturdida, leo a los que culpan a Karla, sólo por ser una mujer bella, por “no escapar” a tiempo. Por no “saber a quién tenía al lado”. Hay quien incluso insiste en que el asesinato “ocurrió entre una pareja” y que hay que “esperar para saber la verdad”. Como si la Karla, maltratada por años, que vivió aterrorizada durante los últimos meses de su vida y que al final, murió asesinada tal y como temía, tuviera alguna responsabilidad en la violencia que sufrió.
Me aterroriza la frialdad con la que el venezolano común analiza la muerte de una mujer, la forma en que justifica su sufrimiento y al final, la manera como sostiene y alimenta al monstruo de la violencia.
– -Así somos – dice mi amigo J. – y lo somos desde hace tiempo. Es cosa de venezolanos.
Conversamos de manera virtual y su rostro tiene algo de irreal, un poco borroso en mitad de la pantalla de la portátil. No sé qué responder o, mejor dicho, la ira me cierra la garganta. Mi amigo es padre de una niña y también un hombre que siempre he considerado sensible. Uno de los “pocos tipos buenos”, como insiste su esposa. De modo que no sé qué cómo encajar la resignación con la que resume una situación crítica que todas las mujeres tememos y algunas terminan por sufrir a diario.
— ¿Así somos? ¿Eso justifica que se culpe a una mujer por su propio asesinato? – le digo, por último. Intento contener el enojo, pero esas cosas jamás se me dan demasiado bien — una mujer cuya única “culpa” fue no haber podido escapar con mayor rapidez, no haber podido…
Silencio. Se me salen las lágrimas de nuevo. Mi amigo suspira, como si lamentara haber provocado semejante discusión en lo que parecía ser sólo una conversación casual, un encuentro académico, que de hecho nada tiene que ver con el asesinato de Karla, del que J. no tenía noticia hasta que lo mencioné.
Le hablé sobre la mujer asesinada: un crimen a sangre fría que ahora mismo se había convertido en una estadística. Un número en una línea de miles de nombres que engrosan la realidad de la mujer en el país. Me escucha, con gesto de preocupación y al parecer, paciencia. Porque se trata de un tema abstracto, al menos para él. La muerte de una mujer en un país violento. El tercero del continente, la ciudad más violenta del mundo. Pero para mí, Karla es real. Karla es la mujer aterrorizada que todas hemos sido alguna vez. Karla es el símbolo del machismo primitivo y brutal que debe soportar toda venezolana antes o después.
– Pero ya se sabe qué ocurrió – dice en voz baja – ese tipo estará preso. Y punto y final.
Pienso si para la familia de Karla ese será el “punto y final”. Me recorre un escalofrío. La víctima recibió dos disparos y murió en brazos de su madre, antes de recibir atención médica. Pero antes, fue acosada por cinco meses por un hombre que le amenazó y le aterrorizó en todas las formas en que pudo hacerlo. Un hombre que se fotografió con un arma en la mano, uno que no dejó de insistir le asesinaría.
Me pregunto si mi amigo entiende el horror de la historia, lo que significa para cada víctima potencial en un país en la que la impunidad machista es la norma. En la que el maltrato de género y doméstico, se considera “cosa de pareja” y en el que se señala a una mujer “por no huir pronto”. Una cultura con escaso conocimiento sobre el maltrato y la violencia, que siempre justificará al hombre, cualquiera sea la situación.
-¿Qué pasaría si se tratara de tu hija? – le dijo a J.
-¿Mi hija…qué? – se sobresalta.
-Si se trata de tu hija, a la que un hombre acosa y dispara.
La hija de mi amigo tiene diez años. Es inteligente, brillante y adorable. La he visto crecer. Me lleva esfuerzos utilizar su imagen en semejantes términos. Un golpe bajo, pienso avergonzada. Pero cuando su padre se sonroja, los ojos brillantes, la mandíbula firme, comprendo que toqué un punto sensible. Qué quizás eso le permita entender de qué hablo.
-¡Es una chama!
-Es una mujer en un país machista.
-Mi hija no tiene nada que ver con una mierda semejante.
-Este es el país con el que tendrá que lidiar.
Conozco a J. desde hace veinte años. Nos conocimos en la universidad y de alguna u otra forma, le nos hemos visto crecer mutuamente. Sé que es un espíritu amable, uno de los que colabora con todas las causas nobles a su alcance, el hombre que se opone a la violencia, que se llama pacifista.
Pero también, el que considera que la palabra “feminicidio” no existe. Que es un matiz sin sentido, dramático, para sólo violencia. “Así en general”. Me lo ha dicho más de una vez. A pesar de llamarse a sí mismo “aliado”. Pero en realidad, es muy fácil hablar de apoyo a las mujeres cuando mantienes la distancia, me digo. Cuando la violencia es una confusión de conceptos, cuando te haces bromas sexistas porque “así somos”. Cuando hablas sobre el maltrato de género en voz baja e insistes “no todos los hombres actuamos de ese modo”.
Es sencillo, me digo, cuando estás lejos de un sistema que perdona, disimula, justifica y oculta la agresión contra la mujer porque puede, porque es muy sencillo en un país como el nuestro. Es muy fácil mirar las consecuencias del machismo y analizarlas de forma superficial, cuando no forman parte de su vida. Mi amigo se queda muy quieto. Incluso a la distancia virtual, noto su disgusto, su angustia, su furia.
-Es distinto – dice, por último, en voz baja – no es lo mismo.
-¿Por qué?
-Porque es mi hija y yo voy a estar allí.
Me contengo para responder la respuesta que de inmediato formulo en mi mente: el egocentrismo simple y banal con que, en la actualidad, analizamos la violencia ya sea de género o de cualquier otro tipo, la mirada de temible indiferencia con que desdeñamos el horror, como si se tratara de una mera idea abstracta. Quizás lo es, me digo con el corazón latiendo tan rápido que me lleva esfuerzos respirar.
Tal vez, para la mayoría de la gente la violencia son la sucesión de noticias desgarradoras que atraviesan los medios de comunicación y las redes sociales, en un interminable escenario tenebroso que muestra en eterna sucesión los peores dolores y sufrimientos de nuestra cultura. ¿Será ese el efecto de la inmediatez? me pregunto aturdida, desconsolada. ¿Será esa la noción más dura y angustiosa sobre ese cinismo contemporáneo que se construye a diario? No lo sé. Sin duda peco de ingenua al dudarlo. O incluso, sólo analizarlo desde un idealismo frágil y quebradizo.
— El machismo y la violencia están en todas partes — respondo por fin — Karla tenía padre y madre. Cada mujer que maltratan, matan y violan tiene familia. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Mi amigo chasquea la lengua, sacude la cabeza. Para él, todo lo relacionado con el machismo es un mal inevitable, endémico y asimilado por nuestra cultura, imposible de analizar de otro modo. En más de una ocasión me ha insistido que el feminismo es como batallar como contra un molino monstruoso que, además, se multiplica por cada piedra que cae. “Nuestro continente es machista, el mundo es machista. Educa a las mujeres para que no acepten semejante trato. Pero no podrás destruir un sistema que se sustenta de todo lo que consume y lo alimenta a diario” me dijo en una de nuestras discusiones más duras, hace un par de años.
– Hablas de una niña de diez años.
– Hablo de una mujer venezolana.
Me obligo a no continuar. Tengo la nítida sensación que toqué una línea de no retorno en nuestra amistad. Pero quisiera hablarle de todas las mujeres muertas a diario, año tras año. Las maltratadas, las rotas, las confinadas, las violadas. De Linda Loaiza, cuyo único “crimen” fue resultarle atractiva a un hombre monstruoso y violento. Hablarle sobre la forma en que el Estado y la ley venezolana comprenden a la mujer: la forma en que se menosprecia la opinión jurídica sobre los derechos del cuerpo.
De Karla Rivas, que es ridiculizada y señalada en redes por tener un cuerpo hermoso y a quien se le considera responsable de su muerte, sólo porque el asesino era su pareja. De Angela Aguirre, violada y cuyo cuerpo fue arrojado a un río, mientras buena parte de quienes la conocían cuestionaban su moral y comportamiento. De Morella, que aun esconde su nombre, porque pasó treinta años encerrada en un apartamento de Maracay y debe “justificar” no haber huido ni tampoco, haberse “defendido”.
Quiero hablarle de las mujeres golpeadas que conozco, de las que me piden “no cuente a nadie” lo que sucede. Quiero hablarle de mi miedo de ser golpeada, maltratada, herida, porque en este país puede ocurrir y no habrá culpables. Me contengo de contarle que la mayoría de las personas que conocen preferirán que su hija geste un bebé que no desea antes de brindarles los medios para entender su sexualidad y su capacidad reproductiva. Que, para la cultura venezolana, la mujer vale tan poco, es tan poco importante, como para que deba ser tutelada por una ley que aplasta todas sus decisiones sobre su cuerpo.
Al final, la conversación termina sin otra palabra. Para J., su hija es diferente a las mujeres de su país porque no puede concebir lo que le acecha. Para mí, es otra víctima en potencia, al borde de una situación inexcusable y violenta que le espera al más mínimo error. Siento miedo, siento angustia, siento un profundo dolor. Me pregunto de nuevo, por todas las mujeres sin rostro de este país en que la impunidad y el desprecio a la mera condición femenina forma parte de un aspecto de la sociedad que pocas personas comprenden a cabalidad. Pienso en las víctimas anónimas, las que mueren a diario en medio de la indiferencia de un país en la que el machismo es una amenaza invisible y devastadora.
Pienso de nuevo en Karla, que es “culpable” de su propia muerte y vuelvo a llorar. De impotencia, de rabia, de simple incapacidad para asumir el miedo que el gentilicio de mi país me provoca desde que recuerdo y que, con toda seguridad, nunca dejaré de hacerlo por completo. Lloro por todas las víctimas. Las ocultas, sin nombre. Las anónimas. Las rotas, las devastadas. Las que jamás volverán a tener la oportunidad de sentir miedo. Las que morirán porque en Venezuela ser mujer, es correr el riesgo a diario de ser una estadística.
Comment (1)
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No suelo comentar en este tipo de temas por ser temas tan sensibles y por que me es inevitable ver en ellos un tanto de sesgo ideológico, ignorando el verdadero problema que no tiene nada que ver con el genero; el tema de Karla es algo terrible que no debería ocurrir en ningún país, ¿tiene que ver este triste episodio con que las mujeres son victimas de un sistema «machista», cuyo único fin es socavar a la mujer solo por el hecho de ser mujer? absolutamente no, situación similar se dio en Chile con el caso de Ambar Cornejo quien su agresor fue liberado y terminó asesinándola, hago esta reflexión sin el menor animo de ofender sino de dar mi humilde punto de vista.
En Venezuela se promulgó en 2007 la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en 2017 la Ley integral de violencia basada en género y hacia las mujeres que establece en su artículo primero: “esta ley tiene como objeto garantizar el efectivo goce del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia basada en género»; en el Ministerio Publico se creó una dependencia solo referente a la Violencia contra la mujer(ademas de atención a la victima), y un tribunal penal solo para competencia en violencia contra la mujer; y por allí seguramente se me estará escapando alguna otra oficina para recibir y tramitar este tipo de casos.
¿Como es posible que con marco normativo, y un aparente aparato jurídico que «protege» a la mujer sigan ocurriendo casos como los de Karla y miles de mujeres? pues simple, porque el problema en Venezuela no es contra el genero(la violencia no lo tiene), el problema es la ausencia total de seguridad jurídica que deviene en IMPUNIDAD del tipo que hace que tipos como el asesino de Karla, pero también violadores, estafadores, corruptos etc; estén en la calle, y que, en muchas ocasiones tristemente los inocentes en la cárcel, donde por cierto vale decir,imagino que muchos no saben o no mencionan que para el 2018 el observatorio venezolano de prisiones reportó que en las cárceles había 46.775 internos. De esa última cifra 44.192 (94%) son hombres y 2.583 (6%) son mujeres, una cifra extraña para hablar de un país «machista», que favorece al hombre y es implacable contra mujer, sobre las condiciones en que están los pabellones de uno y otro, donde las mujeres están en mejores condiciones podría hablar en extenso(hice labor social en tocuyito), pero no es al punto que quiero llegar.
Karla es pues victima de un país de donde el delincuente que te roba, o te asesina, no hace un coto para ver si eres hombre o mujer, en 2019 el numero de homicidios supero los 16 mil, y solo el 20% eran mujeres(informe global de la ONU), un solo asesinado es ya demasiado, pero ¿seguimos creyendo que la violencia tiene genero?, perdóneme, pero es difícil no imaginar que cuando se habla de femicidio( que no fue el caso de Karla) hay una inclinación ideología en lugar de ir al problema real: la violencia desmedida que hay en nuestro país con un sistema de justicia desastroso.
No me voy a referir al párrafo donde se trae a colación a los comentarios de redes sociales, porque no merecen el mas mínimo análisis, es bien sabido que insensibles e imbéciles hay en todos lados para justificar lo injustificable pero que representa el «común de los venezolanos», o la «normalizacion del machismo», por comentarios ramdon en UNA publicación en UNA red social me parece muy poco minucioso, porque solo alguien con poco sentido común es capaz de justificar este tipo de crímenes, honestamente no conozco alguien capaz lanzar declaraciones tan infelices como «se lo buscó» o «el cuerpo tal..» etc; Twitter u otra red social no es Venezuela . Karla es una venezolana que el sistema jurídico no protegió como no protege a cualquier otro que sufre(sufrimos) algún tipo de delito, es contra eso que hay que luchar.
Ya para finalizar la frase «Las que morirán porque en Venezuela ser mujer, es correr el riesgo a diario de ser una estadística», discrepo, en nuestro país solo existir ya es un riesgo, seas mujer, hombre, niño, anciano, animal etc; Espero no haber ofendido, los datos están allí, coincidimos con el problema, no con el enfoque, saludos.